Sáb 04.06.2005
m2

Un libro para el Nouveau porteño

El gran estilo de principios de siglo dio muchas alegrías a nuestra ciudad. Por fin tiene un libro a su altura, en lo conceptual y lo visual.

Uno de tantos déficit de este país es el de libros que cataloguen, describan y piensen nuestra historia patrimonial. Se elabora poco y de eso llega a publicarse apenas una fracción, por lo que ideas, colecciones y sistemas quedan dispersos, inconexos. Para salvar la ropa, hay patriadas como la de este libro producido por Mimi Böhm para subrayar el Art Nouveau versión local, con texto de Fabio Grementieri y fotos de Xavier Verstraeten, una muy buena combinación ya testeada. El resultado es sólido, coherente y útil, un libro de lujo material que pasa por mucho el coffee table book al poner en contexto la aventura del Jugenstil.

Para medirle el rigor a Buenos Aires Art Nouveau hay que arrancar por el índice, mapa de despliegue del análisis. Hay una introducción sobre el universo y origen de esa corriente, un capítulo sobre su influencia en las artes y otro sobre sus maestros en esta ciudad. Le sigue un cuarto que elige nueve obras monumentales y uno final que lo rastrea en sus aplicaciones materiales en cada oficio constructivo.

En medio de un bosque de imágenes de aquí y de Europa, Grementieri coloca al Art Nouveau como heredero de las corrientes románticas antiindustrialistas de fines del siglo XIX –el Arts and Crafts, el Ruskin carpintero con sus Lámparas arquitectónicas– por su rechazo a lo adocenado y su abrazo a lo individual, lúdico, personal. También le marca su paradoja fatal, la de querer ser una vuelta a lo manual y personal al mismo tiempo que se es el primer “ismo” abarcador. Es decir, querer rehuir la repetición industrial en nombre de lo variado y singular, queriendo rediseñar el planeta entero y ser la única escuela posible.

El Art Nouveau puso en escena el erotismo de las formas y el desnudo ornamental, abandonando la discreción victoriana y planteando una ruptura. Como señala Grementieri, la ironía es que por aquí no había nada que romper y el nuevo estilo fue aceptado sin vueltas como uno más de la paleta disponible. La primera parte del libro abunda en ilustraciones de todo tipo, comerciales e institucionales, con las fluidas curvas Nouveau, con pechitos, haditas caderudas y mujeres tan curvadas como las interminables guirnaldas que las rodeaban. Son programas del Teatro Colón con chicas desvestidas que se ríen, afiches de cigarrillos París, vidrios de colores, muebles que parecen haber vuelto a su estado de árbol curváceo, tapas de partituras de tangos y hasta los locales de La Martona, con lo que hoy llamaríamos identidad corporativa filtrada por el Art Nouveau.

El primer capítulo coloca la nueva escuela en su contexto cultural y comercial, y el segundo se mete de lleno en las artes. Ahí hay más gráfica, pinturas simbolistas y prerrafaelistas, esculturas erotizadas como las del monumento español o las de tumbas recoletanas, y por fin la arquitectura, con una seleccionada primera muestra de obras. Del entremés se pasa a los maestros: Virginio Colombo, Francisco Gianotti, Julián Jaime García Núñez y Mario Palanti. Entre los cuatro muestran que si bien el Art Nouveau argentino nunca fue tan jugado como en Europa –en particular, por razones oscurísimas, en Bélgica y Checoslovaquia– alcanzó sobradamente para dejarnos algunos edificios seminales: el increíble edificio de Irigoyen 2562, la galería Güemes, El Molino, el semidemolido Hospital Español –alguien pagará con el Purgatorio su destrucción y reemplazo por un edificio que da risa en su baratura– y el Pasaje Barolo. Con ese seleccionado sobraría para que el Nouveau ya tuviera su espacio grabado en nuestra historia, pero aquí comienza la selección de obras monumentales: el Club Español, el Yacht Club de Le Monnier, el muy extraño Otto Wulf dePerú y Belgrano, los edificios de San José y Avenida de Mayo y de Callao y Sarmiento, el Hotel Centenario, el Hotel Chile y el lírico palacio de Los Lirios.

Verstraeten retrata estos edificios como personas y luego pasa a los detalles. Las maderas talladas, los vitrales, los hierros y la piedra tienen sus secciones. Y también dos materiales usados de un modo particularmente notable por este estilo: la mayólica y el faience, y el símil piedra. Poco hace falta decir sobre la gloria de la mayólica Art Nouveau, coleccionada con pasión, y al que le falte descubrir las multitudes de máscaras y esculturas en cemento que pueblan la ciudad sólo necesita caminar mirando un poco para arriba.

El final es una selección de fachadas que van de lo pintoresco –el castillo de La Boca, sobre Almirante Brown, reputado de tener fantasma– a lo simbólico –el Casal de Cataluña y sus motivos heráldicos– pasando por la casita de barrio, la gran fachada de propiedad horizontal y los hierros de porte industrial.

El Art Nouveau porteño se acaba de ganar una obra conceptual y hermosa. Ya era hora.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux