Vie 09.08.2002
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Tribunales y el Correo

Son dos edificios de la era dorada que en su época simbolizaron progreso y crecimiento. Su estado actual es un espejo de decadencia, por lo que el arranque de sus restauraciones y puestas en valor tienen especial importancia.

› Por Sergio Kiernan

Hace un siglo, Buenos Aires y todo el país vivía un frenesí constructivo en el que se delimitó simbólicamente el espacio urbano. En la Capital, varios proyectos más o menos simultáneos empujaron la ciudad hacia el oeste y delimitaron sus bordes existentes. Por ejemplo, la Aduana y el Correo Central le entraban al espacio degradado entre el agua y la línea de construcción como verdaderos pernos que fijaron los nuevos rellenos, la nueva costa. “Subiendo”, se alzaban el Congreso, el Carlos Pellegrini, el Colón y el Palacio de Tribunales, entre otros hitos. Así como estos edificios fueron símbolos materiales de la Argentina que nacía como estado, su decadencia, abandono y mugre son indicación figurativa de su decadencia material. Y en estos tiempos de angustia, que dos de esos nudos de significado sean lavados y comiencen su restauración es una buena noticia, un gesto patrimonial y a la vez simbólico: se lavan las sedes de entidades cuestionadas.
El primer caso es el del palacio de Tribunales, en el que se hizo una prueba piloto de reparación en el paño central de la fachada sobre Uruguay con técnicas modernísimas y un cuidado encomiable. La primera sorpresa que se recibe está en el color: el edificio que se ve ennegrecido y que todos imaginamos gris, es en realidad de un subido color arena. El paño lavado y restaurado impacta por su luz y su movimiento, dejando en claro que el aire pesado, cuadrado y petiso del edificio se debe no tanto a su diseño como a la negrura del smog.
Lo que asoma hoy es un sector con un piano nobile de doble altura con tres grandes ventanales repartidos casi a la manera vitruviana, con pesadas claves, sosteniendo una franja central en la que aparecen por sorpresa decoraciones olvidadas bajo la mugre: guerreros de cara seria, leones rugientes, medallones vegetales, fascii romanos, incluyendo unos muy curiosos en el remate de cada pilastra egipcia, con aire a panal de abeja, fondo vegetal y alitas angelicales sosteniéndolos.
Allá arriba, hay una guarda con un curioso motivo romano probablemente único en el país. Son calaveras de vaca con guirnaldas, alternados con escudos a la manera goda con hachones cruzados. La gran mansarda es un festival, empezando por sus tejas de un cálido rojo terracota que les sirve de fondo a cinco ventanales pedimentados sostenidos por columnas estriadas. La base de este conjunto está decorada con conchillas romanas, más fascii –estos convencionales– con sus hachas, medallones ducales con vuelos florales y, en cada extremo, cartelas grises con la palabra LEX. El remate es la típica barandilla romana con la cruz doble.
En medio de esta claridad asoman las maderas de las ventanas, jamás pintadas. Viendo el color verdadero de la fachada, se entiende el buen gusto del planteo. Lástima que se pintaron las celosías del proverbial color cremita, tono anacrónico que jamás se hubiera usado en el original. Para apreciar el buen trabajo hecho basta mirar el resto del edificio, que es un verdadero catálogo de patologías con sus verdines, sus molduras carcomidas, sus parches y sus toldos destrozados.
El proyecto tuvo la asesoría técnica de los arquitectos Magadán y Otero, y muestra la mano entrenada en Europa de la restauradora Cristina Lancelotti. Como la fachada no resistiría un lavado de alta presión, se usó una técnica italiana de agua nebulizada que se usa en Roma para tratar edificios de gran antigüedad. Previo relevamiento técnico, se restauraron y consolidaron las decoraciones y se reconstruyeron con mezclas de Tarquini las muchas partes insalvables. Como restaurar el palacio entero es un presupuesto grande, se decidió realizar esta prueba piloto antes de tomar el compromiso.
Si Tribunales resultó color arena, el Correo Central es gris, nomás. Con dos fachadas terminadas –la principal y la de Corrientes– y una a medio hacer, es posible sacar algunas conclusiones. El palacio muestra ahora mucho mejor sus juegos de colores, el basamento de piedra gris, la planta baja con grandes aberturas de herrería, la fachada que sube y sube con suscerramientos estrechos y altos y su elegante columnata central, entre el tercer y cuarto pisos. El movimiento ascendente se detiene en las mansardas negras y en su importante cúpula.
Es un edificio menos decorado: algunos medallones, un vaso en cada esquina, el escudo nacional integrado a la fachada. No se puede dejar de observar que las plantas bajas siguen mostrando verdines y adhesiones de hollín, como si el trabajo estuviera sin terminar.

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