CESAR ANDINO, MUCHACHO DARK RECONVERTIDO
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El cantante y compositor de Cabezones dice que ahora, como padre, tiene más cosas de qué cuidarse. Y que su temporada en México, aunque forzosa, le cambió la perspectiva de las cosas en más de un sentido.
POR CRISTIAN VITALE
Es lunes, cinco de la tarde. El día está gris y la gente dibuja un vaivén fluido en Corrientes y Ayacucho. Entre la marea que se mueve irregularmente, aparece una figura que resalta. Es César Andino, que llega en punto. “Estoy de acá para allá, tengo que ir a buscar a mi nena a la guardería y así”, explica. Su vida es distinta desde que tuvo a Sofía. César tiene 32 años, mantiene los piercings en su cara, aún se pinta los ojos, las uñas y se viste de negro, pero ya no le va más la vida en eso. “Está bueno identificarse. Cuando sos adolescente, ves algo y sos así. Y cuando tenés un hijo seguís siendo el mismo, con la diferencia de que tenés algo por qué cuidarte. Yo me cuido como no lo hacía antes... Soy más responsable.” Hay que atravesar un pasillo laberíntico y entrecortado por paredes viejas para llegar al “bunker melanco” del cantante de Cabezones. Es un piso chico por donde transitan amigos a cada momento. Hay un perro que ladra todo el tiempo y un televisor gigante clavado en MTV. Sobre una mesa ratona, entre varios objetos, el cantante extrae un libro de Goethe, que le dispara recuerdos por una libre asociación relacionada con varias letras que escribió para la banda. “Yo vengo con una carga personal fuerte –comenta–. El hecho de vivir solo casi toda mi vida, de no haber compartido con mi familia alguna miserable vacación, es muy fuerte. Vivir con mi abuela fue lo mejor que me pasó, pero murió en un accidente y tuve que empezar a vagar. Se te hace más difícil saber lo que es una familia cuando no la tuviste. Si sería el baterista, bueno, no pasaba nada. Pero soy el que compone las letras y toda esa carga de manifiesta en Cabezones”, concluye.
Pese a desnudar ciertos rasgos de su vida, César trata de no explicarse como un ser oscuro (“de las cavernas”, sugiere con ironía). Nombrar a su nena le retorna el brillo a los ojos. “Sofía significa sabiduría y tiene una carga para adelante. Es la persona que alivianó todo en mi vida. Sé lo que tengo que hacer y lo que no, y esto aparece en parte en Lejos es no estar –el tema que abre el tercer disco del grupo, Eclipse–.” Aquí surge una resignificación del color negro que pinta su vida desde siempre. En contraste con el tono dark con que se los asoció cuando llegaron de Santa Fe y que se manifiesta en las letras y la música de Alas (1999), Andino emparienta el color con elegancia y neutralidad. “El negro te genera una protección y una presencia. Representa la estética de una tradición, porque nos conecta con los primeros que hicieron esta música. En un país que no tiene raíces, está bueno elegirla y ser parte de ella”, arriesga. “Además, el hecho de tener un armario con toda ropa del mismo color, te acelera la vida.” Otro quiebre en su carrera fue el viaje a México. Antes habían logrado cierto éxito gracias a la difusión de Alas y la versión de Puedes dejarme solo, que les proporcionó varios fans. Pero la crisis económica motivó que Sony –su compañía discográfica de entonces– “bajara la persiana” y decidiera no editarles más material. No les quedó otra que emigrar para sobrevivir. César se quedó nueve meses –volvió para ver nacer a Sofía– y el resto de la banda, un año. “México nos enseñó a ser más solidarios”, reconoce. “Cuando llegamos, la hospitalidad de la gente fue tremenda. Me sacudió mucho, porque contrastó con nuestros valores. Lo mismo ocurrió con las bandas.” De hecho, Cabezones se codeó con grupos mexicanos como Resorte, Cubo, Hidro, Revolver, Válvula, que le hicieron la vida más fácil. “Es impresionante la fraternidad de colegas que tienen. Darnos cuenta de eso nos hizo caer en que tenemos que cambiar. Yo me lo propongo todos los días, porque me encuentro con actitudes propias que no me gustan... si no cambiamos de a uno, esto no lo cambia nadie.”