CRONICA Y GUIA DEL BARRIO MAS INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES
El suceso de la película El abrazo partido y el reciente estreno de la serie televisiva Mosca y Smith en el Once ponen en el centro de la escena un barrio muy particular, con vida y personajes propios. Donde se hablan muchos idiomas y conviven muchas costumbres: gente, olores, dinero, sabores y soledades. Antes que sea “Once (y algo más)”, conviene experimentarlo tal cual es...
TEXTO: MARIANO BLEJMAN
FOTOS: NORA LEZANO
Un policía empalma
su gorra con la mano izquierda, mientras usa la derecha para tocar unos collares
de oro que vende un senegalés que hace un año llegó a la
Argentina, y ya tiene trabajo: vende oro. Dice que vende oro sobre calle Corrientes,
entre Pasteur y Azcuénaga porque cuando llegó de su país
sólo conocía a otros morochos como él (que venden oro en
Plaza Miserere) y porque hasta que pudo aprender a hablar algo de español,
sólo le quedaba dedicarse a lo que sus amigos le ofrecían: vender
oro. Pero Nakar así se llama el senegalés tiene un walkman enchufado
a su cerebro donde oye msica de su país natal. Entonces, su cabeza
permanece en otro planeta.
El brasileño de Viamonte y Uriburu, en cambio, está todo el día
sentado en la puerta de un locutorio. Nadie sabe bien a qué se dedica,
pero ya se hizo amigo de Coco, el quiosquero que durante las noches permanece
abierto y oficia de guardarropas de Angelís, boliche gay, travesti y
de otros, enfrente a la morgue. La morgue que se llena de movileros y fotógrafos
cuando hay alguna muerte famosa que las revistas del corazón deciden
cubren con ahínco. Unas cuadras más allá, un ejército
subterráneo de mozos viaja de un negocio a otro, llevando no sólo
cafés sino también historias de vida. Son los mensajeros del chisme,
los amantes de lo ajeno (pero no de lo material, tan sólo de sus sueños),
capaces de equilibrar dos tostados, tres cortados y dos medialunas, esquivar
tres coreanos y una familia judía con una sonrisa, llegando justo a tiempo
cuando la panza pica en la lencería de enfrente.
Antes que sea tarde, el No se metió a recorrer el Once para ofrecer su
propia versión turística de lo que ya comienza a ser mirado con
otros ojos. Un poco, después de la película El abrazo partido
de Daniel Burman (elegida para representar a la Argentina en el Oscar, reestrenada
hace unas semanas). Otro poco, con la seria intención de que la visión
sobre el barrio más políglota de Buenos Aires no quede sepultada
por la llegada de la serie de Telefé Mosca y Smith en el Once, de los
publicistas Agulla & Baccetti (los mismos del penal a Dios, la cucaracha
de MTV y, sí, la campaña presidencial de Fernando de la Ra).
Resultado: hay cada vez más turistas Átambién en el Once!
Un barrio no detenido en el tiempo: porque el tiempo pasa más rápido
en el barrio judío, coreano, boliviano, peruano, senegalés, burkinafasino,
chaqueño, rastafari, policía, mexicano, sanjuanino, explosivo,
del Once.
El barrio viene a ser una especie de aquelarre mal organizado de los mejores
sueños o de abrumadoras derrotas cotidianas. Detrás de ese aparente
caos hay un perfecto control donde cada papelito tirado en el suelo puede ser
el mensaje que otro recibe, donde los rostros piden no ser fotografiados jamás,
bregando ser anónimos en ese sílugar lleno de extraños
planetas por algn asunto de migraciones, economías o política
internacional. Es curioso: están para vender, pero prefieren ser perfectos
desconocidos. Como si la intimidad de la calle o mejor an, el bullicio
de las veredas fuera el mejor escondite para esas mañas con historia.
Antecedentes
Once es el mejor centro de informaciones
de la ciudad para saber cómo marcha el rumbo de la economía. Se
llenó de negocios de importación y exportación durante
la convertibilidad, y cuando vino la debacle los coreanos y sus puertas importadas
se cerraron en menos de una semana. Parecía que el Once iba a morir definitivamente,
que la ciudad se correría a Palermo Hollywood (donde fueron muchos de
los hijos de la colectividad judía que crecieron en el Once) dejando
un vacío, pero en menos de un mes otros coreanos, unos peruanos, algn
argentino, de nuevo los de la colectividad judía, habían abierto
tiendas de telas, de cortinas, desábanas, de ropa nacional, o importadas
pero truchas, y ya estaban comprando nacional y vendiendo como si nada hubiese
sucedido. A pesar de su historia migrante, el Once es sólo presente:
hombres que se levantan un día para llegar a la noche, para volver a
despertarse al otro día. Además es un barrio móvil. Porque
sus negocios son intercambiables: como que las oficinas de viajes están
en una galería de Corrientes, o en otra de Castelli. Que las casas de
juegos que están por Azcuénaga al 300 a veces están al
200, otras al 400. Que las telas andan por Pasteur, o por Larrea, depende la
hora del día. Se van moviendo.
