Un libro revela una de las obras más hermosas del arte aplicado a la arquitectura, el piso de lápidas de los Caballeros de Malta en la iglesia de San Juan, en La Valetta.
› Por Sergio Kiernan
Los europeos de bolsillo sólido están disfrutando de un libraco enorme que rescata con erudición una obra de arte y arquitectura simplemente maravillosa y muy poco conocida. El libro se llama Memento Mori (Recuerda que debes morir) y en 520 páginas de gran formato repartidas en dos tomos releva y analiza el pavimento más hermoso del planeta Tierra, el que forman las tumbas de los Caballeros Hospitalarios en su catedral mayor de La Valetta, en la isla de Malta. El pavimento cubre completamente el piso de la iglesia y está formado por la acumulación de lápidas de vibrantes colores reunidas entre 1535 y 1835. El conjunto es notable además por ser una de las pocas obras “por comité” que resultó fantásticamente bien y duró trescientos años.
Los Caballeros Hospitalarios de San Juan recibieron las islas de Malta, Gozo y Comino de manos del emperador Carlos V en 1530. La orden nació con las Cruzadas con el mandato de proteger a los peregrinos a Tierra Santa, y con la peculiaridad de ser militar y a la vez monástica. Sus miembros entrenaban como caballeros de espada en mano, pero vivían en comunidad y usaban el título de “fray”, hermano. Los dos primeros siglos de la orden se fueron en combatir a los árabes sarracenos en tierra firme pero, perdida Jerusalén y los territorios de la costa, los Caballeros se mudaron a la isla de Rodas y se dedicaron a la guerra naval contra los musulmanes.
En 1522, los otomanos lograron sacar a los Hospitalarios de su isla y fue entonces que tuvieron que aceptar Malta, por siglos propiedad feudal de nobles sicilianos que ahora eran súbditos de Carlos V y tuvieron que aceptar a los nuevos inquilinos. Los malteses, una mezcla de europeos y árabes cuya lengua es una notable mixtura de gramática árabe tunecina con vocabulario italiano y préstamos ingleses, abrían una nueva era de cinco siglos en los que su principal actividad sería la guerra. A mitad de camino exactamente de la costa musulmana nordafricana y de Italia, Malta sería estratégica hasta la llegada del satélite de vigilancia y del submarino nuclear.
La primera gran prueba fue el sitio que Suleimán el Magnífico, sultán de esa superpotencia del siglo XVI que era Turquía, emprendió en 1565. Decidido a tomar la estratégica isla, Suleimán envió al general Mustafá Pasha con una flota y un ejército de 30 mil hombres a enfrentar a los 592 Caballeros y algunos miles de malteses al mando del Gran Maestre de la Orden, Jean de la Vallette. Curiosamente, La Vallette, Suleimán y Mustafá tenían exactamente 70 años. El sitio fue tremendo, la capital quedó destruida por la artillería turca y los combates fueron brutales, metro a metro. Los Caballeros resistieron como en una gesta y la llegada de batallones españoles los salvó justo a tiempo de una derrota honrosa. Fue una guerra tan dura que las armerías de los museos malteses exhiben armaduras abolladas y perforadas por balazos: no hay ni una intacta de esa época.
Terminado el sitio, los Caballeros tomaron una decisión histórica: construir una capital nueva en la península rocosa y alta que domina la Gran Bahía de Malta, justo encima de las fortificaciones verticales que habían detenido a los turcos. Así nació La Valetta, homenaje al Gran Maestre fundador, concebida como una ciudad-fortaleza. Parte del trabajo fue la construcción de una gran iglesia para el patrono de la Orden, San Juan, diseñada por Gerolamo Cassar, el arquitecto que creó la grilla de la ciudad, los ocho “albergues” para las ramas nacionales de la Orden, los fosos de defensa y la gran piazza, que todavía hoy exhibe una sistema de graneros subterráneos pensados para resistir un sitio. Cassar resultó un talento: Malta nunca pudo ser conquistada y hasta se bancó una guerra aérea de la aviación italiana y la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial, con 3340 bombardeos.
La catedral fue construida entre 1572 y 1577, totalmente en la piedra rubiona de Malta y en el estilo vagamente románico que caracteriza a los edificios de los Caballeros. Es un edificio francamente notable, refinado y con una acumulación de artefactos artísticos de media Europa que lo fueron cubriendo gradual y completamente con los siglos. Por supuesto, su elemento más notable es el famoso piso.
La tumba más antigua que contiene es la del caballero Pietro del Ponte, muerto en 1535, cuya lápida fue trasladada a la nueva iglesia. La última es la del caballero Pawlu Bertis de Portughes, maltés nativo, muerto en 1835 cuando Malta hacía 35 años que era colonia británica. En su planteo original, las coloridas lápidas estaban adosadas a los muros o los pavimentos de las criptas laterales o subterráneas de la catedral, pero en 1711 se tomó la decisión, no se sabe por qué, de transferirlas todas juntas al piso de la nave principal. Un siglo después, tampoco se sabe por qué, se reacomodaron por tamaños, formando un diseño en cruz.
También es un misterio cómo surgió la tradición de cubrir las tumbas de los Caballeros más destacados con obras de arte tan complejas. Las lápidas fueron realizadas casi en su totalidad por artistas malteses con mármoles coloridos importados principalmente de Italia, Francia y el norte de Africa. Pese a su aparente solidez, las piezas tienen apenas milímetros de ancho y varias fueron arruinadas por completo por siglos de pisadas, por la moda del taco aguja y por los borceguíes y culatas del viejo regimiento de guardia local británico, los Royal Maltese Fencibles.
Variando en estilo del barroco más lanzado al neoclasicismo más seco, las lápidas abundan en esqueletos y ángeles, y casi no hay alguna que no exhiba las armas nobiliarias del caballero enterrado. También son regulares los poemas, más o menos largos, que describen las hazañas y méritos del muerto, y las advertencias sobre la mortalidad del visitante (lo que explica el título del libro). Los artistas malteses desarrollaron técnicas de enorme realismo, usando las vetas del mármol para crear efectos pictóricos e inventando trucos como el de recalentar los mármoles amarillentos para tornarlos rojos o naranja.
Dane Munro, autor de Memento Mori, analiza el edificio en su conjunto y describe el efecto totalizador que forman piso, muros y bóvedas, todos coloridos. Hay hazañas técnicas como murales al secco pintados hace siglos directamente sobre la piedra y peculiaridades gratas, como que en esta iglesia no hay bancos ni mobiliario, con lo que se puede ver entero el conjunto de lápidas. Las fotografías de Maurizio Urso son magníficas y combinan tomas generales con detalles de cada obra. Lástima que el libro editado por MJ Publications de Malta cueste, allá, 250 euros.
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