Jue 13.01.2005
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LA NOCHE PORTEñA SIN CONCIERTOS NI DISCOTECAS

Buenos Aires callejera

Después de tanto dolor, la ciudad intenta sobrellevar el duelo de la tragedia de Cromañón. El resultado es un paisaje que resulta desconocido para enero: bares llenos de gente, plazas atestadas en un verano desconcertante. Aquí, una crónica puertas afuera.

TEXTOS: ROQUE CASCIERO Y JAVIER AGUIRRE
FOTOS: NORA LEZANO Y CECILIA SALAS

Enero en Buenos Aires nunca se caracterizó por su vida nocturna. La diáspora usual de los veraneantes hace bajar abruptamente el caudal de gente en todos los órdenes, y los circuitos noctámbulos no son la excepción. Sin embargo, el dolorido enero de 2005 carga con la desgracia de República Cromañón, durante el show de Callejeros que terminó con la vida de 189 personas. Y entre sus consecuencias está la veda en la oferta nocturna de sitios bailables y conciertos, que modificó las costumbres estivales de las salidas en la ciudad. Durante estos días, las discos y los lugares para concierto se las ingenian como pueden para cumplir con las reglamentaciones que siempre deberían haber cumplido. Así, la gente que permanece en Buenos Aires se aglutina en los pocos circuitos nocturnos posibles; los pubs registran una cantidad de gente superior a la esperable en otros años, y los clubs que no cerraron sus puertas se esfuerzan por resistir sin pista, DJ’s ni música en vivo.

Viernes a la noche

Plaza Defensa, 1 a.m. El calor no sabe de edades. En las mesas que cada tardecita se ponen en la plaza, algunas familias y parejas de más de 30 toman chops que cuestan de 3 pesos para arriba; en las calles que rodean el lugar, los sub 25 disfrazan con bolsas de papel madera las botellas de cerveza conseguidas en algún kiosco que trampea la prohibición de vender alcohol. En la mayoría de los bares suena música, pero sólo en uno es en vivo: dos pibes con guitarras acústicas cantan temas de Joaquín Sabina. Y un policía que anda de ronda hace que mira para otro lado.

Cochabamba y Defensa, 1.30 a.m. Virginia y Mariana, de 16 y 14 años, caminan desde plaza Defensa hacia Remembranzas, el sótano–pub en el que suelen hacer percusión. “Mala leche, está todo cerrado”, dice la más grande, que desearía estar bailando salsa. La menor es hija de los dueños del local y ve las cosas desde otra perspectiva: “No se puede cerrar todo, hay mucha gente que vive de esto”. Tras bajar la escalera se entiende la queja: ni un cliente en las mesas, que suelen estar abarrotadas cuando tocan ahí Eppurse Muove o Las Pastillas del Abuelo. Detrás de la barra hay varias bolsas llenas de telas que antes oficiaban de decoración: los dueños se preparan para pedir la nueva habilitación del local.

Humberto Iº y Bolívar, 2 a.m. “No me quiero jugar a programar un show y que me clausuren”, dice Patricia, la encargada de Mitos Argentinos. “Nuestra movida es de bandas. Si no vienen bandas, no viene gente. El público que llega después de las 3 quiere bailar, pero tampoco puede haber baile. Por eso, este lugar está así. Sabemos que las dos semanas vamos a ir a pérdida, pero la cosa es estar”. Los mozos hacen bromas acerca de las mesas vacías y sólo reciben sonrisas torcidas como respuesta. Ni un foco apunta hacia la tarima que todos los fines de semana ocupan bandas y solistas: hoy, los únicos músicos que se pueden ver están en los videoclips de un plasma de 42 pulgadas. A la salida, una chica entrega volantes para un local cercano. “No se cobra derecho al show”, asegura. ¿Show? ¿Qué show? Un chico con una criolla cantando covers. Al fogón de escenario parece no haberle llegado la prohibición.

