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Jueves, 26 de mayo de 2005

CIELO RAZZO, PASION DE MULTITUDES MADE IN ROSARIO

“Nosotros nos quedamos”

La muerte de Largo, su baterista, los dejó al borde de la disolución. Pero la decisión de seguir adelante tuvo su premio: Código de barras y el flamante Marea arrastraron a un público fiel, seguidor y numeroso.

 Por Cristian Vitale

En la Ruta 188, volviendo de un recital en Máximo Paz, un fuerte impacto eclipsó la vida de Pablo “Largo” Caruso. Era marzo del 2003 y la batería de Cielo Razzo quedaba huérfana de un volantazo. Por entonces, la banda era, lejos, la más convocante de Rosario y estuvo a punto de terminar en ese momento. “Teníamos ganas de tirar todo, pero todos nos pedían que sigamos, porque la música era algo por lo que él había dejado un montón de cosas. Era el más enfermo de todos. No agarraba laburos, porque vivía estudiando batería. Eso nos dio ganas para seguir con el mismo sueño”, señala Pablo Pini, cantante carismático de apodo callejero: Polilla. Aún están fijas las imágenes de la tragedia. Habían contratado una Traffic para esa minigira y, a la hora del retorno a la tierra del Che, Largo decidió acompañar a Claudio Crispín –el escenógrafo–, que había ido solo con su auto. “Serían las ocho de la mañana –cuenta Cristian Narváez, bajista– y nos dijo: ‘Me voy con Claudio, no lo quiero dejar solo’. Fue lo último que le escuchamos decir.” Claudio también se mató.

Estos son datos inevitables para entender la historia intensa y algo triste de Cielo Razzo. Nacieron mediando los ‘90 en Pichincha, barrio populoso de Rosario, haciendo ruido en la terraza de la casa de Narvy. De a poco, y con los costos que implica hacerse de abajo, fueron ganando espacios en el circuito de pubs de la ciudad hasta que una rabieta del guitarrista, Diego “Pájaro” Almirón, motivó un hecho detonante. “O grabamos un disco o me voy. Tenemos 24, 25 años y no podemos seguir boludeando”, dice que dijo. El resultado fue Buenas!, primer trabajo de la banda, y causa de una comparación que hoy los pone un poco incómodos. “Ese disco salió en pleno resurgimiento del rock barrial y yo siempre reconocí que me había influido esa onda –admite Pini–, pero nosotros somos muy camaleónicos, nos gusta todo. Y es jodido que te traten como a uno más del género. Eso no le gusta ni a los Callejeros, ni a Jóvenes Pordioseros, ni a nadie. Pero nosotros, además, ni siquiera teníamos a los Stones como influencia, más bien somos gente del grunge de los ‘90: Pearl Jam, Alice in Chains, Soundgarden, Nirvana. Y tampoco tenemos miedo en decir que tenemos influencias pop.”

Sin embargo, la crudeza sonora de Buenas! más el rito de masas que implicaban sus recitales determinaron que Cielo Razzo apareciera como la expresión rosarina del rock chabón. Con el disco en la calle pasaron de tocar para 200 personas en pubs y clubes de la ciudad a llenar lugares por lejos más grandes, como el Teatro Onda Verde, el estadio cubierto de Newell’s o la desaparecida Rockería. “No es que me saque méritos, pero hoy hay muchos factores para que la gente se entere de lo que hacés. Internet nos ayudó a salir de Rosario, a abrir todas las puertas necesarias para traspasar las fronteras de Rosario”, sorprende Polilla. El segundo zarpazo grande fue Código de barras (2003), que salió de casualidad. “Se había matado Largo y estábamos todos conmocionados. Pasábamos días en la sala de ensayo mirándonos, sin saber qué hacer. Al final le pusimos el pecho y decidimos hacer el luto arriba del escenario”, cuenta Pini. La peor parte de la llevó el nuevo baterista, Javier. Durante los primeros ensayos ni siquiera lo miraban a la cara. “Pobre chabón, nosotros no queríamos saber nada. Se sentaba y le decíamos: tomá, aprendete los temas, sentate y tocá. Estábamos realmente mal”, evoca Pájaro.

Código de barras –cuyo nombre alude a un tatuaje que tenía el malogrado baterista– implicó un cambio de rumbo. Aprovechando a sus fieles cautivos -rolingas, no rolingas, rastafaris y hasta punks–, incluyeron caños y vientos, se abrieron. “Es cierto que hay gente que nos reclama por qué no seguimos con el método Buenas!, que quizás era más visceral, pero hay ganas de seguir buscando por otros lados. Sería muy fácil quedarnos en ese código, peronosotros, como Fito Páez, vamos seguir expresando lo que sentimos. La idea es seguir jugando con más juguetes. Antes nunca se nos hubiese ocurrido meter cuerdas, Hammonds o pianos limpios y ahora no digo que buscamos ser Yes (risas) porque somos rosarinos y tenemos una cultura musical distinta, pero tampoco nos interesa quedarnos en la cómoda.”

La pintura de Pini enlaza a Código de barras con Marea, disco flamante mezclado y grabado en apenas trece días en Circo Beat, que incorpora más matices: la confirmación de un séptimo integrante en teclados (Marcelo Vizarri) y una orientación percusiva sin vuelta atrás. Cielo Razzo presentó Marea ante más de 5 mil personas en el Anfiteatro Municipal de Rosario –lugar que pocas bandas nacionales pudieron llenar– y se transformó en un fenómeno casi sin precedentes en la ciudad. “Nunca pasó un fenómeno así en Rosario. Qué sé yo... Vilma Palma o la trova rosarina se desprendieron enseguida y se fueron, pero grupos que se hayan quedado no hay demasiados”, dice Pablo. La masividad los llevó a resignar cierta independencia –Marea fue editado por Pelo Music–, y también hay explicación para esto. “Firmamos con una compañía porque la independencia es un ideal, pero trae sus problemas. Se trata de divertirnos, de que las cosas salgan bien y nadie se muera en un show. Igual, hay una persecución contra el rock tremenda”, incorpora Narvy. “Después de Cromañón, cualquier cosa que pase en un recital está mal visto, ahora clausuraron todo. ¿No es hipócrita eso? ¿No puede prenderse fuego un teatro mientras hay una ópera? Hay que tratar de no lastimar tanto al rock.”

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