NOTA DE TAPA
La música es, también, un trabajo. Pero hasta poder vivir de ella, los rockeros recorren un largo camino. En homenaje a los mártires de Chicago –que murieron luchando por las jornadas laborales de ocho horas el 1º de mayo de 1886–, el No investigó los oficios de músicos, que cumplen jornadas de trabajo esperando dar el gran paso. Hacen de cocineros, fumigadores, tintoreros, remiseros, pizzeros y subtituladores de películas pornográficas, entre otras cosas. Entonces, ¿quién dice que el rock no transpira la camiseta?
Mono: líder de Kapanga y multiuso de pizzería
En la esquina de Garibaldi y Alvear, en pleno centro de Quilmes, está la pizzería del Mono de Kapanga. “Es una empresa familiar: mi viejo, mi vieja, mi hermano y yo empezamos en Lanús, donde estuvimos diez años, y hace ocho nos mudamos acá”, dice el cantante. “En la pizzería hice de todo, salvo pizzas: los pizzeros son unos monstruos, si falta el pizzero tenemos que cerrar. Ahora ya no puedo ir todos los días, pero doy una mano cuando no estoy de gira. Por ahí hago el reparto si alguno le falla la moto o si el pedido es lejos.” El Mono larga la risotada cuando se le pregunta qué cara ponen los que reconocen en el repartidor al cantante de una banda que se apresta a debutar en Obras (el 4 de junio). “La mayoría ya me conoce, pero hay algunos que no tienen ni idea; me dan propina y todo. Muchos me piden que pase a saludar a los hijos, pero sólo puedo entrar dos minutos... porque por ahí tengo un par de pedidos más. He firmado muchas cajas de pizza. Y un par de veces me pasó de llegar a una casa y que estuvieran viendo alguna nota o un video de Kapanga por la tele: los tipos no entendían nada... No sé si habrá fanáticos que llaman porque la pizzería es mía, me parece que trabajamos porque la pizza es buena”, dice, orgulloso. Cero actitud de estrella de rock: “La gente piensa que uno se bajó de una nave espacial porque sale por tele, pero yo no me como ni una. Hay días en que no tengo un mango y zafo por la pizzería”. Con el primer Obras a la vista, el Mono afirma que ahora la prioridad la tiene la música: “Me pasó muchas veces de cerrar la pizzería y salir cagando para algún show, o que se me complicaran los ensayos. Fueron muchos años de dejar clavada a la banda y unos pocos de clavarla a mi vieja con la pizzería. Pero ahora toda mi familia disfruta del lugar al que llegamos con Kapanga”.
Axel Báez: cantante de Santos Inocentes y cocinero
De jueves a domingo, si el rock se lo permite, Axel cocina en The Soho, un coqueto restaurante de Palermo. Se define como un chef vegetariano, pero uno de los platos de la casa es ojo de bife con ketchup casero y papas al plomo, algo que el pibe llama “cocina pop” (¿?). “Es la música pop llevada a la cocina –devela–, porque toma sabores de todos los tipos de cocina, los sintetiza y arma un hit. Es todo medio chistoso, está bueno.” Axel confiesa que se dio cuenta de sus inclinaciones culinarias a los 13 años mientras pelaba chauchas en la cocina de su casa. De allí partió una manía sin freno, incluso en el momento de auge de Santos Inocentes se las ingenió para cocinar en los resquicios que dejaban las giras. “Estábamos en Estados Unidos o Puerto Rico y cocinaba igual, como si fuera una pasantía.” Por tanto, cuando al grupo se le cayó el contrato con Maverick, la compañía que los hacía girar por el mundo, no tuvo que salir a pichulear para sobrevivir.
“Cuando la música no me deja plata, me pongo la chaqueta camuflada, cocino más y listo. Total, cocinar es como hacer música popular”, compara. El cantante toma a su trabajo como una bendición por dos razones: primero porque, dice, es un trabajo agresivo que le permite transportar esa agresividad a la música, y después porque lo acerca a la clase obrera. “A veces parece que los músicos no quisieran trabajar, que quisieran zafar. Entonces, laburar te pone en una condición de sufrir y pensar en la desesperanza que sería trabajar así si no estuviera la música. Trabajar te pone muy cerca de un chabón de Quilmes que va hasta Palermo a laburar por 500 mangos.” Pasada la experiencia con el sello Maverick, la banda de tecno-rock está por firmar un nuevo contrato con Universal México, lo que abre posibilidades grossas de trabajo, pero Axel no piensa dejar el mango de la olla. “Quiero ver cómo hago para combinar las dos cosas, porque ni loco largo la cocina, es un privilegio trabajar con algo relacionado con el gusto.”
