Jueves, 22 de abril de 2004 | Hoy
HISTORIAS (NO TAN) MINIMAS DE UN FESTIVAL QUE YA TERMINA
Los angeles, los visitantes, la competencia, las fiestas. También las películas que quedan por ser vistas, de aquí al domingo. Y un posible recorrido para conocer el buen cine oriental. Todo a precio de miércoles.
POR MARIANO BLEJMAN
n€Sobre los ángeles (y sus apóstoles). El ángel no
sólo cuida su mortal, además debe hacerlo sin ser visto. Los ángeles
del Bafici dan vueltas con los invitados internacionales (periodistas, directores,
productores), pero sin aparecer. Logran que lleguen puntualmente a la emisión
de los films, se aseguran la comida, el hospedaje, el traslado y... bueno, todas
las otras cosas que piden los invitados. No muchos festivales en el mundo tienen
este singular sistema: más de un extranjero sigue sorprendido. Un puñado
de jóvenes –la mayoría mujeres– se encarga de que
los invitados no tengan más que aportar su presencia. Hacen también
de confidentes ocasionales, y son el nexo entre el ilustre y Buenos Aires a
un módico precio: ellos saben qué invitado se pasa de rosca, cuál
necesita provisiones, reciben pedidos y viven anécdotas. Las cuentan,
pero evitan nombres: aquel europeo que llegó a Ezeiza y dijo equivocadamente:
“Voy a la calle Abasto”. Resultado: cuatro horas de viaje en taxi,
por la ciudad. O el director japonés furioso por tener que esperar...
una hora menos en el aeropuerto al regresar. O los pedidos extraños de
un director alemán: preocupadísimo por el sonido de su film, del
cual sólo se oía el ruido ambiente (eran planos secuencia de casas,
durante una hora y media). Película sugerida para la ocasión:
Los Angeles Plays Itself.
Sobre las fiestas. Festival viene de fiesta; y el Bafici tiene una cada día.
El primer día, miércoles, en el Garage de San Telmo. Allí,
el Zapa (Jorge Román, protagonista de El Bonaerense) se encuentra con
la alemana Ilse Hughan del Festival de Rotterdam. Ilse le da un beso bien alemán
y le dice que tiene que viajar a su país. El Zapa se ríe afeitado,
acaba de sacarse un inmenso bigote que llevaba dos semanas atrás en la
filmación del chileno Alex Bowen, donde hacía de oficial del Ejército
Argentino. Pero iba a ser sólo el comienzo (de las fiestas): la segunda
en Fin del Mundo, San Telmo. Una lluvia atronadora arrincona a la gente dentro
del local. Un productor francés, decididamente borracho, se acerca y
arroja al oído una serie de preguntas sobre el cine nacional. Se le recomienda
La quimera de los héroes. El viernes, la fiesta se llama “Rejtman”,
en honor al argentino, y se hace en Kika; el sábado y el domingo en Niceto,
ésta muy electrónica. El lunes, auspicia la Embajada de Francia
con invitación especial: hay que saber francés, o tener amigos
del palo. Pero el martes hay recambio: fiesta tango en el Piazzolla tango (for
export, pero necesaria). El miércoles la joda se llama “Fiesta
cine argentino” en Urania, donde los locales –o lo que va quedando
de ellos, después de días de cine– se prenden aferrados
al fernet y sucumben. Quedan fiestas: hoy en Cocoliche (Rivadavia 878), mañana
en La Cigale (25 de Mayo 722). Y la última, el sábado, pero con
invitación. Película para la ocasión: 12 fotogramas de
una fiesta.
Sobre las pelis. “¿Qué viste?”, es la pregunta top
del Bafici. Quien responde dice un título y levanta el pulgar o lo baja
seguido de un “me gustó”, “una porquería”,
o “bah, no sé, fijate vos”. No importa quién esté
al lado, un conocido, un recién llegado o un cinéfilo empedernido.
Este tipo de diálogo se produce en el interior de los cines, sobre todo
en el Abasto. Aunque el Cosmos, el Malba y el América –¡incorporado
a la causa!– no quedan atrás. Después de una semana de cine
intenso (aquel que haya visto más del 10 por ciento de la programación
de 250 films podrá sentirse privilegiado), uno puede observar cómo
las imágenes van adosándose a la retina espesa, como esas capas
vegetales prendidas a un wok recalentado. Después de la décima,
la noción de realidad comienza a perder sentido y también paciencia.
