NOTA DE TAPA
Fotógrafo, plantador de árboles, juguetero: el carioca Chico Bicalho produce una línea de juguetes simples y sofisticados que se venden hasta en tiendas de museos y que nacieron de una caja de desechos industriales, en Nueva York.
Vienen en una modesta bolsita de plástico transparente, rematada con un cartoncito de esos que tienen un agujerito de colgar. Adentro, un microcatálogo diminuto, cuidadosamente diseñado. Como quien no quiere la cosa, uno de los juguetes más ingeniosos y simples que se hayan visto acaba de entrar en su vida.
Tanta sencillez no impide que casi seguramente la compra haya sido realizada en una de las muy pocas y muy especiales tiendas de París o Nueva York que reciben los diseños del brasileño Chico Bicalho, un hombre viajado y formado que ve las cosas con absoluta sencillez minimalista. Sus juguetes son windups, chiches a cuerda con tecnología añeja e intenciones posmodernas.
Chico (Francisco) nació hace 45 años en Río, hijo de un publicitario y de una pedagoga de avanzada. Cuenta Chico que nunca superó su temprana afición por los animales de todo tipo y nunca dejó el ecologismo que le inculcó su madre. “La cancha de fútbol de su escuela, a donde yo iba, tenía árboles por todas partes, porque nadie quería cortarlos”, rememora Chico. “Teníamos reglas bastante peculiares, y a veces había choques peligrosos...”
Después de la secundaria en el Liceo Francés carioca, Chico pasó a la Pomfret School de Connecticut, y hacia 1981 se especializó en escultura en la escuela de diseño de Rhode Island. Luego siguieron dos años de especialización en la New York University en fotografía. De la escuela, Chico pasó la vida de fotógrafo, terminando con dos años en el estudio de Annie Leibowitz en los que pasó de asistente a productor.
De sus años norteamericanos, Chico mantiene amores muy fuertes por creadores como Aalto, Rietveld, Eames, Herreshoff, Gustav Stickley, Tiffany, Stark, Richard Serra y Frank Gehry. En su panteón reinan Goya, Beethoven y el equipo que creó el Concorde.
Chico probablemente sería un fotógrafo full time –y no part time, como es ahora– si no fuera porque en 1992 terminó comprando una caja de descartes industriales en la tienda Canal Surplus, una encantadora chatarrería de Canal Street, al borde de lo que entonces era el barrio bohemio de Manhattan. Chico comenzó a jugar con las partes y produjo su primer critter con un motor a cuerda japonés y una pinza de doblar alambres.
El critter comenzó a ser mostrado y terminó comercializado en la tienda MXYPLYZYK y en el shop del museo Guggenheim. En cinco años, Chico vendió 5 mil bichos, todos hechos a mano, todos a cuerda, todos casi iguales, pero no del todo.
En 1997 fue la vuelta a Río de Janeiro, por la muerte de su padre, Caio Domingues. De vuelta en tierra propia, Chico comienza una relación de trabajo con la Kikkerland Design por medio de Jan van der Lande. Bajo esa etiqueta, en estos años creó 16 diseños (que pueden ser vistos en el catálogo virtual de www.kikkerland.com en la ventana windups).
Los robots de Chico Bicalho tienen dos niveles de disfrute. Por un lado está la extrema sencillez de sus formas y materiales, la deliberada obsolescencia de su “tecnología”, la evidente marca de lo hecho a mano. Por el otro, y aquí se enganchan los chicos, su simple diversión: el critter de la tapa baila como un borracho cuando se libera la cuerda, sacudido por su balancín de bronce que crea un movimiento excéntrico. En reposo, el robotito se para firmemente; activado, salta y gira como un beodo. Lo más grato es que hasta el pibe más escéptico de tanto superjuguete electrónico multifunción y realista estalla de risa ante lo arbitrario del juego. Estos bichos no fingen hacer nada: son nada más que juguetes.
Uno de los productos, el ZéCar, fue creado a cuatro manos con Guga Casari y tiene un rol especial. Los socios destinan el ciento por ciento de los ingresos del autito a reforestar un sector de la Mata Atlántica –el bosque natural de la costa brasileña– en Petrópolis con árboles nativos. “La peor cosa que está pasando es la pasteurización de las culturas en la globalización”, dice Chico. Sus pequeñas obras son drásticamente personales, pequeños manifiestos por lo local y lo artesanal.
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