Jue 28.03.2002
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Las nuevas olas y el viento

› Por Pablo Plotkin

Altocamet
“Nada es exacto salvo la medida de los sueños”, canta Canu al final de Manzana de metal. Los sueños de Altocamet –mídanse en pulgadas de vinilo o en kilómetros marítimos– hace rato que atravesaron las fronteras de Mar del Plata. Cuatro años atrás, veladabristolcasino los hizo visitantes favoritos de ciertos rincones de Buenos Aires. Para cualquier parroquiano de La Cigale, Altocamet venía segundo en la lista de prodigios marplatenses, después de los Havannets. Sin grandes golpes de efecto, acorde con la discreción de su tierra, el quinteto se convirtió en un secreto remoto en la discografía de ciertos disc jockeys y productores del Primer Mundo. Las pruebas: “Pasión Descalza (Punta Mogotes Mix)” fue incluido en el compilado After L’Aperclub (del sello inglés Beechwood) y también en Nightlive 07, producido por DJ Garp para NRK. El flamante sello neoyorquino Matter:/Form editó el vinilo Valeria del Mar; y Shinichi (propiedad de los Deep Dish) publicó el maxi Pasión descalza con remezclas de los DJ’s Swayzak y Hernán Cattáneo.

En medio de semejante primavera electrónica, mientras John Digweed pasa sus temas por el mundo, Altocamet sorprende con un disco de rock distinguido y frontal. “Manzana de metal no es tan íntimo como el primero”, confirman Pedro Moscuzza (batería) y Dr. Kain (teclados y bajo). “Es más para afuera, tanto las letras como la música. No incluimos el material más electrónico, preferimos limitarlo a las canciones.” Con la mitad de la formación asentada en Buenos Aires, la banda sabe adaptarse “al ámbito y al ánimo” de los lugares donde se presenta, y señala que “lo mejor y lo peor de Mar del Plata es el ritmo”. “Te puede ayudar a bajar a tierra o te puede dormir, encerrar”, explica Kain. “Se trata de saber manejar la situación y el tiempo. Por eso nos viene bien pasar seguido por Buenos Aires: eso nos da un sacudón para volver y seguir trabajando.”
Coproducido por Gustavo Cerati, Manzana... es además el debut de Federico Klemm como diseñador de tapas de discos. “Cuando fuimos a encarar la situación, no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar, si nos iba a cobrar 50 mil dólares o qué”, cuenta Pedro, baterista de Cerati. “Y al contrario. Se supercopó, escuchó el disco, le encantó, y nos cobró sólo los materiales. Demostró ser un gran artista. Creo que él también sintió esa historia de la Velvet con Warhol. Nuestra idea era revalorizar el disco, convertirlo en un trabajo de arte, en medio de tanta piratería y los discos por dos pesos a la salida del subte.”

Ciudad Feliz
Ciudad Feliz provocó un estallido minúsculo –aunque bastante significativo– en la comunidad electrónica europea. En apenas dos años pasó de ser una banda ignota de la costa atlántica argentina para correr como una buena noticia entre sellos especializados de Europa y América del Norte. La cosa empieza en 1997, cuando Julián Sanza, después de un viaje de seis meses a Londres, desarma su estudio MIDI y lo recicla en la habitación de su casa marplatense. Los primeros demos –grabados junto a su amigo Ariel Lanfrit– lo sacan del anonimato y lo convierten en el ingeniero de sonido y coproductor del primer disco de Altocamet. Tras asociarse con Luciano y el DJ Guido Gagliardi, Ciudad Feliz surge como trío y Estatus Discos lanza su primer álbum, Barrenador. Se incorpora Fernando, un bajista que venía de tocar en Ibiza, y en marzo del 2000 viajan a Miami para meter púa en un congreso de sellos discográficos. “Fuimos al hotel donde se celebraba el congreso con un equipo a pilas para tocar CDs”, cuenta Julián desde Londres. “Directamente, a lo argentino, pusimos a sonar nuestros temas en el lobby. Se juntó bastante gente.”
Ahí conocen a Senz, del sello parisino 75hs, que les promete la publicación de un simple en vinilo. Al poco tiempo los llama Paul Mintsoulis, dueño del sello canadiense Stickman, y les propone sacar un EP. La propagación del fueguito era cuestión de meses. Julián se instalóen Londres y desde ahí comandó la crecida internacional de Ciudad Feliz. Grabaciones para los sellos Silver Network (Francia), Aquarius (Canadá), The Womb, OM Records (Estados Unidos), Indigo (Alemania), Sound Plant (Italia), apariciones en los charts de Laurent Garnier y Jef K... Ahí estaba el rumor house sudamericano de la temporada. Pero a diferencia de Cattáneo, que aterrizó en Londres como el pollo dorado de Oakenfold, los Ciudad Feliz tuvieron que lavar unas cuantas copas para subvencionar su exilio. “Digamos que no vivimos como estrellas”, comenta Julián. ¿Y qué quedó de Mar del Plata? “Vivir en una pequeña ciudad en el medio de la nada influye sobre todo lo que hacemos”, dice Sanza. “Puedo dar testimonio de que en Mar del Plata hay gente muy elevada e inspiradora: Canu, Altocamet y otros personajes. Supongo que, en mí, los elementos de la ciudad deben ser los mismos que tiene Menem de Anillaco.”

