Se acaba de editar en EE.UU. un libro que reúne por primera vez los dibujos originales de Andrea Palladio y que permite entender más exactamente la obra y las prioridades de uno de los arquitectos más influyentes en la historia.
› Por Sergio Kiernan
Andrea Palladio lleva muerto
algo más de cuatro siglos, pero su influencia sigue siendo apabullante
y el lenguaje que impuso, aunque les pese a las vanguardias, continúa
presente en todo rincón donde un pórtico se alce sobre columnas.
Este italiano tiene un mix, diríamos hoy, imbatible: tiene el respeto
de la crítica, es un ícono y un prócer, y sigue siendo
popular. Su influencia directa va del Renacimiento a la era industrial; el planeta
está lleno de edificios que no serían concebibles sin su obra
y su pensamiento, que cristalizó en I quatri libri dell’archittetura.
Una reciente, cuidadísima, reedición que por primera vez reúne
sus 330 dibujos sobrevivientes –es el arquitecto renacentista mejor documentado–
permite una visión más profunda de su trabajo y, sobre todo, de
su proceso creativo.
Es curiosa la influencia de Palladio, un arquitecto que tuvo una larga carrera
en la pequeña ciudad de Vicenza, en el patio trasero de la República
Veneciana. Excepto por un par de iglesias y algún palazzo, la obra palladiana
se concentró en 30 villas desparramadas por el Véneto (de las
que 17 sobreviven más o menos enteras), casas rurales de gran porte que
combinaban el uso como palacetes y como granja, muchas veces en los mismos espacios.
El medio con que influyó a medio mundo es su libro, escrito con un lenguaje
claro y simple, con muchas ilustraciones insertadas que acompañan con
exactitud el relato, y con la evidente muñeca de un constructor hijo
de albañiles, excepcional en su época por no ser un escultor o
un artista metido a arquitecto: su libro es un manual constructivo repleto de
soluciones prácticas, que arranca por los cimientos. Esto lo destaca
en un campo en el que ni remotamente fue el precursor (su Libri fue precedido
por obras de Alberti, Filarete, Serlio y Vignola, entre otros).
El tomo de Palladio fue usado y vuelto a usar como fuente de inspiración
y de técnica. El primer “libro” contiene las bases de la arquitectura,
las técnicas básicas y los cinco órdenes del vocabulario
clásico. Los dos siguientes documentan su propio trabajo y el cuarto
describe templos de la Antigüedad. Este último punto es especialmente
importante: Palladio dedicó muchísimo tiempo a reconstruir edificios
de la época romana, estudiando sus proporciones y soluciones. El cuarto
“libro” es un compendio del lenguaje arquitectónico clásico
original.
De lejos, lo que más influyó en sus lectores fue la sección
dedicada a sus propios diseños, documentando obras comisionadas o en
construcción y describiendo los elementos discretos de lo que posteriormente
se llamó palladianismo. Estos elementos fueron las herramientas de creadores
como Inigo Jones, que los usaron con perfecta originalidad pero reconocible
deuda. El libro de Palladio fue un éxito instantáneo: publicado
en italiano en 1570, circuló por toda Europa en el original y en la edición
en latín de 1580. En 1625 estaba traducido al castellano, en 1650 al
francés y en 1698 al alemán. Los ingleses hicieron múltiples
traducciones en el siglo XVIII, pero aceptaron como canónica la de Isaac
Ware de 1738, pese a que publicó el texto por un lado y los dibujos por
el otro, todos juntos al final, perdiendo el didáctico orden original,
donde cada imagen ilustraba un punto.
La nueva traducción de Robert Tavernor y Richard Schofield, editada en
1997 por la prensa universitaria del MIT, es en inglés contemporáneo
y soluciona el problema de los dibujos, ya que usa réplicas scaneadas
de los grabados originales, hechos con tacos de madera. La obra complementaria,
The Drawings of Andrea Palladio (Los dibujos de Andrea Palladio), de
Douglas Lewis, editada este año por Martin & St. Martin, viene a
rescatar al maestro de ciertos malentendidos históricos generados, justamente,
por su propia obra y estas ilustraciones.
Por ejemplo, que Palladio nos llega como un arquitecto en blanco y negro, un
creador de espacios abstractos donde los motivos decorativos se instalan en
muros secos y encalados. Sus alzadas nos llegan sobre planos euclidianos, fuera
de cualquier contexto, una sequedad formal aumentada porque sus grabados no
tienen perspectivas y usan sombreados para significar profundidad. Estas distorsiones
de la realidad –o recortes: Palladio, como cualquier hijo de vecino, se
adaptaba a terrenos accidentados, hacía remodelaciones y ampliaba edificios
ya existentes– le dieron un potente atractivo tanto para racionalistas
del Siglo de las Luces como para modernistas contemporáneos. Lewis rescata
el enorme acervo de dibujos salvados por los coleccionistas de estos últimos
400 años, dibujos originales que cuentan otra historia.
Una es que los frescos que ornamentan muchos de los interiores de sus villas
no fueron agregados posteriores, decoraciones encargadas por dueños de
casa que no entendían las intenciones del maestro. En el libro de Lewis
hay un dibujo de 1550 para un interior de la Villa Godi que muestra que Palladio
planeó el fresco que luego realizó Giambattista Zelotti. Es decir,
que la rica textura de interiores era parte integral de su diseño general.
El libro también revela la preocupación de Palladio por el entorno
urbanístico de sus trabajos, muestra dibujos no usados en los Quatri
libri y diseños para obras nunca realizadas. Y permite comparar el rico
detalle de la mano del maestro con las más despojadas imágenes
de los grabados con que ilustró su libro. De ahí emerge otro Palladio,
más real sobre todo porque las reproducciones son prácticamente
de tamaño natural: el arquitecto dibujaba en hojas de apenas 25 centímetros
de ancho, que le bastaban para explicar sus ideas a los clientes y guiar a sus
trabajadores. Por desgracia, no se conservaron sus planos de obra, probablemente
destruidos por el uso intensivo. n
(The Drawings of Andrea Palladio, por Douglas Lewis, editado por Martin &
St. Martin, 317 páginas, u$s 60.00 en Estados Unidos.)
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