CON NOMBRE PROPIO › CON NOMBRE PROPIO
Diana Schufer reproduce cartas y poemas de amor en sus sábanas. Un ejemplo de arte para usar.
› Por Luján Cambariere
Me quiere mucho, poquito, nada. Te amo desde el primer instante en que te vi. Vos hacés mi mundo girar. Hasta que la muerte nos separe. Para Diana Schufer, el amor es el motor que mueve el mundo y eje de todas las relaciones humanas. Desde las personales y familiares a las laborales. Porque se lo tiene, porque se lo tuvo, porque se lo desea, añora, idealiza. Y habla con conocimiento de causa, ya que antes de diseñadora y artista, ella se recibió de psicóloga, profesión que ejerce al día de hoy. En paralelo, desde hace ya diez años, estampa sábanas con cartas de amor. Piezas que recorren el mundo abrazando cuerpos con las más diversas intenciones, pero sobre todo demostrando el valor por lo artesanal y los utilitarios de artistas.
En el caso de Schufer no se las lleva el viento porque ella las plasma en su obra. “Tenía ganas de hacer algo más creativo además de mi trabajo en el consultorio, y en el ’84 me metí en el taller de dibujo y pintura de Kenneth Kemble. Desde ese instante se abrió otra carrera para mí. Desde las primeras muestras que hice en el ’86 vendí y sobre todo me apasioné con ese ida y vuelta que generan mis obras”, cuenta Schufer.
Empezó con cuadros –visiones macro de pedacitos de pájaros que ampliaba “utilizando el recurso de llegar al todo a través de una ventanita, de meterse por algún lado, de ver en lo chiquito otra cosa, descubrir lo que de entrada no se ve”, algo muy propio también de la terapia, y en poco tiempo llegaron las sábanas. “Al comienzo el único espacio que tenía para pintar era el consultorio. Así que tenía que estar sacando los cuadros cuando llegaban los pacientes. En el ’89 me mudé a un taller propio y ahí empecé de lleno con la obra. Particularmente con instalaciones. Las primeras sábanas son del ’94 de una muestra que llamé Cartas y camas de amor”, detalla.
Y continúa: “Tenía muchas ganas de trabajar con el discurso amoroso, pero no me daban los cuadros, no me daba pintarlo. Estuve mucho tiempo pensando cómo materializar la obra hasta que llegué a este soporte. En una de las primeras instalaciones armé siete dormitorios con siete camas de dos plazas. Como una especie de laberinto donde cada una tenía proyectada una carta de amor que caracterizaba diferentes tipos de relaciones amorosas, desde las más pasionales y eróticas hasta las más mentales, poéticas y esas en las que no hacen falta las palabras”, relata.
Sus distintas apuestas se dieron cita en el Centro Cultural Recoleta, el Palais de Glace, el Centro Cultural Borges, la Fundación Banco Patricios y hasta la Bienal de La Habana (allí presentó una cama que funcionaba como fuente de los deseos, donde la gente escribía sus propias cartas). Y en el ’95 las transformó en producto. Sets de cuatro piezas serigrafiadas en ciento por ciento algodón, firmadas y numeradas. “Cada set está cortado, cosido y estampado uno por uno en un proceso totalmente artesanal. Fondo blanco y letras en negro, bordó o azul. El packaging también es artesanal. Y hasta las vendo yo misma. Es que me divierte saber de las historias que se producen a través de este objeto tan amoroso que se regala a alguien especial. Hay situaciones de mucha confidencia, que finalmente es lo que hago en el consultorio. Y en todo este tiempo no dejo de asombrarme. Me sorprende que muchos de mis clientes sean hombres que eligen esta forma de decir ‘te amo’ tan grossa, los que las compran para enviarlas a amores por el mundo y también tengo cosas de enamorados después de veinte años de casados”, señala.
Es el tema. Son siempre cartas de amor que redacta con experiencias propias y ajenas. “De nuevo, otro claro vínculo con el consultorio y con la vida misma, porque a mí me parece que el amor es el gran tema. La gente no se queja de otra cosa. O sea, básicamente, todos hablamos de problemas con los hijos, con los padres, con la pareja que siempre tienen que ver con la estima y el propio valor de haberse sentido lo suficientemente queridos. Entonces, voy por acá o voy por allá, pero es siempre lo mismo. Siempre terminamos hablando del amor. No sé si hay otro tema. Si me quieren, si no me quieren, cómo lo expreso y las mil y un dificultades en el discurso.”
Y así, a través de sus piezas, sigue reflexionando. “Tengo sábanas con textos más eróticos y otros más poéticos o románticos. Y si tengo que ser sincera, la gente pide más lo literal. Un: ‘Te amaré toda la vida, te amaré toda la vida, toda la vida te amaré’. Una carta tiene ese texto. Pensé que en un punto era muy asfixiante y finalmente es la que más vendo. Eso me hace pensar que tal vez en el amor siguen siendo necesarios los textos obvios. De hecho no hay forma de reemplazar un ‘te quiero’ o un ‘te amo’. Incluso en estas épocas de amores líquidos, de transformación, uno necesita sentir que el amor es eterno. Por eso las palabras son siempre las mismas.” Y en un tiempo en el que el cartero no toca la puerta, la declaración puede venir en este tipo de encomienda.
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