Dios los Cría
Pato Duhalde, que nada tiene que ver con el presidente, vivió la primera mitad de su vida en Buenos Aires y la otra mitad en Mar del Plata. Al principio creía que nunca terminaría de adaptarse al ritmo. Dieciocho años después de aquella mudanza, Pato no volvería a la Capital “ni en pedo”. “Mar del Plata te ofrece un bálsamo mental”, recita Duhalde. “A nivel banda, acá se pueden pensar las cosas dos veces, cosa que en Buenos Aires no sucede.” ¿Qué quiere decir con eso? “Acá se duerme la siesta, todavía. Acá el tiempo te alcanza. En Buenos Aires, a lo largo de un día, podés hacer dos cosas. Acá podés hacer seis, porque las distancias son cortas. Y si estás cruzado, te vas a caminar por la playa.”
Pato Duhalde es el cantante y letrista de Dios Los Cría, una banda marplatense que ganó popularidad en su ciudad a fuerza de una actitud eléctrica bastante decidida y cierta tendencia a la poesía oscura, desencantada. “No me gusta hacer crónicas”, declara él. “Hay canciones de amor y otras que no lo son, pero pueden pasar como tales. Estoy en discordancia con la manera tan obvia en que se escribe últimamente en el rock nacional. Nosotros sabemos que no existe una verdad absoluta, y nos gusta esa historia del círculo que nunca cierra. Eso es lo que siempre me fascinó de las canciones que guardo en la memoria. La obviedad no le aporta nada a la música, y mucho menos al pensamiento.”
Dios.com, segundo álbum del quinteto (Duhalde en guitarra y voz, Hugo D’Intino en guitarra, Javier D’Angelo en teclados, Mariano Mendoza en batería, Fabián Onofri en bajo), pretende ser una obra atemporal. Detrás de ese Cristo azul con corona de alambre de púa y pupilas computarizadas, hay un plan bastante definido: “Canciones con peso, melodía, que puedas tocar en una acústica si es necesario. Buscamos lo que consiguieron canciones como ‘Cada vez que respiras’, de The Police, o ‘Revolution’ de The Cult. No queremos sonar a los ‘90, o a lo que sea. Nuestro lenguaje es esencialmente humano, no corresponde a un tiempo ni a un barrio”.

Ubika
En Eléctrica Mente, primera producción independiente de Ubika, hay una frase que lo dice todo: “Tómame si puedes apagar mis ganas de vivir la vida sin querer ser un fantasma”. Los amores de Ubika son complejos. Malos viajes o –en el mejor de los casos– cargan con la fatalidad de las pasiones inevitables. “Van a lo profundo del ser con una inclinación surrealista”, se atreven a definir Julietta Monson (guitarra y voz), Enrique Scardapane (bajo) y Marcos Moronell (batería). Pese a que rondan los 25 años, los Ubika aprendieron a tocar rock con los primeros álbumes de King Crimson, Black Sabbath, los Beatles e Invisible. Y en plena adolescencia, la tormenta grunge los agarró sin paraguas: Smashing Pumpkins y Nirvana terminaron de modelar un espíritu artístico tortuoso, con una tendencia a meter instrumentaciones progresivas en medio de canciones que responden a la urgencia del punk. La banda surgió en Mar del Plata, en el verano de 1997, pero le llevó un par de años dar con su formación actual. El nombre se lo deben a Ubik, la novela de Philip K. Dick (el gurú de la ciencia ficción paranoide-profética), pero en su biblioteca también aparecen obras de Asimov, Huxley, Sturgeon, Cortázar, Artaud, Sabato y Kafka. “También nos gusta el cine de Stanley Kubrick y Alex de la Iglesia. Cualquier cosa que nos aleje de esta realidad”, dicen ellos. Después de cinco años de tocar en Mar del Plata, se mudaron a Buenos Aires “para crecer como grupo”. “En Mar del Plata hicimos y haremos todo lo que se puede. Sabemos que damos para más y Dios atiende en Buenos Aires”, dice Julietta que, aun a 400 kilómetros, nunca está demasiado lejos del fragor de las olas y el viento. “El mar siempre está presente. Es más que una palabra, es una fuerza que representa tanto, es infinito... Lo usamos en metáforas, historias y su sola imagen genera poder.”

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