Los pobladores de un muy pequeño pueblo de Jáchal, en San Juan, acaban de ganar una batalla por la preservación de una pieza más que esencial de su patrimonio. Los lugareños evitaron, nada menos, que por acto administrativo le cambiaran el nombre a su pueblo. Les tomó dos años, pero ganaron.

El pueblito de adobes en el norte sanjuanino tiene uno de esos nombres encantadores que solían abundar en el país. Gran China fue fundado a fines del siglo XIX y nadie sabe exactamente por qué recibió semejante nombre. Una leyenda local dice que el poblado surgió alrededor del almacén de una mujer, una china impactante, por lo linda o por su tamaño, que terminó siendo el referente. Uno iba para lo de la china, o la china grande, o la Gran China.

Gracias a nuestro editor extraoficial Jorge Cohen, uno se entera de que en 2004 se apareció un buen día un grupo de concejales de Jáchal, cabecera de partido y único gobierno local, con un monolito. Hubo una pequeña ceremonia y los pobladores de Gran China se desayunaron con que su pueblo pasaba a llamarse Gremialista José Espejo por orden superior. “Aunque no somos estudiados, no nos van a poder llevar por delante tan fácil”, explicó Florencio Riveros, vecino viejo, pequeño campesino y de los más enojados con el abuso burocrático. El pueblo se pasó dos años juntando firmas, mandando petitorios, cortando rutas y mandando piquetes a la capital local, hasta que hubo que llamar a una consulta popular que, previsible, decidió mantener el nombre. Como recuerdo de la batalla, queda en el muro de adobes de una casa en la calle principal, una bandera de chapa con la frase “Calle Gran China. ¡Viva la Patria!”.

En el mismo siglo en que fue fundado este poblado hubo una epidemia de decisiones burocráticas por el estilo, donde pueblos con nombres tradicionales como Cristiano Muerto pasaban a llamarse James Craig. En esos tiempos no había consultas populares y todo era por decreto iluminado. ¿Y si hubiera consulta popular por las torres en los barrios porteños?