Dónde comer
El legado de haber sido barrio plenamente
judío hasta los ´80 no es en vano. Además de la AMIA, las
sinagogas, los templos, los clubes y los teatros sobre todo los fines de semana,
se suele ver a las familias judías más religiosas paseando por
estrechas veredas en busca de esos lugares donde comer aprobado por los rabinatos.
Por Viamonte entre Pasteur y Azcuénaga hay un par de restaurantes kosher
sólo basta chequearlo en la página www.todokosher.com que tiene
información bastante actualizada sobre los vinos aprobados por los cuatro
rabinatos. Existe una variada gama de restaurantes al paso, sobre todo los que
valen un peso. Un peso, al paso. Todavía no se le ocurrió a nadie.
Es fácil encontrarlos a pesar de la sobreabundancia de oferta visual
del barrio. De la mítica Perla de Once, donde Tanguito compuso La balsa
que cantó Litto Nebbia (y que anunció, como en un mantra, Javier
Martínez en la grabación original de Tango), quedan sólo
recuerdos más o menos sucios.
El nico momento donde queda clara la convivencia de las comunidades es
el domingo al mediodía: sólo quedan abiertos lugares para comer,
sólo van a comer aquellos que trabajan como perros durante toda la semana.
O aquellos que se toman la tranquilidad del barrio para encontrarse con los
suyos. Pero los lugares también están escondidos: podría
decirse que de calle Rivadavia hacia el sudoeste es zona peruana y boliviana
de bares, mientras que hacia el sudeste se encuentran los coreanos, y sus consiguientes
laveraps, aunque se distribuyen bien con los mercaditos.
Dónde dormir
El hotel tiene vista a la plaza, confort
asegurado, buena atención de una madama con acento español, algo
de limpieza en sus escaleras de mármol, aunque no se puede hablar bien
del asunto del ruido: enfrente se detienen prácticamente todos los colectivos
de Buenos Aires. Exactamente 31. También llegan los trenes, los camiones
y las vans en que viajan ilegales hacia Morón y Moreno. En frente están
los gatos subidos a un monumento que casi nadie sabe qué conmemora. Es
por la batalla del 11 de septiembre de 1852, donde los martes un grupo de evangelistas
o tan sólo un evangelista con megáfono rojo rezan plegarias y
cuentan experiencias personales donde conocieron a Dios, pero no pudieron arreglar
nada. Ese es el contexto para alojarse en el Hotel Once (sobre Rivadavia, frente
al Centro de Jubilados), un arruinado albergue que presume de un pasado ampuloso
y que cobra unos veinticinco pesos la noche, veintiocho si es fin de semana
o feriado. Sobre la calle Pueyrredón está el Hostel Pueyrredón.
Lo raro es que su entrada no existe.
Dónde comprar
Hay un secreto jamás contado: ¿cómo
conviven tantos negocios parecidos en una misma cuadra? Pues, no todos los negocios
que parecen ser iguales son realmente iguales. Para comprar una cortina y sus
accesorios hay que recorrer por lo menos tres de ellos. Uno para la tela, otro
para el barral, un tercero para las terminaciones. Un local de la galería
de Corrientes al 2451 ofrece: Traiga a toda su familia con confianza yseguridad
para viajar por Jovicar Tours hacia el Per. Se puede ir a Lima y volver
por 175 dólares, en avión cuesta 280 dólares. En la puerta,
una señora petacona de rulos está comiéndose un sandwich
mientras ofrece dólares (compra a 2,96 mejor que en las casas de
cambio), y en la pared un cartelito ofrece entradas para la Gran
Pollada que la comunidad peruana realizará próximamente
en el Club Italiano. La pollada es eso: un gran lugar donde se va a comer pollo,
con sorteo.
También en la galería se venden celulares por 70 pesos, sin promoción
del Día de la Madre ni nada. Usted puede convertir a tarjeta cualquier
teléfono móvil posible, invita un hombre desde la puerta.
En el fondo de la galería, una peluquería atiende con fotos derruidas
e invita a sentarse. Sólo peruanos están sentados allí,
cortando sus esperanzas de a poco, rogando que no sean canas azules lo que sale
por atrás. Los peruanos han recreado su mundo, amparados entre ellos.
Hasta montaron estudios jurídicos donde asesoran ante problemas legales.
Un grupito de manos tristes juntan unos platos de arroz y comen en las cabinas
de unos locutorios de madera que venden la tarjeta La Peruanita, una versión
de la Hable Más, que por cinco pesos comunica con Per y Áhablás
más! Porque en Corrientes 2451, el imaginario está puesto a miles
de kilómetros de distancia: en Lima. Es una economía dentro de
otra economía, colapsada por países colindantes (como Bolivia
o Paraguay), pero también influida por economías más lejanas
como la china o coreana.
Qué visitar
La plaza de Once (en realidad, Plaza Miserere)
tiene un Centro de Jubilados, cuyos miembros juegan todos los días al
tute y a las bochas. He aquí una revelación: ¿notó
alguien que Plaza Miserere tiene una lujosa cancha de bochas en el medio de
la plaza? Como sea, ninguno de ellos estaba cuando, en 1799, fray Damián
Pérez, religioso franciscano, recibió un terreno donde más
tarde se levantó una capilla dedicada a Nuestra Señora de Balvanera,
la que durante mucho tiempo proveyó las necesidades espirituales de los
escasísimos vecinos del lugar. Segn una versión, el nombre
de Miserere proviene del vocablo latino Misserere que significa ten compasión,
por la matanza de animales en la época del Matadero del Oeste. La plaza
fue importante escenario durante las invasiones inglesas y desde allí
don Santiago de Liniers intimó la rendición del general William
Carr Beresford. Por cierto, se llama Once por la fecha de la batalla
de Pavón, el 11 de septiembre de 1852.
Alejados del bizarrismo que percude cualquier visualización del barrio,
los recordatorios de los 85 muertos que dejó el atentado terrorista a
la AMIA están incrustados en las baldosas de Pasteur desde el 500 hasta
el 800. Son baldosas con nombres que los vecinos pisan sin querer, que hasta
podrían pasar desapercibidas pero están ahí, como testigos
frescos que explican los motivos que llevaron a los ¿ltimos? cambios
ergonométricos del barrio: cada institución judía tiene
sus consabidos pilotes. Hay tensión evidente cada vez que alguien pasa,
o se detiene.
Cómo llegar
El suizo llega
a visitar Buenos Aires. Está asustado porque leyó en Internet
que hay un robo cada cuarenta y cinco segundos, y se cree que todos van a ser
para él. Entonces su primo local decide llevarlo a dar una vuelta por
el Once, por la estación de trenes y sus oscuros pasadizos a las seis
de la tarde, cuando todos se vuelven para el lejano Oeste, donde (dicen) está
el agite. El suizo se guarda las manos en los bolsillos mientras un verdadero
enjambre de viajeros lo empuja. Hacia adelante o hacia atrás, o hacia
los costados, o lo dejan quieto y lo empujan a una casa de electrodomésticos
y entonces el suizo se compra un walkman con radio AM, como para que no digan
nada. Pero no le roban. La mejor forma dellegar al Once es a través de
las líneas ferroviarias que vienen desde el Oeste. Puede ser para meterse
en el corazón gris de Buenos Aires, en ese mismo lugar donde alguna vez
los ingleses tuvieron que escaparse, cuando invadieron la ciudad en 1806.
Y ahí enfrente está la Plaza. Hay una historia que ya no se sabe
si es mito o realidad. Pero varias personas confiaron a este cronista que, en
una de las esquinas de Plaza Miserere, un inmigrante iraquí vende tres
pares de medias por seis pesos. El iraquí llegó escapado en avión
y cuando arribó a estas pampas tenía listo su microemprendimiento
de venta de medias. Algunos dicen que el iraquí contó que era
ingeniero nuclear y había trabajado para el mismísimo Saddam Hussein,
y dice que Hussein tenía armas de destrucción masiva y que Bush
no sabe buscar bien. Hay un argentino que se llama Marito que vende incienso
fuerte (de esos gorditos que tienen un nombre raro) con forma de habano. ¿Se
fuman?, pregunta algn paseante. Sí, se pueden fumar.
Pero no pegan, confía Marito. ¿Vos estás siempre
acá? A veces acá, otras más allá y otras
estoy en cana. Porque viene la policía a realizar controles incontrolables
y se lo lleva. Pero Mario y todos los demás vuelven, como hormigas predestinadas
a acercarse a su comida de siempre.
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