Mariano Takara: cantante de Parraleños, tintorero y remisero
Sus amigos le dicen Met, enumera el escalafón laboral de las tintorerías. “Empieza el que marca la ropa con la dirección del dueño; sigue el que lava con agua y jabón; después, algo más sofisticado, el que lava en seco con solvente y guantes; y por último el que plancha, acá no llegué. Lo demás lo hice todo”, confiesa sobre su primera profesión. Como todos los Parraleños –criados en las entrañas de las tintorerías de Buenos Aires–, el frontman de genes nipones es un experto en el rubro, pero un viaje al país del Sol Poniente le torció el rumbo. “Ahora también soy remisero, bah, en realidad se le llama pull escolar.” Cuando regresó de Japón, y antes de vestirse de Kiss y Village People, o de competir con Bandana en los Awards 2002, el hombre vio una veta comercial también relacionada con la comunidad nikkei.
En Capital, hay sólo dos colegios japoneses –uno en Belgrano y otro en Parque Centenario– y los niños de la colectividad están desparramados por toda la ciudad. “Los micros no llegan muy lejos, entonces se me ocurrió ir a buscar chicos en auto y dejarlos en la puerta de la escuela. Sale un poco más caro que un colectivo, pero están todos contentos”, señala. Dos horas por día, Mariano carga cinco niponiños en su auto y los lleva a la escuela. “Menos mal que no me subí a la ola de Shimauta, hice bien en conservar el quiosco cuando Universal se dedicó a Operación Triunfo”, ironiza sobre la compañía que se desligó de ellos después de exprimir a morir Megadeth, Megadeth y la cumbia samurai.
Fernando Marastoni: saxofonista de Satélite Kingston y fumigador
Buscando cucarachas para aniquilar en un edificio, Fernando Marastoni conoció a Alejandro Pribluda, guitarrista de Satélite Kingston y, fruto de ese encuentro casual, se integró como saxofonista al noneto ska. En síntesis, fumigando llegó a la música. “Cada vez que iba a fumigar al edificio, pasaba por el "1º A" y me quedaba hablando de música, hasta que un día me dijo que la banda cambiaba el saxofonista.” Antes, durante y hoy, Fernando permanece como fumigador. En un momento, el trabajo le demandaba horas fuertes por la mañana. “Entrar en un departamento a la mañana es muy divertido, en cada casa hay un mambo distinto. Cada uno está en su historia, en su mundo y vos fumigando. Es muy loco.” Después tuvo que bajar el ritmo de producción porque el veneno que se utiliza para reventar cucarachas, moscas y mosquitos, comenzó a quitarle capacidad pulmonar para tocar su saxo tenor. “Sigo viviendo de fumigar, pero me quedé con cuatro clientes grandes –frigoríficos, etc.– fumigo poco y les cobro bien.” Algunos secretos del oficio: los clientes aparecen solos, se gana bien, al año de trabajar ya sabés dónde se esconden las cucarachas y el veneno para matar es barato. “Con la máquina de fumigar en tu casa, algunos cuidados mínimos y conociendo más o menos bien el oficio, está bueno. Fumigar lleva poco tiempo y la gente te va recomendando si hacés un buen laburo. Nadie quiere tener un bicho que camine por su casa.”
Juan De Francesco: cantante de Buda y diseñador de ropa
Juan no escatima tiempo en afirmar que diseña ropa “sólo por el metal”. Y afirma: “Para mí no es una prioridad este trabajo, es sólo un medio de vida que no tiene nada que ver con mi pasión”. Todos los días, entre las 9 y las 17.30, De Francesco diseña ropa para la marca Kay Biscaine, pero piensa mucho más en la música y la pintura –su otra vocación– que en sastres, medidores y muestristas. “Trabajo en esto desde 1990 y lo mejor es que viajé bastante, conocí mucho y me di cuenta de que en la Argentina prima la rentabilidad por sobre la creatividad. En otros lugares del mundoexisten diseñadores que se dedican exclusivamente a desarrollar colecciones reales, acá lo que hacemos es aggiornar lo que viene de afuera, o sea analizar las tendencias que llegan del exterior y recrearlas, usando telas importadas.” Juan, también artista plástico, confiesa que hace el laburo porque “no le da para hippiar” y porque el horario le permite ensayar sin apremios con la banda del ex batero de Las Pelotas, Superman Troglio. “Igual, mi idea es cortar con esto en algún momento y dedicarme de lleno a la música, que también es un comercio, como la ropa, pero por lo menos te contacta con gente de otro palo. ¿La pintura? Tal vez esté más ligada por su estética, sus colores, pero la música no. Cuando pueda vivir de ella, dejo de diseñar.”
