Londres acaba de recuperar la iglesia de Christ Church Spitalfields, cerrada por más de medio siglo, después de un largo y ejemplar proceso de restauración.
› Por Sergio Kiernan
Mientras el gobierno porteño se prepara a demoler la casa del Naranjo –la rota, cachuza, remodelada y más antigua de la ciudad, para la que no hay fondos ni paciencia–, Londres acaba de recuperar después de cincuenta años un tesoro inapreciable. Se trata de la Iglesia de Cristo, Christ Church Spitalfields, cerrada desde hace más cincuenta años y varias veces casi demolida. Es un evento de la mayor importancia, ya que es una de las apenas seis iglesias sobrevivientes en Londres firmadas por Nicholas Hawksmoor, discípulo y asistente de Christopher Wren, el cascarudo arquitecto real que reconstruyó la capital inglesa después del Gran Incendio y le dio el primer envión de gloria.
Hawksmoor nació en Londres posiblemente en 1661 y entre sus recuerdos más tempranos estaba el susto del Gran Incendio de 1666. Después de la informal educación profesional de la época –”arquitecto” era una espacialización de algo llamado “draughman”, que podía ser tanto un dibujante como un constructor o un escenógrafo, pero siempre un artista plástico y jamás un ingeniero– Hawksmoor consiguió conchabo a los 18 con Wren, el inspector real de obras que de un día para el otro dejó de ser matemático y astrónomo para ser un arquitecto seminal, asombroso.
Wren estaba todavía reconstruyendo la ciudad quemada, trabajo que continuó hasta después de muerto, con sus diseños póstumos. De paso, estaba poniendo en el mapa lo que pasó a llamarse Barroco Inglés, que de barroco tiene apenas el nombre: es una manera culposa de llamar a eso que se hizo entre el clarísimo Tudor y el francamente neoclásico o “georgiano”, y no tiene nada que ver con las iglesias chorreantes de Roma o el plateresco español.
De hecho, es un estilo sucintamente anclado en las recetas paladianas, en la armonía y la simetría. Hawksmoor fue formado bajo la exigente ala de Wren, lo que significaba una educación de vocabulario clásico y una marca que le duró toda la vida, la de los exteriores despojados y severos que esconden interiores ricos y elegantes. A las constantes referencias clásicas de su maestro, Hawksmoor le agregó un par de temas propios de particular riqueza, como su preocupación por la arquitectura cristiana temprana –la búsqueda de la “iglesia esencial”– y por el Templo de Salomón, moda de la época que resultó en joyas intelectuales como El Escorial, otro edificio ofendido por la etiqueta de barroco.
Christ Church Spitalfields comparte con las demás iglesias de Hawksmoor y con las parroquiales de Wren –aunque no con su catedral de San Pablo, que es otra bolsa de harina– la vocación de altura. La planta es simplísima, con una nave central y una a cada lado, definidas por una línea de columnas, un altar colocado simétricamente con la entrada. El exterior es complejo y simple a la vez, con un amplio y rotundo pórtico coronado con una bóveda de cañón corrido en lugar de un pedimento y una fachada que se eleva en un volumen rectangular dominado por una alta ventana serliana y rematado por una moldura que hace base al campanario y la alta aguja.
Aguja que merece un párrafo aparte. ¿Por qué agujas en iglesias de clara vocación neoclásica? Porque estas iglesias parroquiales reemplazaban las medievales quemadas en el Gran Incendio, todas dueñas de altas agujas góticas o tudorescas. Como los templos eran reemplazados con alguna ayuda pecuniaria del rey pero con fondos de sus congregaciones, muy atadas a sus tradiciones y muy conscientes del status que le da a una iglesia la altura de sus torres, Wren tuvo que pelarse las pestañas encontrando una solución. No hubo caso de convencer a los clientes de olvidarse de torres rematadas por altas agujas: “Steeple or nothing”, le contestaban.Así surgió un vocabulario aéreo que hizo historia y hasta dejó un ejemplo en Buenos Aires, en el remate de la Torre de los Ingleses de Retiro, que no podía estar más basada en Wren si la hubieran fotocopiado. Hawksmoor enfrentó el mismo problema por las mismas razones, y el remate de su iglesia en Spitalfields es un ejemplo de lo que hizo.
El templo perdió fieles con los cambios de población del barrio y para fines de la guerra estaba cerrado y en desuso como iglesia. A fines de los años cincuenta, el Ibarra londinense propuso demolerla –tampoco había paciencia y dinero para repararla–, pero una fuerte oposición de personajes como el poeta John Betjeman, el arquitecto James Stirling y los preservacionistas Lord y Lady Kennet la salvaron. Los mismos protagonistas lograron juntar fondos para calafatear los techos y echarle candado, con lo que la salvaron de males mayores.
En 1976 se estableció una ONG, Amigos de Christ Church, que comenzó el larguísimo trabajo de reunir fondos para restaurar gradualmente el edificio –comenzando por el exterior– además de estudiarlo. Recién en 1996 comenzó a verse la salida de la situación, cuando el gobierno le asignó fondos de la Lotería Nacional al proyecto. Hubo además 2000 donantes privados e institucionales y una segunda asignación de fondos timberos en 2002.
Lo que acaba de inaugurarse es un trabajo ejemplar, en el más alto standard inglés –y en esto los ingleses realmente son los más rigurosos. El arquitecto a cargo, AD Mason, tuvo un golpe de suerte al descubrir en el archivo de Lambeth Palace el libro de cuentas de la obra, firmado por el contador de Hawksmoor, lo que permitió conocer exactamente qué materiales se utilizaron y buena parte de los accesorios perdidos. Una investigación histórica reconstruyó la reforma que sufrió el templo en 1886, cuando la iglesia anglicana reformó su misa y muchos interiores fueron desguazados. Por ejemplo, se reinstalaron los entrepisos de madera de cada nave lateral descartados en 1886, cambio que dejaba las columnas interiores en falsa escuadra, luciendo demasiado altas.
Quien visite Christ Church hoy –para averiguar los horarios y tours hay que llamar al 020-7247-0790– se va encontrar con el templo prácticamente como fue inaugurado en 1729. Los interiores se restauraron con la misma mezcla de piedra molida y yeso del reboque original, las maderas son copia exacta de las originales sobrevivientes, las lámparas –estilo holandés, buffadas y ahora electrificadas– son imitaciones detalladas de modelos de época, los vitrales del altar relucen, cada entablatura está exactamente como la concibió el maestro. Sólo el piso, levantado por completo a principios de 1900, tuvo que ser cambiado y se eligió un pavimento de piedras amarronadas, discreto y poco intrusivo.
Christ Church seguirá siendo un templo y también la sede, ahora magnífica, de eventos como el Spitalfields Festival. Y seguirá también siendo una de las joyas de una ciudad que sí sabe cuidar su patrimonio n
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