Los celulares con videocámara han abierto nuevas puertas al periodismo documentalista amateur. Gracias a ellos, decenas de adolescentes adinerados e intrépidos –que ya se aburrieron de mandar mensajes de texto– se lanzan ahora a retratar el mundo a través del visor de su telefonito. Así, pronto empezarán a verse toda clase de estrenos; desde cortos costumbristas e hiperrealistas sobre la vida en Zona Norte (como Solange limpia la pileta en topless o Indecisión en el Blockbuster) hasta documentales más comprometidos (como Un country sin cartoneros o Vendiendo en la UCA). En esta segunda línea se ubica la imperdible opera prima del joven misionero Juan Hermes Paziuk, titulada El Lumilagro del Turco.
Grabado íntegramente en la Triple Frontera argentino-paraguayo-brasileña, se trata de un corto de alto impacto: narra la historia de Ahmed, un joven mochilero que ingresa a la Argentina desde Ciudad del Este, transportando cartuchos de dinamita metidos dentro de un supuesto termo de tereré. La empatía entre Ahmed y la cámara es notable, y aunque el muchacho no habla una palabra de castellano y los planos resultan desprolijos, sus gestos al describir el potencial explosivo del TNT son sobrecogedores. Con un soundtrack en el que brillan las versiones en chamamé de los hits de Jaime Sin Tierra, y con algunas escenas hot –como cuando Wanda, una pícara camarera de Iguazú, elogia el tamaño del termo en cuestión–, El Lumilagro... es al mismo tiempo obra artística y denuncia periodística. “Que alguien haga algo”, parece decirnos el joven realizador desde el ojo de su teléfono S-710, valuado en 2700 pesos, que le regaló su padre en ocasión de su cumpleaños número quince.

* Cualquier similitud con la realidad... allá la realidad.