Sáb 29.06.2002
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Historia de un castillo

Texto y fotos de Matías Gigli

El mejor lugar de Concordia siempre fue su barranca sobre el río Uruguay. Ya lo sabían los jesuitas, que fueron los primeros en asentarse en la zona. Y también lo sabía una familia francesa que edificó en el lugar una estupenda residencia, cuyas ruinas todavía lo dominan y que se ganó, con el tiempo, el nombre del Castillo de San Carlos.
En un sector de las barrancas del Parque Rivadavia, se alza la residencia de inusitado tamaño y nivel de desarrollo, que construyó en 1888 una familia francesa. Eduardo De Machy llegó a Concordia en 1888 y desarrolló una industria de conservas, una fábrica de hielo seco y un taller de herrería. De Machy construyó su casa en la barranca. En 1900 lo abandonaron y el Castillo quedó en manos de la Municipalidad.
A fines de la década del 20 la familia Fuchs alquiló la casa y vivió en el lugar. Por los años 30, y con las pruebas de vuelos nocturnos Buenos Aires-Asunción, buscando una parada intermedia, aterrizó un día Antoine de Saint-Exupéry. Por ser francés como los Fuchs, fue recibido y hospedado en la casa y dejó una impronta en el pasado de Concordia que llega hasta nuestros días. La casa permaneció luego abandonada. Los robos y el detonante final del incendio de 1938 la convirtieron en sólo muros de piedra. Los mármoles de Carrara y los ambientes de lujo son ya un recuerdo.

La construcción de la historia
Esto nos habla de una historia de destrucción y abandono no desconocida por todos nosotros, recuerdo en éste momento, el Hotel Mar del Plata de Carlos Agote, con su trágico final de incendio y posterior demolición en 1960, y el Gran Hotel en Sierra de la Ventana que corrió la misma suerte de robos y especulaciones con seguros, concesionado y luego saqueado e incendiado, en la reciente década del 80.
Es notable como cuando existe una vocación por encontrar una historia con lugares comunes en Concordia, el Castillo San Carlos se ubica en un lugar especial. Concordia cuenta con un extenso y numeroso patrimonio cultural, recientemente relevado por la arquitecta María del Carmen Bonicalzi. La riqueza de cada uno reside en que son irremplazables.
En el relevamiento quedó en claro la pobreza de información disponible sobre el Castillo, otro de sus misterios. No se conoce quién lo diseñó ni el nombre del constructor. Sí se sabe que no sufrió más modificaciones que las que lo destruyeron. El diseño es un extraño ejemplo de adaptación de un palacio afrancesado al uso y condiciones locales en Entre Ríos, con combinaciones como piedra local en los muros y mármoles de Carrara en los pavimentos, hoy desaparecido.
La planta tenía un jerarquizado acceso por detrás de las barrancas, cruzando un puente hacia un patio de honor pavimentado con damero blanco y negro de mármoles europeos. Por abajo del puente, existía un acceso peatonal a las caballerizas. Simétricamente, sobre la barranca, se alza todavía una terraza mirador que salva el desnivel con un juego de escaleras hacia el río. Es notable la factura de los muros, combinando piedra local rústica con ladrillos. Los entrepisos eran de perfilería de hierro y bovedilla, sosteniendo la planta alta.
El castillo es en, rigor, una ruina, pero su atmósfera y valor histórico le dan una posición viva en Concordia. Tanto, que en años recientes los vecinos rechazaron un proyecto de transformarlo en resort.

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