EL LIBRO DE LOS BARRIOS DE PIE
Derecho a pensar
› Por Cristian Vitale
“Los po... b... bres, pobres ¿Acá dice pobres? Mirá vos, así que así se escribe pobres.” (Ana) “Cuando uno se burla del que no sabe, se está burlando de uno mismo.” (Evarista) Testimonios de esta clase resultaron de la movida alfabetizadora que el área de educación del Movimiento Barrios de Pie desplegó durante los últimos tres años en barrios como Santa Marta y La Loma (Lomas), Islas Malvinas y Valentina Sur (Neuquén), San Jorge (Mar del Plata), Ciudad Oculta y unos 50 puntos más del país bajo la consigna “educarnos para liberarnos”. Las experiencias, motorizadas por los “jóvenes de pie”, fueron recopiladas en un libro de reciente edición (Nuestra cabeza piensa, donde nuestros pies caminan) que revela, entre otras cosas, las duras condiciones de existencia que provocaron las políticas neoliberales pasadas en vastos sectores de la sociedad. Los militantes echaron mano a un método cubano muy didáctico llamado “Yo sí puedo”, basado en 65 clases televisivas y una máxima, “el yo no puedo no existe”, que se aplicó en Venezuela con resultado garantizado: un millón de alfabetizados durante 2003. Valeria, una de las educadoras, fue parte de la práctica desarrollada en Villa Palito (La Matanza) y relató al No uno de las tantas historias, la de Alicia: “Es una mujer muy sacrificada. Tiene 8 hijos propios y dos adoptados y, en una de las charlas que tuvimos con ella, reconoció un antes y un después en su vida. Un antes marcado por la depresión y el desgano, y un después que la tiene como sostenedora del horno de barro con el que se gana el pan. Ella dejó de ser analfabeta y la Noe, una de sus hijas, fue quien le enseñó a escribir”. Historias como ésta, dolientes y abnegadas, pueblan un libro de 146 páginas, en el que también se da cuenta de experiencias similares llevadas a cabo en Paraguay y Brasil. “Está el caso de Doña Rita –prosigue Valeria–, que tiene 65 años y recién ahora aprendió a leer, escribir y multiplicar. En una de las clases, ella reconoció que Diego y Paula (alfabetizadores) le habían hecho perder el miedo y que jamás había concurrido a una escuela en su Corrientes natal.”
El compendio denota que el trabajo militante de los jóvenes fue poco fácil. Incluyó tareas no solamente vinculadas con lo educativo –como puente entre el barrio y la escuela pública– sino también con cuestiones de la realidad cotidiana e inmediata, con efectos de la pobreza que pisan fuerte... Un universo de lustrabotas y cartoneros, de baldíos y basura, de guisos compartidos, de niños que abandonan la escuela primaria para ir a trabajar o para cuidar a sus hermanitos, de violencia familiar, de inundaciones, de desocupación y hasta de vidas como la de Vanesa, que con 25 años pidió por favor que la llevaran a conocer el Obelisco viviendo a 15 minutos, en el asentamiento Danubio Azul de Dock Sud. Como parte del trabajo global, también se realizaron relevamientos estadísticos sobre analfabetismo, con resultados poco alentadores: en los barrios bajos de Lomas de Zamora, por ejemplo, se registraron 60 personas de entre 6 y 51 años (sobre un total de 556) que no sabían leer ni escribir, 66 con estudios primarios incompletos y apenas 4 adultos que habían conocido un colegio terciario.