Para entonces, es difícil saber si la genial Zatoichi de Kitano incluye
escenas rusas de Koktebel, si el checoslovaco Faroki es realmente alemán
y está aquí desde el festival pasado, o si una de las películas
de Heinz Emigholz (no diremos cuál) es un delirio inconmensurable carente
de sensatez o es, en cambio, la versiónaudiovisual de una revista de
decoración. Otro tipo de comunidad se vive cuando se transita por Route
181 (imperdible film de cuatro horas y media por Israel-Palestina). Al fin,
tanto cine se vuelve confuso y queda como consuelo el programa marcado: tal
vez la gente no recuerde películas, ni directores, sino apenas horarios
de función y las incorpore al inconsciente bajo la noción de “cultura
general”. Film: Si es martes debe ser Bélgica.
Sobre el glamour (no televisado). Evidentemente, la televisión local
no encuentra cómo cubrir el Bafici. Necesitan, se sabe, figurones que
llenen el aire sin tener que explicar demasiado. Y ahí eso es pura ausencia.
Apenas andan los muchachos de canal á, en su gesta. El resto del glamour
corre por cuenta de la casa. Un momento top: el sushi y el vino de marca provistos
para la comitiva –nunca mejor usada la palabra– acreditada, que
cada día los degusta desaforadamente a las 18.30. Algunos periodistas
amenazan con plantar una carpa en el hall del Abasto, o en su sala de prensa
o en los puntos de encuentro, da lo mismo. Durante 12 días, viven en
el festival más que en sus casas. Algunos del público se jactan
de records: 6 a 7 películas por día. Los extranjeros, en cambio,
disfrutaron de su momento “argentino” (tango lessons) en La Viruta
o en el Torquato Tasso, all inclusive at 22 hours. Otro top: el hall central,
verdadero centro de reuniones, ideal para armarse una guía confiable.
Película sugerida: Happy End o, mejor, Never Ending.
CINE ORIENTAL, TODO
UN ESTILO
Ojos
bien rasgados
POR E.G.
Como en todas sus ediciones, el Festival ofrece un amplio repertorio de posibilidades
para ver un cine que no se parece en nada (o apenas un poco) al cine exhibido
durante el resto del año. También se mantiene firme a la hora
de mostrar lo nuevo de la vasta producción oriental. El público
responde: así como se agotaron las entradas de todas las funciones de
Zatoichi, de Takeshi Kitano, más de 1200 personas llenaron el domingo
el recuperado cine América para ver Doppelgänger, la última
película del japonés Kiyoshi Kurosawa, una historia de dobles,
que roza el terror para convertirse en una particular comedia.
En competencia, se presentaron: desde Singapur, 15 (Fifteen) del joven Royston
Tan, un film sobre pandillas de adolescentes que preferirían encontrar
un buen lugar para suicidarse. Pero mientras eso pasa, esperan y viven: se acompañan,
se pelean, se drogan, se tatúan, cantan y se perforan la piel para hacerse
piercings. Desde Corea del Sur llegó Save the Green Planet!, de Jeong
Jun-Hwan, una tragicomedia sobre un joven perturbado que secuestra a un ejecutivo
de un laboratorio por considerarlo “extraterrestre”.
Pero lo mejor de Oriente, ambas dentro de la sección “Soledades”,
fueron las taiwanesas Goodbye Dragon Inn, la nueva película de Tsai Ming-Liang
(el mismo de El río y Vive l’amour) sobre la última función
de una vieja película de artes marciales en una desvencijada sala de
cine, poblada de fantasmas y de hombres que se escapan de sus butacas para buscarse
y encontrarse en la oscuridad de los corredores o en la opaca luminosidad del
baño. La otra, opera prima de Lee Kang-Sheng, actor fetiche de Tsai Ming-Liang,
es The Missing, una maravillosa película sobre una abuela que pierde
a su nietito en un parque. Mientras, un adolescente que se refugia en un cyber
para asesinar en red, también siente, al volver a su casa, la angustia
de perder a su abuelo.
Queda por ver buen cine oriental. Hoy: All Tomorrow’s Parties (Yu Lik-Way, Hong Kong), a las 15 en el Hoyts 10. Invisible Light (Gina Kim, Corea del Sur), a las 16 en Cine América. Viernes: Sympathy for Mr. Vengeance (Park Cahn-Wook, Corea del Sur), a la 0.30 en el Hoyts 11. Sábado: Darkness Bride (William Wai Lun-Kwok, Hong Kong), a la 0.30 en el Cosmos. Domingo: Shara (Naomi Kawase, Japón), a las 17.45 en el América. Barren Illusions (Kiyoshi Kurosawa, Japón), a las 23.15 en el Hoyts 11. Gozu (Takeshi Miike, Japón), a las 23.45 en el Hoyts 9.
