Jue 05.08.2004
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SHAILA, HARDCORE ERUDITO

La banda es el mensaje

› Por Cristian Vitale

Coerción, silogismo, etnocidio, plusvalor y una serie de palabras de universidad militante aparecen en medio de las reflexivas letras de Mañanas, flamante disco de Shaila. Que no sólo es un muy buen grupo de hardcore melódico sino que también opera como puente entre el rock y las intenciones transformadoras de la realidad. “Nos sale así –explica Joaquín Guillén, cantante y letrista–. A veces uno necesita hacer uso de determinado léxico para dar cuenta de la idea que intenta desarrollar. No es el fin escribir deseando complicarle la vida al interlocutor sino poder esclarecer el mensaje siendo más puntual.” Es que, ciertamente, Mañanas se presenta como un alegato anticapitalismo: citas directas de Bakunin y Marx (¿De qué hablás?), temas como La historia somnolienta de América latina -en el que hablan de una sociedad secuestrada por la barbarie liberal– o La ignorancia es una bendición, donde citan elementos de la teoría económica marxista (“Nadie me enseñó / que el trabajo es plusvalor”). “La teoría económica marxista permite demostrar cómo la lógica capitalista nos entrega la satisfacción y el orgullo de la ‘cultura del trabajo’, ubicándola como piedra fundacional de un sistema de prácticas que oculta de forma sistemática la explotación humana. Todo esto se magnifica en La ignorancia es una bendición: es en el colegio y en nuestras casas donde se nos enseñan estas cuestiones, educándonos y convirtiéndonos en autómatas”, dice muy convencido y erudito Guillén.
–¿Cómo repercuten estos mensajes en el público?
–Generan una discusión rica. Alguno podrá decir que el mensaje se vuelve más complejo, y acota la posibilidad de su recepción. Sin embargo, prefiero pensar que las mismas inquietudes que me llevan a escribir impulsan al otro a acercarse a la posición planteada, ya sea para adherir o para cuestionarla.
–Hay otra canción, Dios ha muerto, que remite a Nietzsche. ¿Por qué?
–Porque recalcando la muerte del sujeto divino se desmorona todo el engranaje construido sobre él. Obviamente, este Dios occidental se nos presenta como inmortal, omnipresente, etcétera. Gritar que ha muerto es reconocernos y aceptarnos sin necesidad de perdón eclesiástico, y negar la moral cristiana que ha recorrido nuestra historia tratando de doblegarnos, justificando al poder político. Gritar que Dios ha muerto, para mí, es repudiar las dictaduras del Cono Sur.

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