Jue 01.07.2004
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KARAOKE PORTEÑO: CUANTO PEOR, MEJOR...

¡Cualquiera!

Una moda del momento: por la ciudad florecen lugares y practicantes de unos rarísimos “karaokes revisitados”. Así aparecieron el bailaoke, el DJ Quick y el grupo Qué Out. Todos ensayan una defensa apasionada de por qué vale la pena, y es mucho mejor, el desafinado.

POR JULIAN GORODISCHER
El Chino es malísimo: te apura, te empuja, te dice que no hay más de lo que querés comer.“Más bajo”, grita el Chino a Lara Correa, fundadora de los Karaoke con Estilo que viene al restorán China Town (en Angel Gallardo y Corrientes, pleno Villa Crespo), a entrenarse. Aquí, pese a todo, se puede cantar, con fondito de pantalla de veinte pulgadas que ofrece paisajes de muralla china o salida del college oriental y subtitulado para el Rock & Pop. Todo ayuda para acompañar el hit de Britney o Madonna, el que Lara representa con coreo incluida, viserita de rapero, voz agudísima y vocación de maestra de ceremonias. Tal vez como una moda post Perdidos en Tokio (donde aparecía como la más masiva costumbre urbana en Medio Oriente), o como el sino de los tiempos en la era del estrellato de personas comunes, los integrantes de Qué Out –el grupo pop que fundó Lara– y otros falsos cantantes copan el salón para improvisar. Una nenita se tapa los oídos.
El secreto es hacerlo mal, que suene desafinado. “No importa cómo suene –dice Lara–, pero hay que democratizar el show. Te hacés estrella por un minuto, jugás a ser un ídolo pop.” Ella le descubrió el gustito en el 2002, durante las Veladas Terraza que organizaba el DJ Fabián Dellamónica, improvisando covers de The Smiths con otras chicas modernas, peleando un turno con Ale Sergi, de Miranda!, o con la cantante Eloísa López, público y artistas homologados en el cuartito de atrás. En esas reuniones extrañas, pasados de ponche de mango, nació la idea de Qué Out, grupo orgulloso de su cualquierismo –dicen–, más preocupados por la performance teatral que por un estándar de calidad musical. “Qué Out surge de un karaoke –dice Lara–; conseguimos las pistas en Internet, abrimos el espectro de los temas típicos que se cantaban hasta el momento.” La banda se presenta en vivo, en aparición repentina del karaoke profesionalizado, y también ofrece sus shows participativos en fiestas y reuniones, ahora en la Divos y Divas (el próximo sábado desde la una en El Dorado).
A veces, surgen algunos problemitas. Recuerda ella: “En un karaoke en las fiestas Brandon, pusimos una ducha para que cada uno reconstruyera la escena del canto bajo el agua. No previmos que se podían electrocutar”. Más precavidos, asumen sus propias limitaciones. “No vamos a avanzar en el plano musical –dice Nicolás Cano, su coequiper–, pero podemos seguir explorando en lo actoral.” Para ofrecer variaciones al canon clásico, Lara y Nicolás crearon el último grito en karaoke revisitado: el bailaoke, que consiste en exhibir coreografías por turnos. En sus presentaciones en La Nave de los Sueños hubo imitadoras de Britney, bailarinas con plumas, raperos que se pararon de cabeza y hasta parejas de tango, en un pastiche que abre la gama y fomenta el cruce entre los géneros.
El Chino regresa con el gesto del tirano. Viene a paso rápido, baja el volumen, refunfuña, y casi interrumpe el entrenamiento. Aquí, en China Town también practica la última adquisición de la escena karaoke porteña, la música y periodista Silvana Glam. Ella introduce la tendencia europea en el panorama de pistas y desafinados: el Dj Quick, una variante sofisticada que incluye el mezclado al modo artesanal de una base de popjaponés al que agrega su propia voz y el sonido del xilofón durante sus presentaciones en vivo. “Se me ocurrió sola, y después me enteré de que era un boom internacional –dice Silvana–. La intención es reflejar lo que hacés en tu casa cuando pasás un disco que te gusta. Y elijo el pop japonés porque es un género con el que tengo afinidad; algunas personas dicen que parezco un animé...”
¿Pero por qué restringirse al panorama de fiestas? En el local de Florida y Córdoba, el karaoke para oficinistas se impone como un pico del After Hour. Frente a la pantalla, el tipo tendrá que cantar una entre quinientas opciones, ayudado por el subtítulo y la chica-contratada-a-tal-fin que emparcha cuando llega el gallo. Es el papelón más buscado del microcentro, el momento en que se agolpa una pequeña masa para seguir de cerca al desubicado, que argumenta “la necesidad de descargar” (dice Alfredo, recién salido del BankBoston). Para foguearlos –según se vio en el canal Ciudad Abierta, del Gobierno de la Ciudad–, Sergio Pángaro, de Baccarat, enseña karaoke a ejecutivos, los hace cantar a Frank Sinatra y a Elvis haciendo hincapié en todo menos en la música. Cómo mover los brazos, qué gestos poner, cómo dirigirse a la señorita que espera: ejes de una performance que no discrimina, pero aturde. El Chino no entiende de eso, cada vez que pasa cerca de Lara Correa y se tapa los oídos, con toda la mano y el codito bien arriba para que le quede claro su desprecio. Por un minuto, las voces llegan de todos los cuartitos y salones del China Town y se unen en un agudo que, sin exagerar, puede reventar un florero. Un objeto acaba de caerse. El Chino bufa, molesto por la invasión, melancólico de las veladas con nada más que orientales antes de que el karaoke armara masa. “Blah”, se le escucha mientras desaparece en la cocina.

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