La Sociedad para la Preservación de la Arquitectura de Moscú acaba de hacer una grave denuncia: la capital rusa está a punto de ser destruida por las demoliciones constantes y la ínfima calidad de las “renovaciones” de edificios. “Ninguna otra ciudad europea, excepto en tiempos de guerra, fue sujeta a semejante devastación, para hacer fortuna rápidamente”, dijo la Sociedad en un informe publicado este miércoles. El informe explica que cientos de edificios del siglo 19 y 20, y varias obras maestras de la arquitectura soviética, fueron destruidos para construir edificios nuevos sin el menor valor arquitectónico y con materiales pésimos.
Si esto suena familiar a oídos porteños, el mecanismo por el cual se destruyen edificios catalogados en Moscú también lo será. Básicamente, no hay un sistema de planeamiento claro, con lo que los vecinos se enteran de las demoliciones cuando empiezan. Tampoco hay castigos claros y efectivos para los que destruyan un edificio catalogado. Según el diario británico The Independent, la historiadora del arte Anna Bronovitskaia explicó que el standard de calidad de la construcción actual es muy bajo, se vandalizan y rompen edificios irremplazables con impunidad y se intenta ocupar cada lote posible con una megatorre. Según parece, la idea es que Moscú preserve apenas una zona central, alrededor del Kremlin, y el resto sea demolido y cubierto de estacionamientos.
Y hasta en las zonas protegidas la situación es grave. Quienes recuerden el Moscú de Yeltsin vieron una ciudad cachuza y sucia, pero dueña de interminables masas de edificios de primera agua, increíblemente coherente. La razón es muy simple: la mayoría del viejo Moscú, la inmensa aldea de izbas de madera y galpones, ardió en 1812 ante las narices de Napoleón y fue reconstruido con cierta rapidez en los años posteriores. Es por eso que quien caminara desde la Plaza Roja a lo largo de la Terskaya y pasando la plaza Pushkin se perdiera en las callejas laterales, se encontraría con kilómetros enteros de arquitectura italianizante a la rusa –colores pasteles, ornamentos depurados–, evidentemente contemporánea.
Hace un par de décadas, estas zonas se estaban poblando de sedes comerciales y empresarias, con empresas que compraban y restauraban estas casonas. Hoy, los barrios viejos son arrasados o arruinados por pseudorréplicas de su arquitectura, totalmente fuera de escala y con materiales absurdos.
En el último año –dice la Sociedad–, se perdieron docenas de edificios de inmenso valor patrimonial, incluyendo la casa de madera más antigua de la ciudad, una rara sobreviviente del incendio napoleónico. Y como para que las comparaciones se pongan francamente incómodas, hasta hay un escándalo con un teatro famoso, el Bolshoi. Como el Colón, el célebre teatro andaba necesitado de arreglos mayores y fue cerrado en 2005 para comenzar los trabajos. Como el Colón, las obras tenían que estar terminadas en mayo, pero su fachada sigue cubierta por un andamiaje ya oxidado; los interiores fueron vaciados y nadie sabe cuándo se completarán los trabajos.
Si los moscovitas tratan así a su bello y muy famoso teatro, qué les puede quedar a arquitecturas menos conocidas o queridas. La Sociedad está más que alarmada con las piezas constructivistas que todavía no fueron demolidas, pero están en riesgo. El constructivismo fue un movimiento modernista de la primera época soviética que sobrevivió a la represión de las vanguardias bajo el estalinismo. Una razón fue que tenía un fuerte énfasis, como la Bauhaus, en la vivienda colectiva y varias de las piezas sobrevivientes son justamente experimentos en vivienda comunal como el complejo Narkomfin. Este barrio está en un estado tan lamentable que se teme que se derrumbe solito, ya que el ambicioso plan de renovación lleva años cajoneado.
El eje de todo este proceso es el eterno intendente de la capital rusa, Yuri Luzhkov, que gobierna la ciudad desde 1992. Luzhkov es un político de amianto y un entusiasta de la modernidad entendida a la Miami. Privatizador a ultranza, amigo de los autos y el neón, el intendente transformó la ciudad oscura y tristona de antaño en una megalópolis capitalista impactante y bastante guaranga. Un costo de esto fue la explosión de construcciones berretas, en particular durante la burbuja inmobiliaria que se acaba de pinchar con la crisis mundial. Se construía cualquier cosa en cualquier lugar, y el código de edificación jamás fue tomado muy en serio en una industria dominada por la mafiya. Para dar una idea, la mujer de Luzhkov, Yelena Baturina, es la mujer más rica de Rusia e hizo una fortuna de más de mil millones de dólares justamente en el rubro de la construcción...
La Sociedad publicó un informe similar hace dos años, que tuvo un efecto bastante notable. Hubo una pausa en la demolición de edificios catalogados y hasta se hicieron algunas audiencias públicas para que los vecinos opinaran. Luego todo fue quedando en la nada y la destrucción sistemática de la ciudad sólo se frenó un poco por la falta de capitales para invertir.
Lo peor del asunto es que Moscú marca el ritmo del país y hasta el increíble patrimonio histórico y arquitectónico de San Petersburgo, la vieja capital zarista y uno de los conjuntos urbanos más hermosos del mundo, está en peligro. Ni el planeamiento soviético, amigo del monoblock y la supertorre, se animó a meterse en la ciudad vieja, la de los canales, las grandes plazas y los palacios. Pero ahora, entre las cúpulas y los pedimentos asoman edificios cuadradones como los que le gusta construir al arquitecto Alvarez.
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