Jueves, 3 de febrero de 2005 | Hoy
SANTIAGO DEL MORO VERSUS EMILIANO RELLA
Parecen dos expulsados de la generación Creamfields, que andan con alguna clase de síndrome de abstinencia por la medianoche televisada. Predestinados a no detenerse, a impostar una excitación que no baja nunca, los conductores de Call TV y Clase X hacen pensar con el dedo e imploran que nadie se detenga a razonar.
A la hora de las brujas, ellos están muy “animados”. Y estrenan un nuevo tipo de relación con “esa mujer”. Por algún motivo, Emiliano Rella (de Call TV, de lunes a viernes a la 1.30 en Canal 9) y Santiago del Moro (de Clase X, todos los días a las 0.30 en América) se imaginan a una “mina” cincuentona, soltera e insomne del otro lado. “Siempre tuve muy buena llegada con ellas, las seduzco, les hablo como si estuviera muy cerca”, dice Santiago. Emiliano no quiere quedarse atrás: “Yo les voy hablando bajito, como susurrando, y de repente pego un grito para sorprender”. Mohínes, lengua afuera, carita de confundidos y piropeo de trasnoche radial: les gusta el cachondeo: “A ver decime -dicen a dúo- cómo estás vestida/ en qué posición estás/ qué harías conmigo”.
Hasta allí: sólo similitudes. Pero hay más: los monstruos de la trasnoche son hijos dilectos de la generación del energizante y las drogas químicas, siempre arriba, muy arriba, como cuando Emiliano, con fondito flúo y sin profundidad, pega saltos, se pone peluca y toca la matraca para festejar un acierto en el concurso. “Es lindo irse a dormir con una sonrisa, siempre ayuda”, opina. Lo suyo es el elogio de “la nada”: el paraíso del sin sentido, el borrón... Basta con estar y mantener el contacto, con acompañar por la negativa: salirse de la tradición de escucha a lo Luisa Delfino para ir un paso más allá del modelo Videomatch. Si Marcelo Tinelli demostró que la viveza y la excitación son un sentimiento de masas, Emiliano redobla y va por la elevación del tono al límite del no retorno, asemejando una estimulación química, falsificando una escena erótica (¡la partusa!, cuando alguien gana), pero que sólo remite a la promesa inacabada de la impotencia sexual.
Call TV y Clase X son como el país: paraíso del trabajo a deshoras e ininterrumpido (como el continuado de preguntas de Santiago). Trabajan en domingo, siempre eufóricos (casi maníacos) en la trasnoche, desmedidos y exitistas. En su Clase X también vuelve el estereotipo de la argentinidad: el burro orgulloso, o el rateado que gana. La pretensión escolar de su programa es apenas la excusa para unirse al grito de Call TV: festejan la “pifiada”, aunque llegue el grito cariñoso de la “profe”.
“¿Por qué educativo? Había que encontrar una variante para los juegos. Me sorprende que tantos chicos hagan llamar a sus viejos”, dice Santiago al No. Pero a la trasnoche se acepta dar una ayudita, y se es proclive a la defensa de la trampa; se promueve la confesión de los infieles, se celebra al tirado y al “chantún” (como repite Emiliano, proclive a términos como “pebete”, “partusa”, “tarambana”). Y se hace desfilar a la coequiper Carla Conte con escotes pronunciados y polleritas cortas. Así es el pibe argento de la medianoche lúdica: obligado al doble turno, sin descanso, más afín a la changuita que a la carrera con honores.
“¿Un call center? No lo había pensado”, dice Emiliano en su mundito tan parecido a un “no lugar”, un hábitat chato, brillante pero vacío.
Call TV nunca reclama al televidente un concepto. Lo suyo es la instantaneidad del botón, el azar de “pegarle” al año de..., o a la cantidad de... generados antes por reflejo que por asociación. Emiliano Rella recupera la escena del primer trabajo juvenil en la era desindustrial: el call center. Allí lo único que cuenta es saber atender con cortesía, impostando el cariño y sin pelear, repitiendo el esquema depregunta/respuesta. Si el fetiche de Call TV es el primer trabajo joven, el de Clase X es la derrota de la educación pública. Clases fallidas, exámenes bochados, profesores que se indignan, una macchietta de “la buchona” que condena a los que se equivocan. Pero Santiago siempre interpreta la “clase para burros” como una rebelión al standard social.
“Me llevo bien con la gente que se queda afuera”, cuenta Santiago. “Con esas criaturas que se corren del mundo normal.” Aparecen en escena los mitos de la generación Creamfields: estimulados por drogas químicas para saltar a la una del lunes, obligados a no parar nunca, a seguir de largo, y a impostar un “sacado” que no baja nunca. De pronto, uno de ellos habla rapidísimo, pregunta sobre números, afín a la respuesta con monosílabos, un multiple choice que suprime la figura del especialista o el aficionado. Aquí sólo concursa el “rápido de dedo”: el que teclea más rápido o intuye el azar, como en el bingo o la lotería. El sistema indica: saltar de un tema a otro, nunca detenerse a razonar, y pensar con la mano, que manda mensajitos desde el celular.
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