Jue 18.04.2002
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Intoxicado de realidad

Por William Shaw

Encorvado en una camisa verde carcelaria, el preso Russell Tyrone Jones se arrastra dubitativamente a través de la habitación. Parece mucho más viejo de lo que indicarían sus 33 años. No tiene nada que ver con el Ol’ Dirty Bastard que asaltó el escenario de los Grammy en 1998, protestando porque su grupo, el Wu-Tang Clan, había perdido un premio contra Puff Daddy. Aquel ODB había hecho una famosa declaración: “El Wu-Tang es para los chicos”. Este ODB parece triste, derrotado y nervioso. Lo primero que dice, con una expresión perpleja, es: “¿Quién sos?”.
Ol’ Dirty Bastard tiene un nuevo CD en la calle. Propiciamente titulado The Trials and Tribulations of Russell Jones (Los procesos y las tribulaciones de Russell Jones), es el producto de un hombre hundido en su suerte. El disco fue editado por D3 Entertainment, un sello poco conocido de Los Angeles. Atrás quedaron los presupuestos de promoción de los grandes sellos y los productores afamados, como The Neptunes. “Ah... ¿mi álbum?”, dice, confundido. Mira el piso. Ha adquirido el hábito de los presos más débiles: evita el contacto ocular. El nuevo sello de ODB intentó contactarse con él a través de su abogado para informarle de nuestra entrevista, pero él luce perplejo. “¿Cuándo sale?”, pregunta. Se sienta a una larga mesa que separa a los presos de las visitas. “Entonces –dice–, ¿qué querés saber?” Bueno, en principio, cómo van las cosas acá. Suspira y se rasca el lado izquierdo de la cabeza. “No muy bien.”
The Trials and Tribulations of Russell Jones es el tercer disco solista de ODB. El primero, Return to the 36 Chambers: The Dirty Version (1995), fue hecho en el pico de su talento, cuando la pandilla del Wu-Tang estaba ocupada reescribiendo las reglas del hip hop. Mientras todos los otros MCs intentaban sonar como gangstas cool, ODB se mostraba cada vez más psicótico. Sus gruñidos, sus temblores, sus fanfarronerías eran reconocidos al instante, al igual que sus furiosos, escatológicos juegos de palabras.
Se convirtió en príncipe y payaso del hip hop, contribuyendo con su estampa de loco de ghetto a hits pop como “Fantasy” (de Mariah Carey) y “Ghetto Supastar”, de Pras. Pero le llevó cuatro años grabar su segundo CD, Nigga Please, un hecho que se explica fácilmente a través de letras como ésta: “Soy inmune a todos los virus/ Tomo cocaína/ Me limpia la sinusitis”. ODB, alias Osirus, alias Big Baby Jesus, alias Dirt Dog, es un hombre que ama sus drogas; un romance que en buena medida explica por qué, más allá de algunas pocas semanas en fuga, está encerrado desde julio de 1999. Los problemas legales ya ceñían a ODB cuando le faltó el respeto a un guardia de seguridad del House of Blues de Los Angeles, en septiembre de 1998, y fue procesado por proferir “amenazas terroristas”. En febrero de 1999 se convirtió en el primer ciudadano arrestado por una nueva ley californiana, que considera ilegal el uso de chalecos antibalas por parte de los convictos. Dos meses más tarde, en Queens, ODB fue detenido por pasar un semáforo en rojo. La policía encontró veinte bolsas de crack en su auto. Por esos delitos, ODB fue sentenciado a una probation de tres años y a un año de encierro en Impact House, un centro de rehabilitación ubicado en Pasadena, California.
A mediados de octubre del 2000, cuando le faltaban sólo dos semanas para completar su tratamiento, Dirty se escapó de Impact House. Los fans rugieron un mes más tarde, cuando un fugitivo ODB apareció en escena con el Wu-Tang Clan en el Hammerstein Ballroom de Manhattan. Unos pocos días después fue arrestado en el estacionamiento de un McDonald’s de Filadelfia. El hecho de que violara su palabra, sumado al arresto por drogas de 1999, obligaron al juez Joseph Grosso a sentenciar a la estrella de rap a entre dos y cuatro años de prisión. Considerando su pasado lleno de juicios podridos, huir de la rehabilitación pudo ser la decisión más estúpida que tomó ODB en su vida.
La Unidad Correccional de Clinton es un lugar feo y desolado cerca de la frontera canadiense. Le dicen Little Siberia (Pequeña Siberia). En elotoño del 2001, las autoridades fletaron a ODB a Clinton, en la ciudad de Dannemora. Con una capacidad que no supera los 3 mil reclusos, Clinton tiene fama de ser un lugar especialmente duro para pasar el tiempo. Tupac Shakur estuvo encarcelado aquí, y la experiencia le pegó muy mal. Para llegar a Clinton hay que viajar 700 kilómetros desde Nueva York. La mamá -Cherry Jones– y la mujer de ODB dicen que les es casi imposible llegar hasta ahí.
