Sáb 06.08.2005
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SE EXIBE UN RARO CONJUNTO DE PINTURAS COLONIALES

Las doce sibilas

En la sala del subsuelo del Museo Nacional de Artes Decorativas se está exhibiendo un conjunto rarísimo en Buenos Aires. Son doce pinturas coloniales de gran porte, de las que no sobresaltan en el Perú o en Bolivia pero resultan casi extrañas en estas pampas. Las obras estaban en la sacristía de la iglesia vieja de San Telmo desde hace más de dos siglos, acaban de ser primorosamente restauradas y pueden ser vistas hasta el 8 de septiembre, cuando volverán a su iglesia.

El conjunto retrata a las doce sibilas, las profetisas de la Antigüedad tan consultadas en tiempos de Platón. Una tradición cristiana refiere que estas mujeres mágicas, repartidas por el Cercano y Medio Oriente que hace dos mil años eran el centro del mundo romano, anticiparon la venida del Cristo y hasta describieron eventos de su nacimiento y Pasión.

En algún momento del siglo XVIII se realizaron en Cuzco o en España estas doce telas de 175 centímetros de alto y 95 de ancho que, por caminos desconocidos, llegaron al templo de San Pedro Telmo a fines del 1700. Los restauradores establecieron que las telas fueron realizadas en un mismo taller, ya que tienen una notable identidad de técnicas, materiales y tratamientos, y sus marcos de cedro son iguales.

En algún momento del siglo XIX, las doce telas fueron intervenidas, repintadas y retocadas, y sus bellos marcos fueron pintados de negro. Un siglo después, estaban nuevamente deterioradas y ahí interviene el Taller de Restauro de Arte que fundó la Fundación Antorchas y que opera desde mayo de 2004 la Universidad Nacional de San Martín, que se lo ganó en comodato al ganar un concurso internacional, nada menos. Las sibilas lucen hoy como se las concibió originalmente, con sus marcos tratados para que parezcan de piedra, y los luminosos colores de la paleta tardía barroca que todavía vive, por ejemplo, en el taller de los Hermanos Mendivil de Cuzco.

El afortunado que se acerque al MNAD, en Libertador 1902, se encontrará ante doce mujeres con atavíos que pretenden sin mucha convicción ser típicos, cada una sosteniendo un medallón con una escena de la vida de Cristo y cada una sobre un noble fuste constructivo que contiene en un medallón parte de la profecía. La primera es la elespónica, una dama turca muy bien vestida que exhibe una anunciación; la segunda, la cumea, muestra el nacimiento; la tercera, cumana, exhibe a la familia en burro, huyendo de Herodes; la cuarta, de turbante, es la pérsica, que anunció el bautismo en el Jordán; la quinta, líbica, muestra a Lázaro; la sexta, tiburtina, es una africana vestida de princesa con una escena del Monte Tabor; la séptima, de mejillas rosadas, es la frigia que recuenta la llegada a Jerusalén; la octava pinta los azotes al Cristo y tiene tal aspecto de princesa altoperuana mestiza que casi, casi justifica la atribución a la escuela cuzqueña; la novena tiene aire de santa, es la rhodia –de Rodas— y muestra la corona de espinas; la décima es la erithrea y describe la cruz; la onceava es la sanbethea y muestra la crucifixión; y la última es la samia, que con una sonrisa sostiene la imagen del resucitado. Cada una tiene una inscripción en delicioso castellano antiguo.

En fin, un lujo que no hay que perderse, a menos que uno tenga un contacto para andar entrando en sacristías.

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