Defensa y Chile, 2.30 a.m. Un e-mail anunciaba, transgresor, que en el sótano de Fin Del Mundo iba a tocar Sol Shurman, recién llegada a Buenos Aires, pero el show se suspendió. De todos modos, la música que sale por los parlantes de bar tiene que ver con la ex Sugar Tampaxxx: es ella quien pone discos punk y glam. La vereda del lugar está a full de sillas y mesas. Hay remeras de Bowie y Talking Heads, chicos y chicas “alternativos” que ya pasaron los 25, y mucho alcohol como arma contra el calor. Desde la esquina de enfrente, un émulo de Santiago Segura en El día de la bestia (aunque con su cabellera intacta) pone cara de asco mientras se baja media botella (verde) de gaseosa.

Avenida de Mayo y Lima, 3 a.m. La puerta de Requiem (local bailable clase C, ¿te suena?) está cerradísima, pero en la vereda se agolpan las remeras de Slipknot, Körn, Iron Maiden y Pantera. Los chicos que las llevan hablan a la vez, como si la presencia del cronista fuera algo que los saca de un letargo que no habían planeado. “No vamos a hacer nada, si no hay una mierda para hacer”, dice uno. “En los bares te cortan la cabeza aprovechando que está todo cerrado”, apoya otro. “Igual nos juntamos acá porque es nuestro lugar de encuentro. Tal vez vayamos a la Costanera, aunque tampoco haya nada”, sigue un tercero. La Familia Kamikaze, por ejemplo, se vino desde Lomas del Mirador: “Los siete nos conocemos del barrio, pero allá no hay nada con nuestra onda.”
Para el público nü metal los únicos lugares son Requiem y Alternativa, “pero hoy cerraron los dos”. Y se lamentan no haber venido producidos para las fotos. “Con los picos en la cabeza era otra cosa”, aseguran, pero no iban a estar frente al espejo con jabón y plasticola para que nadie los viera...
Tacuarí e Hipólito Yrigoyen, 3.30 a.m. Por la esquina no pasa un solo auto, así que los Kamikazes se acomodan tranquilos para la foto. Imposible pensar en un panorama así en un fin de semana normal, cuando las disco de Yrigoyen tienen que rechazar gente porque ya no cabe ni un alfiler de gancho. Mientras caen algunas gotas, cuatro turistas alemanes bajan de un taxi en busca de acción, pero de un vistazo comprenden que ahí también está todo cerrado. Para ellos no queda otra que volver al hotel; para los chicos nü metal y góticos, la única opción aparente es un “resto bar” que se parece demasiado a un maxikiosco enmascarado para poder vender cerveza. O seguir en la calle hasta que el sol los espante como a vampiros virginales.

Sábado a la noche

El Salvador y Borges, 12.50 a.m. Una remera de Callejeros, convertida a partir del infeliz 30 de diciembre de 2004 en un ícono cuyos significados aún son turbulentos y nada definitivos, camina junto a los autos estacionados. La lleva Patricio, de 19 años. “Estuve en el show de Callejeros en Excursio, y de casualidad no fui a Cromañón”, cuenta, con la mirada fija en el horizonte, que en este caso es el cordón de la vereda. Patricio agrega que recién horas atrás, una amiga suya recibió el alta médica. Es apenas la segunda vez que el joven des–recitalado elige la placita de la calle Serrano como circuito de salida nocturna (“No conozco bien por acá”), y todavía no decidió dónde hacer base.
Plaza Serrano, 1.20 a.m. La concurrencia en el oval espacio “verde” de Palermo es curiosamente elevada para ser enero. Los puestos de artesanos apenas si consiguen sus quince centímetros de espacio: la placita está especialmente concurrida. Hay vasos, botellas y hasta partidito de fútbol. “La música la ponemos nosotros, loco”, afirman tres chicos, sentados. La veda de discotecas y conciertos invita a formas distintas de musicalizar la noche. Algunas son inclusivas, como la guitarra criolla y su convocatoria al instinto de ubicarse a su alrededor. Otras técnicas musicales tienden a excluir, como el siempre introspectivo discman, que separa la banda de sonido del cerebro de la del entorno.

Armenia y Costa Rica, 1.46 a.m. Dos racimos de chicas –salteñas y riojanas–, a quienes acompaña un muchacho de camisa celeste, bajan de un par de taxis en la puerta del Podestá. Las persianas bajas hasta las baldosas lo dicen todo, pero aún así ellas se resisten. “¿No será que abre más tarde?”, pregunta Isabel, abrazada a la esperanza, mientras frunce su nariz haciendo oscilar su piercing. Hay vacilaciones, pucheritos de fastidio e intercambio de planes alternativos. Y hasta cierto celo a la hora de ser fotografiados para el No. “No queremos parecer desesperados por salir de joda después de todo lo que pasó”, afirman las damas des-discotecadas, a la defensiva. Desisten de sus intenciones de baile y se lanzan en picada sobre una mesa grande que, acaso por la milagrosa acción de los dioses de la vida nocturna, acaba de vaciarse en la vereda del pub-restaurante de la esquina.

Serrano y Honduras, 2.25 a.m. Con la camiseta de la Selección Argentina y unos dreadlocks propios de la Selección de Jamaica, un muchacho, evidente habitué de la plaza, protesta en voz alta: “Nunca está tan lleno, no hay lugar en ningún bar”. Y junto a sus amigos, chasqueando la lengua y arrastrando la goma blanca de las suelas de sus zapatillas, parte a buscar horizontes menos poblados por la oscuridad de Honduras, con rumbo a la Juan B. Justo.

Niceto Vega y Fitz Roy, 2.48 a.m. El graffiti del Gato Félix que ilustra la persiana baja de Niceto es el único parroquiano que permanece fiel al siempre activo club de Palermo. La vereda está completamente vacía, aunque las luces externas del boliche permanecen encendidas, como el eco de noches pasadas. Algunos taxis ocupados pasan bien despacito: por sus ventanas las caras de sus pasajeros miran con frustración la puerta cerrada e indican un nuevo destino en el que esperan tener mejor suerte.

Gorriti y Bonpland, 3.10 a.m. El clima de “previa” de Palermo Hollywood se estira más de lo acostumbrado; no hay sitios bailables ni conciertos a los que ir después de la cena o el pub, así que el after–pub se convierte en otra ronda de pub. Hay quienes recurren a la vereda y sacan a ventilar los vasos. Pero no hay demasiados motivos para brindar.


El altar

Resistió las lluvias de la semana pasada y todavía intenta permanecer en la calle que daba a República Cromañón, en la esquina noroeste de Plaza Miserere. Por ahora, el altar sigue ahí. Lleno de mensajes, aún durante las noches. En un papelito, Gisela de Moreno escribió: “Caían lágrimas de fuego, y la cifra crecía y crecía. Los únicos que peleaban eran aquellos a los que llaman quilomberos de mierda. Pero fueron quienes lograron vaciar esta boca del volcán, que sólo escupía almas cargadas de roncanroles sin destino”. Entre las anotaciones por los 189 caídos en el show de Callejeros alguien puso: “Por Marito y Romina. Juntos brillan en una estrella. Marito Torres de 25, y Romina Branzini de 26”. Otro escribió “Jacky te fuiste de la tierra, pero estás en mi alma y en mi corazón”.
Tal vez sea el Once el barrio más policultural y castigado de Buenos Aires. Es el mismo que sufrió el atentado de la AMIA en 1994, y que sufre como nadie las crisis económicas. Alguien recordó que no sólo de argentinos está habitado el lugar: “El pueblo paraguayo presente junto al dolor del pueblo argentino”. Otros imploraban un “Basta de que nos roben el futuro”. Un cartel blanquito recordó: “Gringo siempre vas a estar en nuestro corazón”. En un grito de guerra se estampó: “Por los sueños que se hundieron acá”, con otra cita: “Si sobre un mar de desconsuelo se hace eterno este silencio, lleno de real desolación”. Después, las frases que acompañaron la última marcha: “Ni una bengala, ni el rocanrol, a los pibes los mató la corrupción”. Y un reclamo de profundo contenido poético y político: “Justicia por el último rock de cientos de vidas”.

 

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