Jueves, 21 de abril de 2005 | Hoy
Por Mariano Blejman
La confusión
¿Cuánto puede ver un espectador full-time? ¿50 películas? ¿70 películas? ¡¿100 películas?! Menos de un quinto del total de 400. Cada año, miles de interesados usan el bunker del Abasto como sede central para el ingreso a nuevos sueños en formato celuloide, aunque también se deambula por toda la ciudad en busca de imágenes perdidas. Los films llegan en banda ancha desde Corea del Sur, Irán, Irak, Estados Unidos, Francia, Alemania, Chile, Bolivia y cientos de etcéteras. Con el paso de los días, las imágenes capturadas en la retina se van entremezclando, al punto de ya no saber decididamente cuál fue la película que se vio. Tal vez la historia del cine sea la de una sola película, a la que distintos realizadores van agregando pedazos. Si alguien fuese capaz de filmar la mente humana después de 12 días de festival seguramente se llevaría un trabajo incapaz de ser imitado por la mano del hombre.
La conversación
Sucede cada año, aunque como esta vez se agregó un día, sucederá todavía más. “¿Qué película viste? ¿Te gustó o más o menos? ¿Se puede ir a ver? Te recomiendo ésta.” Son los comentarios más escuchados después de los primeros días. La respuesta más usual es: “me gustómmm, sí, un poco larga, pero interesante”. Con esa frase se puede opinar sobre casi todas las películas que se dan en el Bafici. Inténtalo, y parecerá que lo has visto todo. Como cuando uno está en la playa durante varios días, el ojo se acostumbra a saber cuáles son los cinéfilos iniciáticos (aquellos que recién llegan, o a puras penas consiguieron algunas entradas), a diferencia de los que ya llevan varios días encerrados en el shopping, en el Malba, en el Cosmos, en la Lugones, la Alianza, en el América, que saben dónde está el baño, cuáles son las mejores posiciones para “la cola”, a quién contactar por el dato de la fiesta vip, etcétera.
El momento “hot”
A eso de las 18, el meeting point del Abasto y también el espacio VIP, se convierte en un escenario caliente, donde las credenciales de acreditaciones se hacen valer (suele haber buen vino, aunque faltó el sushi del año pasado). Es el momento del raro “glamour”. Es sabido que las cámaras de televisión no saben qué hacer en el festival: no hay caras demasiado conocidas como para entrevistar. Tal vez el momento “top” sucedió con la presentación de Pajaritos, de Raúl Perrone, el viernes pasado, donde estuvo el “Puma” Gabriel Goity y la súper modelo Mariana Arias que hace ¡de pobre! en la enésima ópera del “Perro”.
Los extranjeros
A Dave Markey, que capturó los momentos iniciáticos de Nirvana y Sonic Youth, lo vimos con un suplemento No de la semana pasada en la mano, agradeciendo a diestra y siniestra haberse convertido en una especie de celebrity. También andaba rondando los pasillos Bill Plympton, el genial animador que se dignó en visitar la Pampa fílmica. Como todos los años, a pesar de no haber traído esta vez el BAL (Buenos Aires Laboratory), la sonriente Ilse Hughan del Festival de Rotterdam fue a cuanto cocktail se le ofreció. Fue notoria la ausencia de unas cuantas figuras habitués del extranjero que decidieron dejar pasar este año –dicen los que saben– para ver cómo evoluciona el Bafici con la nueva dirección. Habrá que ver si vuelven el año que viene.
Etcéteras...
A diferencia de años anteriores, el Bafici no ha tenido un fixture de fiestas tan organizadas. Sin embargo, todos apuntan sus fichas para la gran final. Algo extraño sucede con el cine que se programa: tal vez durante todo el año, muchos de los que se acercan hasta las grandes pantallas no piensen en ir a ver cine bengalí. Pero en Bafici está todo permitido. Viene a ser una especie de celebración de nuevas formas de narrar. Es un carnaval de las imágenes que, como decía Rabelais, mezcla ricos y pobres, aunque en este caso ricos y pobres de imágenes capaces de ver con otros ojos lo que no se atreverían a observar en temporada baja.
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