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Jueves, 3 de marzo de 2005

PARA ACOMPAÑAR EL SILENCIO

Buena letra

 Por Santiago Rial Ungaro

”Por favor, déjenme que voy a enloquecer; no sé quién parece ser todo lo que soy” (Algo ha cambiado, Pappo’s Blues). Algo ha cambiado. El Carpo está jugando al truco con John Lee Hooker, Robert Johnson, Muddy Waters, Steve Ray Vaughan y Jimi Hendrix. Lo estaban esperando desde la tapa de su último disco (ver imagen), el emocional e íntegro Buscando un amor (2004). Norberto Napolitano sabía que no era quién para ser lo que era. Si, como guitarrista, Pappo supo hacer que su sonido viajara desde el asfalto hacia el infinito y de ahí de nuevo al centro de la tierra... Como compositor de canciones llegó a una sencillez y honestidad brutal que le permitió, en la tradición bluesman, cantar historias con voz propia.
Su estilo le permitió cantarles a los fierros y a las mujeres (Suzy Cadillac, de Riff), a su adorada madre (en el hito Mi vieja, en verdad un cover) a su perro (“Es mi perro, es perfecto”, Blues del perro de Blues local) o a la gente vieja (“Yo soy un hombre bueno, lo que pasa es que me estoy viniendo viejo”, El viejo de Pappo’s Blues Volumen I). Cada tanto sus canciones podían sorprender con reflexiones metafísicas puras, dignas de un maestro zen. Claro que siendo Pappo un guerrero (alguien que creyó en el poder de la música como el único medio capaz de salvar al género humano) esa espiritualidad era de una suerte de samurai, alguien que en su música daba su vida con entrega total. La sabiduría en sus letras aparecía como un relámpago: “Son muchos pensamientos para una sola cosa, estoy algo cansado de vivir en realidad” (Sucio y desprolijo de Pappo’s Blues Volumen III).
Sus canciones siempre tuvieron algo críptico, minimalista, hermético. Durante su alucinante vida, a la vez salvaje y familiera, rutera y barrial, Pappo mantuvo cierto sentido de lo misterioso, sumando su filosofía de mecánico de autos. El Carpo sabía que todo tenía una causa, sea provocada por un motor de 8 cilindros o por otra cosa. Sus letras podían ser absurdas (“No puedo evitar que vengan hacia mí los sánguches de miga”, Sandwiches de miga), costumbristas (“Anoche hubo fiesta en el club del blues local; sentados en una mesa, con amigos de verdad, estábamos tomando vino fino natural”, Blues local, 1992) o místicas (“Bautizan a un niño en el nombre de Dios, descubren que tiene un ser superior. Los pastores advierten, un don especial: él venía a salvar nuestro mundo”, La espada sagrada de Riff VII).
Un gran escritor de canciones dijo alguna vez que en un buen título ya hay una buena canción. El Carpo lo supo: El brujo y el tiempo, Nunca lo sabrán, Completamente nervioso, Llegará la paz, Malas compañías, Dios devorador, vienen a la mente. Desde El rock de la mujer perdida –a fines de los ‘60, con Los Gatos– hasta ese impecable testamento de amor blusero Buscando un amor (2004), Pappo vivió y murió como mito. Tenía tanto de Hell Angel como de héroe de historieta. Pero, como era un héroe real, muchos pensaban que no podía morir. Era más fácil esperar que hiciera algún papelón o que dijera en público eso que todos piensan y nadie se anima a decir, o que dijera lo indecible, o que volviera a armar o desarmar Pappo’s Blues o Riff, o a lo sumo que volviera a dejar la música para trabajar en su taller mecánico. Más allá de ese cuerpo en la ruta, Pappo no murió. Simplemente tomó otra ruta desconocida. En una letra de un tema suyo que grabó Spinetta en Spinettalandia y sus amigos, él mismo lo anticipó: “Adonde quiero estar es lo que no interesa. Elijo el lugar, lo tomo por sorpresa”.

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