CINE OTRA MIRADA
Animarse a más
De pronto el documental tuvo su día de gloria, y apareció esa extraña criatura de Albertina Carri, llamada Los Rubios, para reformular las claves del género. Carri eligió contar su relato como hija de desaparecidos más allá del canon establecido: representó con playmobil “la desaparición”, se puso una peluca rubia, hizo hablar a su doble (Analía Couceyro) y construyó un diario de su propia memoria, que incluye el testimonio de la familia, los amigos, su recuerdo personal y hasta la voz de la vecina desentendida que se refiere a “esos rubios” y da título al fin. En cualquier caso, la clave de los nuevos documentalistas fue cambiar de pronombre: si el género miró desde el lugar del tercero “objetivo”, la nueva generación viró a la primera persona. El giro no es trivial. Así llegó Yo no sé qué me han hecho tus ojos, una crónica del misterio de la cantante de tangos Ada Falcón narrada por el propio Wolf en clave de policial negro. Ulises Rosell hizo lo suyo en Bonanza, y creó un retrato emotivo de un excéntrico personaje siempre en la línea del documentalista involucrado (amigo, detective o huérfano, pero siempre dentro del relato). En el plano de la ficción, la extrañísima El juego de la silla, de Ana Katz, fue un aporte a la construcción de retratos de familias alocadas, y la comprobación de que allí adentro, en cualquier living, pasan cosas muy raras. Damián Szifrón dejó por un rato su cómodo lugar consagratorio en la ficción televisiva con Los Simuladores, y estrenó El fondo del mar, mismo formato de relojería para contar la historia de un celoso compulsivo que imagina y ve comprobadas las certezas del desvarío. Como todo paranoico grave, Daniel Hendler, el protagonista, se dio cuenta de que siempre tenía razón. Szifrón nunca corre riesgos: esta historia de fantasmas que se corporizan tiene todo lo que hay que tener para atrapar (intriga, estrellas) y sin embargo podría correrse, al menos por un ratito, de cierta fórmula. Diego Lerman, en tanto, llevó al largometraje su corto La prueba, basado en la novela de César Aira, y llegó Tan de repente que, además de contar una exquisita historia de rutas y animarse al affaire lésbico, consagró a una revelación: la actriz Tatiana Szaphir. Ezequiel Acuña brilló con Nadar solo, su historia iniciática adolescente, y recuperó los ecos de una atmósfera salingeriana. Pero, tal vez, la mejor de todas, fue la que no llegó a las salas: Ana y los otros, la postergada ópera prima de Celina Murga, sólo pudo verse en festivales y anticipó lo que pronto vendrá: una crónica sutil sobre el regreso de una veinteañera a su pueblo de provincia para reencontrarse con sus ex compañeros de colegio.