Darío Almirón: guitarrista de The Tandooris, dibujante y animador
El violero de los garageros Tandooris fue paseador de perros, redactor de una revista de bomberos y mensajero en bicicleta, pero hoy encontró la luz como dibujante y animador. “Trato de mezclar mis dos pasiones, el dibujo y el rock and roll, aunque no siempre se puede”, arranca ante el No. En una época, Darío escribía los guiones en la revista de comics Charly Bizarro, “cuyo protagonista era sospechosamente parecido a García”, dice; después pasó a realizar una serie de dibujos animados para el portal Yeyeye, llamado Los flequillos salvajes, y desde el 2001 tiene un pequeño estudio de animación, en el que desarrolla juegos interactivos para Cartoon Network, Nesquik y Bubbaloo.
“Actualmente estoy muy copado con generar cosas para el público infantil y preadolescente, especialmente femenino, soy consumidor de chatarra pop chiclosa como Hello Kitty, Barbie, mucha golosina china, stickers, y poronguitas de colores de todo tipo. Me encantan Pucca, Barney, los Teletubbies, soy fanático de Hanna-Barbera, Chuck Jones y Tex Avery, y colecciono libros de cuentos infantiles.” Este melómano del animé jura que sus ingresos no son elevados, pero lo sopesa con la suerte de no tener “ningún jefe que me rompa las pelotas todo el día. Puedo acomodar perfectamente los ensayos en mi agenda. Por suerte siempre zafo. Hace poco hubo un parate de casi cuatro meses, no entraba nada de laburo.A mí, que soy muy hippie, en general me chupa un huevo eso, pero el tema es que esta vez estaba por quedar en rojo, y pegué una estampita de San Cayetano en el monitor de mi computadora. Al otro día me cayó un laburo,y a los pocos días siguieron cayendo.Se reactivó la cosa. Un grosso Sanca”, revela, un tanto místico.
Rubin: cantautor y traductor de películas porno
“Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo”, ironiza Sebastián Rubin, cantautor en plan solista luego de la disolución de Grand Prix y traductor de películas triple equis. ¿Cómo llegó allí? Porque su hermana, que es traductora, le pasó parte de su trabajo en épocas de crisis económica para el cantante. “Así me convertí en un trabajador del sexo”, sigue Rubin. “El trabajo es ideal, porque es súper free lance y puedo manejar los tiempos. De todos modos, el porno es como el chocolate: puede ser muy rico, pero si sólo comés eso ya no te gusta más. Con el tiempo el trabajo se expandió hacia otros rubros, pero el porno es como mi primer amor. De todos modos, con las condicionadas siento que estoy trabajando para nada, porque cuando hay diálogos es cuando la gente va al baño o busca algo en la heladera.” Por su pasado de economista, Rubin también traduce papers; por su voraz fanatismo por la música le llegan documentales y videos. A la hora de ponerle nombre a la banda que lo acompaña, el autor de Viva la vida no tuvo dudas: Los Subtitulados. “A los integrantes del grupo les encanta”, asegura, y enseguida busca otras conexiones entre porno y música. “Tuve que hacer una película gay que se trataba de una banda”, recuerda. “Los tipos hacían que tocaban una canción–la misma– durante 80 minutos, y cortaban a escenas de autosatisfacción de cada músico. Con todo el respeto por las preferencias sexuales de cada uno, se me hacía muy pesado. Pero lo bueno era que no hablaban durante toda la película, así que fue muy fácil de subtitular.”
