La tapa del disco de Ojas y su contratapa desplegada (una misma foto en la que se ve una ruta, un campo y un cielo parcialmente nublado) dicen más sobre su música que cualquier analogía o comparación. Ojas es un septeto que eligió tomar una ruta despejada, que, por lo pronto, hoy los lleva a tocar en La Trastienda, uno de los pocos lugares que sobrevivieron al Síntoma de Clausura Compulsiva. La excusa es presentar Despegar, un EP que los encuentra en plena transición sonora, ya su primer disco (producido por Pablo Romero, de Arbol) empezaba con el sonido de una gaita, proponiendo una actitud de apertura sonora que es lo mejor y más notable de este proyecto, que empezó como una banda de rock (integrada por Iván, en voz y guitarra, Pablo en guitarra, Mati en bajo y Pancho en batería) y que ahora, con el aporte de Diego (en sampler y coros), Alvarito (violines, flauta, kalimba y didgeridoo) y Phías (MC y bailarín de la banda), abrió su espectro sonoro.

“En el primer disco ya había cierta afinidad étnica, pero éramos más de machacar con las guitarras. Ahora hay una mayor diversidad y a la vez estamos flasheando con el dance, con el concepto que tienen los shows de música electrónica como los de Underworld, Chemical Brothers o incluso Radiohead, de estar disfrutando lo que pasa con la música sin estar mirando el escenario”, dice Iván, y cómo no creerle si ni siquiera figura su nombre (ni los de otros seis Ojas) en los créditos. Para Diego lo interesante de esa influencia es que “te vas curtiendo con algo nuevo y te quedan ideas que vas usando. A medida que van pasando los recitales la gente se va dando cuenta de que la idea es pasarla bien, no que se caguen a trompadas”. Es que Ojas sigue siendo un grupo de guitarras. “La gente me ve con dreadlocks y se piensa que nos llamamos Ojas porque hacemos reggae y se nos acabaron las flores y nos fumamos las hojas. Pero no, nada que ver.” Basta con escuchar las cuatro canciones de este nuevo disco (producido por Chávez, el headmaster de Haedo) o con saber que Ojas, en realidad, es una palabra sánscrita que nombra la energía espiritual. Todos los días se aprende algo nuevo.