Ultima oportunidad
POR MARTIN PEREZ
Uno de los secretos para poder disfrutar del Festival de Cine porteño
es olvidarse del Abasto. Porque si no tuviste la precaución de comprar
entradas anticipadas, lo más seguro es que ya no queden las entradas
más codiciadas. Pero en el Cosmos, la Lugones y especialmente el América
suelen conseguirse entradas para las funciones diarias. Por ejemplo, esta noche
en el Cosmos exhiben Festival Express (a las 23.45), un documental registrado
durante una gira de The Band, The Grateful Dead, Delaney and Bonnie, Janis Joplin
y otros. Su responsable es Bob Smeaton, más conocido por haber dirigido
The Beatles Anthology. Mañana viernes es un día para atreverse
y atacar el América para una película de competencia con título
prometedor: All Tomorrow’s Parties (a las 16). El sábado, también
en el América, se exhibe la argentina Parapalos, una película
de Ana Poliak (a las 15.45). En el Cosmos, a las 21.45, es el turno de una obra
maestra del documental llamada Red Hollywood, sobre los artistas de Hollywood
denunciados por comunistas. Para el domingo al mediodía (a las 13) hay
que volver al América porque es la última función de Wanda,
un clásico inhallable de Barbara Loden. Quienes se atrevan a una joya
del documental casero de ¡288! minutos (4 horas y 48 minutos), vayan a
buscar entradas a la Lugones (a las 17) para ver While I Was Moving Ahead Occasionally
I Saw Glimpses of Beauty, una película con título de álbum
de post-rock. Por último, habrá que estar atento a la "película
sorpresa" (Zatoichi, de Kitano va en el América a las 20.15), y
el que quiera finalizar su festival de la mejor manera que se atreva a Primavera,
verano, otoño, invierno... y primavera, del extremista sentimental Kim
ki-duk, que se exhibe a las 23 en el Cosmos. Después no digan que no
les avisamos.
Cine América: Callao 1057. Cine Cosmos: Av. Corrientes 2046.
Sala Leopoldo Lugones: Av. Corrientes 1530, piso 10.
De cómo la cagaron
POR M.P.
Una de las grandes sorpresas del Festival de Cine Independiente es Live Forever,
un documental de la BBC presentado como una crónica del britpop, pero
que en realidad narra el ascenso y caída de Oasis como ariete de aquel
rock británico de los noventa que quiso conquistar el mundo. La sorpresa
fundamental es que es un documental lleno de teorías sobre un grupo que
se llevó por delante casi sin sutilezas a toda la escena que lo rodeaba,
Blur incluido. O, mejor dicho, especialmente a Blur. De lo que se habla es de
Oasis como el rock chabón inglés, ese que brilló entre
la muerte de Kurt Cobain y la muerte de Lady Di, entre la desaparición
de los Stone Roses y la aparición de Robbie Williams. Con la música
apenas indispensable, Live Forever seguramente defraudará a quienes vayan
esperando ver una amplia recorrida por la escena del britpop de la década
pasada. Apenas si aparecen P.J. Harvey o Radiohead, Massive Attack está
pero es casi como si no estuviese, y en cambio hay una larga entrevista con
la cantante de una banda intrascendente como Sleeper. Pero ésa es la
clave: lo que importa no es tanto es escalafón sino lo que se diga, y
la cantante de Sleeper tiene cosas interesantes para decir. Como también
las tienen Jarvis Cocker, Damon Albarn y, especialmente, los hermanitos Noel
y Liam Gallagher. Con una sinceridad pocas veces vista en una entrevista a una
estrella de rock, admitiendo culpas y errores cada uno a su manera, sus cuatro
voces diseccionan ascenso y caída de una escena que está muy bien
ubicada histórica, geográfica y políticamente por el documental
firmado por John Dower, y en el que la gran voz periodística es la del
mítico Jon Savage, que pese a eso también se permite un toque
de candor al asegurar que lloró cuando un single de Oasis llegó
al Nº 1 en ventas. Castigando con ganas a Tony Blair, y cargando también
un poco excesivamente las tintas contra Albarn, Live Forever emociona, hace
pensar y recuerda aquella clásica frase del final de Busco mi destino:
“We blew it”. O sea: “La cagamos”. Pero... qué
bien que la pasamos mientras duró.
Live Forever se exhibe mañana a las 23.15, en el cine América
(Callao 1057).
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