Tomy: cantante de MAD, cafetero de cancha y vendedor en La Salada
Todos los MAD tienen oficios paralelos a la música: Julián, el guitarrista, es motoquero; Nico Barreiro, el otro guitarrista, atiende un bar; Plato, el baterista, alterna sus días entre reparar computadoras y traducir películas porno del italiano al castellano (“me pudrí de levantarme a las siete de la mañana para ver a la Cicciolina meando a un tipo y traduciendo lo que decía, para que entendieran acá. Es muy fuerte al principio, pero después te acostumbrás”, comenta al paso), y Tomy Casparri, el cantante aicidiciano, tiene dos changas: ocasionalmente vende café en las canchas de Boca, Temperley, Huracán o Independiente, y rutinariamente ropa de todo tipo en la famosa feria de La Salada. “Vendemos gorros con visera, buzos, camisetas de fútbol, lo que venga”, comenta el hombre. Tomy trabaja 24 horas corridas dos días por semana (lunes y miércoles), y los viernes pasa unas horas por un taller de Constitución para ayudar al dueño del puesto a cortar tela y confeccionar prendas para su venta posterior. “Gano 50 mangos por feria más 30 cada vez que voy al taller; si hacés, números, está bueno.” El puesto que atiende está ubicado entre la orilla del Riachuelo y la Avenida de la Ribera, y cuando le agarra sueño se acuesta en una silla ubicada estratégicamente al lado de un bracero. “No sabés el frío que hace a la madrugada ahí... la neblina del Riachuelo te mata.” En la cancha, cuando va, no la pasa mucho mejor. “El mayor drama es el luqueo; el café cuesta un mango y los viejita te quieren dar 40 centavos, por supuesto que no se los permito. Demasiado con que tenés que dejar una cometa en la puerta para que te dejen entrar a laburar.” Duro el hombre.
Fernando Bellver: tecladista de Hamacas al Río, bajista de La Casa del Arbol, barman y psicólogo
Cuando terminó la carrera de Psicología, Fernando Bellver decidió “colgar” lo académico durante todo un año y dedicarse a hacer música. De todos modos, a principios del 2005 se propuso que las dos actividades convivieran y se anotó para la concurrencia en el hospital José T. Borda. Pero eso no es todo: tres veces por semana está tras la barra en La Cigale, al punto que a veces llega al neuropsiquiátrico con poquísimas horas de sueño. Y hay que tener en cuenta que toca en dos bandas. “Hace un año era más alto, tenía más pelo y mejor color en la piel”, ironiza el músico. “La idea es que en algún momento la profesión y la vocación me permitan abandonar el mundo de la noche y sus limados. Pero si me saliera una gira mundial –cosa de la que estoy muy lejos– y tuviera que decidir entre la música y la psicología, creo que me quedaría con la música, que es mi vocación de toda la vida. Podría vivir sin trabajar en el Borda, pero no sin la manifestación de la música. Por suerte, por ahora no se interponen.” En el hospital, Fernando está en un servicio de pacientes ambulatorios, aunque conoció a otros más impactantes. “Al principio da un poco de impresión, pero después uno se acostumbra”, dice. “En el bar hay personas que están mucho peor y que creen que están bien. Existe el mito de que el barman es un psicólogo informal, así que los que saben de mi profesión me dicen: ‘Acá te debés hacer un festín con los clientes’. A veces me hago un festín, pero porque hay unos personajes bárbaros. De todos modos, ya estoy habituado a esta triple vida. Y como no ando diciendo qué hago, soy como una especie de agente secreto.”
Marcelo Blanco: cantante de Doris y vendedor de hongos comestibles
El padre de Marcelo Blanco es biólogo y, cuando cerró la empresa para la que trabajaba importando instrumentos científicos, decidió montar una empresa familiar: un laboratorio para producir hongos ostra, una variedad comestible que se usa en restaurantes finos. Entonces Marcelo, uno de los cantantes de Doris, aprendió de la esterilización que precisan los hongos para no ser devorados por bacterias y de la “lucha constante contra entidades microscópicas”. “Es un laburo interesante y además estaba solo, tranquilo, podía manejar los horarios y escuchar música”, recuerda. “Después mi viejo armó un cultivo más grande en un campo que tiene en Doyle, cerca de San Pedro, y yo me dediqué exclusivamente a la venta y el reparto, en bici. Meto los hongos en la mochila, están casi congelados y llegan frescos. Porque si tienen una semana ya no lo podés vender. Cuando recién los cortás son muy lindos, parecen flores, pero después se deshacen solos”. La venta de hongos ostra le permitió a Marcelo vivir con lo justo durante 2004, pero a principios de este año se fue a Estados Unidos, donde nació, a trabajar como guardia de seguridad, cocinero, constructor, mozo y operador de medios de elevación en un centro de ski. “Fui a conocer el lugar donde nací, pero también a juntar guita. Me hubiera quedado más, pero acá está Doris”, explica. La relación trabajo-música puede rastrearse en el título del segundo álbum de la banda, Doyle, la odisea del gaucho drogado. Y agrega: “La palabra hongo tiene toda una reverberancia alucinogénica y nuestra música es psicodélica, así que alguna relación hay. De todos modos, estoy alejado del laboratorio”.
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