CUENTOS BORGEANOS, EL PUNK LITERARIO
Su nuevo disco Misantropía indaga en lo descarnado del alma, dicen. Abril Sosa –ex baterista de Catupecu Machu– cuenta el interior del trabajo, denotando un singular estado del alma: “Me pregunto muchas veces qué sentido tiene vivir”. Pum para arriba...
› Por Cristian Vitale
Afuera llueve imparablemente. Siete de la tarde, contexto gris y cinco muchachos que mechan alguna sonrisa leve con alusiones a la intangibilidad del alma que trata Sabato en Sobre héroes y tumbas o al Artaud de Spinetta. O intentan desmenuzar la frase de Albert Camus que guía Misantropía: “No hay libertad para el hombre, mientras no supere el terror a la muerte”. “Nuestras letras están colmadas del absurdo de existir”, agrega Abril Sosa, el comandante de este barco llamado Cuentos Borgeanos, que navega a la deriva entre las aguas fiesteras de cierto rock argentino. “La verdadera libertad del hombre está cuando vence el temor a la muerte, que no implica la acción de morir sino aguantarse vivir”, extiende.
En Misantropía –flamante segundo disco–, música y letras marchan concatenadas con un mismo fin: indagar lo descarnado del alma. Se mezclan frases penetrantes (“Sueño que no hay muerte / soy eterno / vivo la agonía del infierno”) con otras de violencia desmesurada (“Afilo mi puñal... voy a arrancarte el corazón / veremos cuánto respirás”) y algunos instantes felices (“Mírame, sueña un mundo claro / llora en mí tu dolor”). Sazonan los mensajes, sonidos que a veces remiten a The Cure y otras a un rasgo poco definible. “No nos gustan las bandas que se fijan a un momento: tratamos de estar al margen, porque el arte es tan absoluto, el alma es tan vasta que supera eso. ¿El rock nacional...? Me gusta Fuego gris de Spinetta, pero me pudrí de escuchar rock de acá. Ahora soy fan de Mars Volta, una deformidad total”, engloba Abril.
En rigor, lo que menos parece es una nota con un grupo de rock criollo. Abril, ex baterista de Catupecu Machu, se ubica en el medio de un sillón oscuro. Lo rodean, tranquilos, Lucas, Charles, Diego y Agustín. Hay una luz muy tenue, un techo alto y un perro algo molesto. “Definirnos como intelectuales es demasiado –sigue Abril–. Lo que hay es un marcado espíritu literario.” El sonido se materializa en temas perturbadores y emocionantes: Mírame, Cuentos imborrables, Tu voz, Te desconocí, Sendero oculto, Andorondack o Estoico, un primer corte muy outsider. “Lo elegimos para cortar porque representa mejor el espíritu del disco... Es un camino medio entre lo oscuro y lo claro”, interviene Diego, el guitarrista.
–Hay letras que manifiestan estados internos: dolor, angustia, violencia. En Sendero oculto sueñan que no hay muerte, por ejemplo...
Abril Sosa: –Es que admiro a los filósofos del absurdo y me pregunto muchas veces qué sentido tiene vivir. El extraño caso de Mr Nadie y Dr Soy, es una alegoría de Mister Hyde de Stevenson. “Voy sintiendo que no soy quien soy”, alude a que nunca sabés el momento en que podés trular.
–¿Queda corto definirlos como una banda de punk melódico? Así se los catalogó cuando editaron Fantasmas de lo nuevo.
Abril: –Poner un género es limitar la música. Igual, en Fantasmas... está bien marcada esa cosa punky de bases bien derechas y guitarras al frente. Acá me parece que retorcemos la música: es un disco profundo que pueden escuchar un adolescente de 15 años y un filósofo de 77.
Charles: –Los temas son recontra intrínsecos... es un disco interno.
Lucas: –A mí me gustan los más oscuros.
Cuentos Borgeanos nació en el 2000, dos años antes que el inquieto Abril decidiera dejar Catupecu. Editaron el primer disco en el 2002 y se los definió también como una banda de punk literario. “Queremos evitar las fórmulas repetitivas. Odiamos eso”, redunda Abril. Se ganaron una pequeña audiencia a fuerza de canciones como Pabellón cero o Gritar dolor, un perfecto antecedente de Misantropía. “Tiene una onda angustiosa –define Sosa–. De chico tengo la idea de que sería bueno acostumbrarse a las cosas malas, porque las buenas son pocas. Uno se agarra siempre de las felicidades mínimas.” Agrega Diego: “Nos metimos adentro nuestro buscando lo que nos salía y creo que todavía no salimos de esa profundidad”.
Abril Sosa dejó Catupecu cuando la banda atravesaba su mejor momento. En los prolegómenos de Cuadros dentro de cuadros y con Cuentos decapitados en la cima, optó por reactivar sus orígenes como guitarrista y cantar. Tenía 20 años, llevaba ocho como amigo de Fernando Ruiz Díaz y no quiso que todo termine mal. “Se piensa que era el momento más exitoso de Catupecu cuando me fui; pero sólo era así en términos mediáticos. En realidad era el peor. Además, a mí me chupa un huevo el éxito. Por eso fue inteligente pensar ‘antes de cagarnos a patadas, terminemos las cosas acá’.”
El ex baterista conoció a Fernando cuando tenía 12 años. Se llevaban 12 y guarda con cariño ciertos recuerdos. “Salíamos a andar en bicicleta y teníamos charlas re profundas”. A la distancia, descarta como causa de la separación motivos generacionales o artísticos. “Nada que ver; porque en Catupecu siempre compuse. Naturalmente que para mí escribir y cantar es una situación mucho más rica que tocar la batería, hay cosas que no podía manifestar a través de un instrumento tan abstracto. Pero la explicación es otra: pasó como con una mina; de repente te mirás y no sentís más nada. ¿Qué hacer ante eso? Es como una vela cuando se apaga.”
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