TEATRO SOBRE AQUEL ALEMAN CANIBAL
Internet hace daño
Por Eugenia Guevara
El espectáculo Un acto de comunión del dúo Los Eminentes Patrones del Vapor se basa en el caso real de aquel internauta alemán que fue juzgado en su país por canibalismo en el 2003 porque se había comido otro internauta. Lautaro Vila (27), autor de los textos y narrador, aclara ante el micrófono de la sala-bar al comenzar: “Los nombres de los protagonistas fueron cambiados”. Después canta I’ll Be your Mirror de Lou Reed acompañado por la guitarra de Adolfo Oddone, trasfondo de los cinco actos, que resurge con más canciones (cuyas letras el público puede leer sobre las mesas, en español), desde The Nearness of You de Norah Jones hasta Gone for Good de Morphine, pasando por Heart Shaped Box de Kurt Cobain y You Cut me to the Bone de Robben Ford.
La emoción de la música completa el texto que Vila canta y cuenta en tono monocorde; la historia personal, con elementos documentales y ficcionales, de aquel alemán caníbal a quien llama Heinrich. Todo comienza en la octava triste fiesta de cumpleaños de Heinrich, que acaba de ser abandonado junto a su madre, por el resto de la familia: su padre y hermanos mayores. En ese cumpleaños, la soledad se hace consciente. El segundo acto lo encuentra en el velorio de su madre, única conexión con el mundo real. Un sentido del humor frío lo salva. No se sorprende por estar otra vez solo, a los pies de la tumba de su madre, exceptuando a los bien pagos sepultureros y al mejor pago pastor. Mientras la tierra cae, Heinrich sólo piensa en volver a casa y encender la computadora.
El tercer acto describe el ritual, la disposición de cada artefacto que lo conecta con su mundo: webcam, parlantes, scanner, impresora. Y además la cafetera, que lo ayuda a no dormir para explorar, chatear, ingresar a las galerías de rubias, morenas, gordas, heterosexuales, grupos, fetichistas, gays y volver una y otra vez, “con la cabeza aturdida de imágenes”, a la sala caníbal donde conoció a Franky, el solícito joven que le respondió dispuesto a ser comido. El cuarto acto es la cita. Heinrich limpia la casa, corta el ajo y lo guarda en la heladera, coloca la mini-dv para que registre el encuentro, prepara el aguardiente, los barbitúricos y el vino, baja las luces, prende velas y pone el disco de hits de George Michael justo cuando llega Franky.
El primer corte, una vez que Franky está “anestesiado” de alcohol y pastillas, es su pene, que luego saltan con ajo y comparten los dos, con la tranquilidad de que “la cámara registra todo”. Sólo cuando Franky no puede ser más comensal de su propia carne, Heinrich la apaga. Quiere intimidad, estar solo, preservar ese “acto de comunión” entre él y Franky, el muslo de Franky que está por devorar con una copa de vino beaujolais. El final de Un acto de comunión está reservado para el juicio. Ese momento que, televisado para el mundo, inspiró a Lautaro Vila: “Lo recuerdo perfectamente; había una nota de un asesinato en un tren en el conurbano. Mostraban al acusado. Su cara, su mirada a la cámara era creíble: había tirado a una mujer del tren, por robarle algo. Había hecho algo desesperado, hacía tiempo que vivía mal. Acto seguido aparece este alemán en la pantalla. Dueño de un crimen tan metódico, tan negador de cualquier principio moral, tan atildado, irracional, seductor. Vi ahí un caldo, una metáfora de nuestra época. Había que contar eso”, afirma.l