Una esquina renacida
En Maipú y Tucumán había una joya a punto para ser demolida. Con inteligencia, se decidió recuperarla y transformarla en espacio de oficinas. Todo indica que la ciudad recuperó un edificio de particular belleza y que la idea será perfectamente viable y rentable.
› Por Sergio Kiernan
El bello edificio de la esquina de Tucumán y Maipú, el de la farmacia suiza, estaba a punto de caramelo para la piqueta. Derruido, cubierto de una vergüenza de mugre y plantas diversas, remodelado hasta la estupidez por adentro, cribado de boquetes de aire acondicionado mal tapados, con sus hierros saqueados y ocupado largamente. Daba tristeza pasar por la esquina y ver puertas y ventanas tapiados con ladrillos, para evitar nuevas ocupaciones. Y hasta se podía calcular el nivel de mediocridad –la habitual, la alarmante, la increíble– del predecible edificio de oficinas que iba a reemplazarlo.
Pero no. Los dueños –una orden religiosa– decidieron reciclarlo y salvar una de las fachadas que hacen que Buenos Aires tenga sus alegrías. Alejandro Madero, del estudio Aslan y Ezcurra, ya tiene muy avanzada la puesta en valor y restauración del edificio, próximo a reinaugurarse como espacios flexibles de oficinas.
El viejo edificio es una muestra de esa época en que la arquitectura tenía la capacidad de encantar, cuando se pensaba en la gracia, la elegancia y la escala humana, y no sólo en teorías de la aridez aplicada. Bien abrazado a la esquina, tiene locales en la planta baja y dos pisos que toman todo el terreno y un tercero más pequeño, con una terraza. Ligeramente más largo por Maipú que por Tucumán, tiene un volumen sobre la ochava que le da carácter y crea en cada piso un balcón cerrado, un ambiente como para sentarse y ver pasar el mundo. Sus ventanas tienen complicados maceteros de metal sostenidos por ménsulas muy art noveau y en el segundo unos balcones largos, de buena herrería.
Pero la verdadera magia del edificio se la da su sistema de ornamentación de mayólicas que dan un toque de color sobre el símil piedra color arena. Hay mayólicas verdes y amarillas en tiras superpuestas que dan movimiento vertical al conjunto; hay acentos naranjas y blancos sobre los ventanales; hay frisos florales bajo la cornisa del remate. Aquí y allá aparecen piezas policromas, faience de altísimo relieve. Como la mayólica es el más noble material jamás creado, todo el conjunto estaba intacto –falta una imperceptible piecita marrón en uno de los frisos superiores– y sólo hubo que lavarlo para que recuperara su belleza y luz.
Las herrerías también tienen lo suyo. La de la terraza es sólida y severa; las de los balcones, floral y amable; las de las macetas, complicadamente manierista. Pero la que se lleva la palma es la absurda ménsula que supuestamente sostiene el volumen proyectado sobre la ochava, que marea de complicada y vueltera. Una belleza que anduvo añares tapada por carteles y fue recuperada ahora para todos.
La fachada fue lavada y recuperada pacientemente por el equipo de Procedimientos Gorodner y los herreros todavía trabajan copiando metales para reemplazar partes perdidas.
La armonía del exterior se lleva de patadas con la distribución interior. El edifico fue originalmente de rentas y consistía en tres viviendas. Sólo que, al contrario de lo habitual, las tres viviendas no son una por piso: cada una tenía tres pisos, por lo que el predio estaba dividido en tres franjas verticales. Para complicar más las cosas, las casas resultantes tenían cada una su escalera social y su escalera de servicio. O sea, en total, seis espacios verticales tomados por escaleras, más tres patios internos de aire y luz. Es de imaginar la caótica planta resultante.
El edifico fue sede de una academia, que se cargó buena parte de esa planta original e hizo cosas como agregar una construcción en la terraza, sin el menor arte. Si se suma el avanzado deterioro de ser edificio ocupado y luego los años de candado, se puede imaginar el estado del edificio al comenzar la obra. Hoy ya se puede ver el nuevo planteo, de espacios despejados, sin divisiones internas, con un solo patio para dar aire y luz, con amplias posibilidades de subdividir provisoriamente o de tener un amplio loft de trabajo. Por supuesto, todas las instalaciones fueron cambiadas, lo que quedaba de las escaleras se desarmó, se está instalando un ascensor y una escalera reglamentaria y cada ámbito tiene su propio equipo de aire acondicionado, ya instalado e invisible para preservar a futuro la fachada. El tercer y último piso fue agrandado ligeramente, aunque sigue teniendo una terraza en la que se disimularon las tomas de los equipos de aire acondicionado reutilizando los chapones ornados de los patios internos –esos que forman paredes metálicas en lugar de barandas– para hacer de biombos. La perfilería estaba bastante bien, considerando el maltrato recibido, y lo que se recalzó tiene metales iguales a los originales. Los balcones tienen desagües y pavimentos impermeables y las fachadas ostentan los cerramientos de madera originales, restaurados o copiados cuando estaban podridos. Lo que no se pudo conservar fueron las pinoteas de los pisos, perdidas, reemplazadas, machacadas.
El conjunto, incluidos los locales, tiene 1500 metros cuadrados. Justamente la planta baja, el nivel de los locales, es la última etapa de recuperación de la fachada. Ya volaron carteles que oscurecían la transición entre los frentes de vidrio y la fachada en sí, lo que le va devolviendo la armonía al conjunto. Para mejor, todos los locales menos uno –el de un señor que piensa que lo modernito es mejor para los negocios– tienen sus frentes de herrería originales. Todo será limpiado, reparado y recuperado, y el local modernito será devuelto a su estado original. A cambio, los comerciantes recibieron baños a nuevo y un patio trasero en buen estado.
Esta obra de recuperación patrimonial no tiene un átomo de romanticismo ni de “museísmo” –la nueva excusa de los partidarios de la demolición, que dicen que preservar es “museísmo” porque transforma a la ciudad en un museo– sino que es claramente un negocio rentable. Nada curiosamente, los que están trabajando en el edifico ya se acostumbraron a atender cotidianamente a gente que pregunta cuándo se podrán alquilar oficinas en lugar tan hermoso y céntrico, lo que una vez más que el patrimonio es rentable porque es algo muy buscado.
Y en el camino la ciudad recuperó una esquina notable, que ya luce a nuevo sus colores y su armonía.