Jue 09.06.2005
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EN EL INTERIOR DE UNA ESCUELA DE DANZA

De piernas abiertas

Mil setecientos estudiantes, argentinos y extranjeros, transcurren la mayor parte de su tiempo haciendo lo que indudablemente sabían antes de ingresar: bailar. Algunos ya fueron a Nueva York y triunfaron.

› Por Eugenia Guevara


Con sólo abrir una puerta en el laberíntico espacio, de las tantas que permanecen cerradas por su febril actividad, brotan visiones espectaculares de mundos completos e inesperados. Son diez aulas de movimiento, con piso flexible, barras, espejos y pianos, donde unas cuantas decenas de jóvenes, varones y mujeres, bailan coordinadamente durante horas, siguiendo a una profesora, a la música del piano o a una coreografía ya aprendida. Sobre la calle Loria, a metros de la avenida Belgrano, en el mismo edificio donde funcionaba la fábrica de pantalones Gatopardo que promocionaba Susana Giménez, se ubica la “Escuela de Danza del Estado”, que oficialmente se llama Departamento de Artes del Movimiento María Ruanova del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Artes) y que se ha convertido, en cinco años, en un espacio de referencia en América latina. En total, 1700 estudiantes, argentinos y extranjeros, transcurren la mayor parte de su tiempo diario allí haciendo lo que indudablemente sabían: bailar.

En 2000, la ex fábrica Gatopardo se transformó en este Departamento, que estrena, este año, su primera camada de egresados. Heredero del antiguo Profesorado en Danzas, el María Ruanova recibe todos los años unos 1300 aspirantes, de los cuales sólo 400 comienzan efectivamente a estudiar ahí, luego de demostrar sus habilidades en un examen. Una vez dentro, empiezan, naturalmente, a pertenecer a ese mundo donde la legendaria Liliana Belfiore dicta multitudinarias clases de Partenaire, o el mismo Don Quichotte (que se presentó en el Teatro Colón) es el Encargado de los Materiales Didácticos, o donde la particular biblioteca no posee el requisito habitual del silencio.

Los estudiantes pueden también audicionar para integrar la Compañía que dirige Roxana Grinstein y tiene su propio repertorio de coreógrafos jóvenes. Si pasan la audición, cobran un sueldo y, además de las clases, tienen que ensayar cuatro horas más por día, de lunes a sábado. Cuatro integrantes acaban de regresar de Nueva York, luego de haber participado del Proyecto de Danza del Channel Sur Media, con el auspicio de la Fundación Rockefeller.

“Cuando nos llamaron fue una gran alegría porque no lo esperábamos, pero remarcaron que la elección había sido difícil por el alto nivel”, cuenta Rosana Ochoa (26), una de seleccionadas. La experiencia en Nueva York incluyó la nada fácil tarea de expresar a través del cuerpo cómo es la sociedad argentina. El tema fue la migración latina en Nueva York y a cada grupo le tocó representar coreográficamente a la sociedad de su país. Rosana remarca: “Para nosotros fue una experiencia increíble. Era como estar en Fama”.

Matías Goldín (21) fue otro de los que viajó. “Me hizo saber que en la otra parte del mundo hay quienes hacen lo mismo que yo. También tienen que trabajar 8 horas para poder hacerlo. La realidad es muy parecida en Brasil, Perú o Nueva York”, cuenta. Los motivos por los cuales los estudiantes extranjeros eligen venir a la Argentina, y al Departamento María Ruanova, son variados. Algunos vienen por curiosidad, otros por azar y algunos, como Tania Guayasamín, porque buscan una excelencia en el estudio y la práctica de la danza, que de no existir esta posibilidad bien al sur del continente, deberían buscarla en Europa.Samantha Wolf (20) es estudiante de Washington DC que está de intercambio hace cuatro meses en Buenos Aires, sumando créditos y mejorando su español. “Cuando me dieron a elegir, no dudé en optar por la Argentina. En el secundario tuve tres profesores argentinos que me hablaron mucho de la historia, la dictadura y quise conocerlo personalmente.” Samantha quería ver este país, y de paso volvió al baile, materia que tenía abandonada desde hacía tres años, y se anotó en el IUNA, para dedicarle horas a la Danza Jazz.

El caso de la ecuatoriana Milena Burnell (21) es diferente. Desde los seis, como casi todas las bailarinas, había empezado con la danza clásica. En Ecuador no tenía posibilidad de seguir con la danza contemporánea y el plan, hasta que se casó con un argentino y vino a Buenos Aires, era estudiar en Europa. “Los planes se dieron vuelta y terminé en la Argentina sin saber qué era, o qué posibilidades había. Tomé clases particulares, hice talleres, hasta que logré ingresar a la escuela. Me gusta porque es un poco como Europa, otro poco como Latinoamérica y no es tan lejos.”

Tania Guayasamín, sobrina nieta del gran pintor ecuatoriano, Oswaldo Guayasamín, llegó hace tres años, buscando precisamente lo que encontró en el María Ruanova: “Quería estudiar en Ecuador, pero no hay escuelas de arte. Mi hermano estaba aquí estudiando cine y fue la opción. Comparada con mi educación anterior en danza, es muy distinta. Se hace hincapié en la danza contemporánea, hay más investigación y es un espacio de reflexión que no existe en Ecuador”, dice. Su idea es terminar la carrera, volver a Quito e instalar una escuela de danza. Además, el estudio despertó su interés por las danzas folklóricas de su país. “Paso muchas horas acá adentro. Me costó al principio, pero aprendí finalmente a sacarle el jugo. Escucho que hablan de lo estatal como algo negativo, pero la verdad que para mí esto es un tesoro.”

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