En Gurruchaga al 600 están por destruir una casa muy bonita, de un tipo que ya es de colección en esta Buenos Aires de especuladores. Quien se acerque verá una casa larga de frente alto en símil piedra, vagamente francesa en ese francés porteño, con dos altos ventanales con balconcito y una puerta de madera trabajada y banderola que promete un zaguán de mármoles o de mayólicas. La casa se ve baqueteada pero entera, y sería una más si no fuera por lo que tiene en el lote de al lado. Con dos grandes pilares, reja doble y muretes altos, la casa anuncia que no sólo se estira en patios sino que tiene un hermoso jardín lateral.

Muy por encima de esto asoman los árboles, una palmera imperial, otra de cocos, varias frondas añosas formando una isla de sombra fresca en un día de calor. Es una quinta urbana en pleno Villa Crespo, que ya cumplió su siglo y ahora va a desaparecer, otro caso de eutanasia urbana. La va a reemplazar un edificio derivativo, aburrido, de ese modernismo vegetariano que ni totalitario parece. Tan mediocre es que cumple con la regla de exagerar en el marketing: alguien le inventó el nombre de “Queen Gurruchaga”. Tiene quince pisos con retiros, toma tres lotes –la casa, el jardín y un taller mecánico al lado– con cocheras y “modernidad, diseño innovación”. En el render del cartel no se ven ni rastros de las palmeras.

A la pregunta de cómo pudo el Caap “desestimar” una tipología urbana ya tan escasa se le suma la de cómo se puede autorizar un edificio de semejante tamaño en una calle de barrio, lejana tres cuadras de la avenida más cercana. Ya se sabe que englobar parcelas permite abusos de este tipo, pero quince pisos en la tranquilidad de Gurruchaga y Velazco promete complicaciones. Como los que construyen no pagan el impacto ambiental ni el que tiene su bodrio en la infraestructura del lugar –otro subsidio a la industria– éstos también harán lo suyo y se irán, dejando la zona un poco más saturada, más degradada.