El escucha con vago interés las noticias sobre su álbum. Nunca ha visto el arte de tapa. “¿Lo conseguiste?”, pregunta. “Quiero ver eso”. Pero a los visitantes no se les permite traer nada. Elektra, su antiguo sello, echó a ODB cuando sus problemas legales se volvieron demasiado grandes. Después de que Suge Knight (del sello Death Row) cayera preso, el fundador de D3, Aldy Damian, se quedó con los derechos de distribución del catálogo de Death Row. El hip hop tiene toda una historia de artistas haciendo discos a la sombra. Pero ODB no es Tupac Shakur, con pilas de grabaciones ocultas. A menudo, los productores hilvanaron nuevas canciones sobre viejos ritmos. El “nuevo” simple de ODB, “Dirty & Stinkin”, es en realidad “Last Call”, un tema que grabó para un proyecto solista archivado, que Damian reconstruyó con Insane Clown Posse. ODB escucha inexpresivamente la lista de músicos invitados que el sello ha convocado: Mack 10, Too Short, C-Murder y E-40. “¿E-40 está ahí?”, dice ODB, resplandeciente. “Nació el mismo día que yo.”
Para la mayoría del Wu-Tang Clan, el éxito significaba escapar de la pobreza de sus orígenes. A ODB se le había hecho más duro que a nadie. Criado con ayuda estatal por su madre en Brooklyn, pasó un tiempo en una casa comunal y fue padre adolescente. Se juntaba con sus primos, los Wu-Tang RZA y GZA, en Staten Island, y a menudo se tomaba el subte con ellos hasta la calle 42 para ver películas de kung-fu.
Con el éxito, creció su apetito por las drogas. “Mientras trabajaba con él, no vi nada de drogas duras”, dice Beth Jacobson, que era vicepresidente de Elektra cuando ODB grabó su primer disco solista. “Sólo porro. Y le gustaba beber. Crack y merca... Tiempo después me enteré de que estaba metido en esas cosas.” Rápidamente, la caótica vida de ODB fuera del escenario se volvió más conocida que su música. En noviembre de 1997 fue arrestado por no pagar la manutención de tres de sus trece hijos. El siguiente junio fue baleado en la espalda durante lo que él definió como un asalto a su casa de Brooklyn. Ese mismo mes fue acusado de hurtarse unas zapatillas. El incidente de la House of Blues ocurrió ese septiembre. En 1999, las cosas empeoraron. En enero, unos policías de Nueva York lo acusaron de dispararles (un cargo del que más tarde fue absuelto). En marzo lo detuvieron por llevar drogas en el auto; en julio llegó el arresto que lo sacaría de las calles. Ahora, un castigado ODB habla quedamente en términos que, por momentos, rozan el surrealismo. “No es fácil para mí”, dice, míseramente. “Siento como si estuviera en una nave espacial que acaba de aterrizar acá. Y cuando salís, te das cuenta de que no hay nada. No sé.” Pausa. “Esta es una unidad corrupta”, dice, echando nerviosamente un vistazo a la izquierda, donde dos guardias vigilan. “Acá... Acá hay gente corrupta.” Mira asustado.
El año pasado, ODB fue agredido por otros presos en una cárcel de Nueva York y le quebraron una pierna. “¿Qué pasó?”, dice. “Me metí en una pelea.” Se niega a entrar en detalles. Ahora su rutina es sencilla. Todas las mañanas asiste a una clase de rehabilitación de drogas. Pasa el resto del tiempo en su celda. ¿Hiciste amigos acá? “¿Amigos?”, dice, como si fuera una pregunta estúpida. “Oh, no. No tengo amigos acá.” ¿Te cuidás solo? “Sí, sí”, dice, enfático. Entonces, ¿qué hacés? “Miro tele.” ¿Estás aprendiendo algo de tus clases de rehabilitación? Suspira. “La verdad que no.” Cumpliste 33 hace dos semanas. ¿Qué hiciste? “No mucho. Miré la tele.”
Cuando ODB estuvo en la corte en julio del 2001 para que lo sentenciaran, algunos periodistas vieron cortes en su muñeca izquierda, secuela de un intento de suicidio. Su abogado, Peter Frankel, insiste en que los reportes sobre la inestabilidad mental de ODB son exageraciones.
–Cuando estuviste detenido el verano
pasado, la gente estaba preocupada
por tu salud mental. Estabas considerado un suicida en potencia.
–(Dirty fija la mirada en la mesa)
Creo que ahora estoy mucho peor.
–¿Tu estado mental es peor?
–Sí.
–¿Tomás medicación?
–No. Tenés que mantener los ojos bien abiertos acá, así que no podés tomar nada. Este lugar no es como para que no sepas qué está pasando. Este lugar... está lleno de convictos.
“Tiene un trato muy crudo”, dice RZA. “Si sos un drogadicto, necesitás ayuda. Y la cárcel definitivamente no ayuda a un drogadicto. El está preso con asesinos, secuestradores, y él no es uno de esos. La única persona a la que lastimó fue a sí mismo.” Todo eso lleva a la pregunta: ¿por qué nadie detuvo a ODB en su descenso a las profundidades? Beth Jacobson recuerda un evento de la industria musical en el cual Dirty la encaró, en un boliche de Miami. Horrorizada, se dio cuenta de que él la quería para observar cómo otra mujer le practicaba sexo oral. “Estaba oscuro, pero cuando me di cuenta de lo que estaba mirando, me sentí mortificada”, dice Jacobson. Esa noche, más tarde, ODB volvió y la rodeó con el brazo. “¿Qué mierda fue eso?”, le preguntó la ejecutiva de Elektra. “¿Pensaste que eso me iba a gustar?” “Ay, nena”, contestó él. “Sólo quería que vieras cómo me chupaban la pija al estilo Elektra.” Jacobson estaba furiosa. “En ese momento –dice ella–, alguien debería haberlo parado y decirle: ‘Mirá, esta mierda no va a andar’.” Jacobson siente que nadie quería hacerlo, porque todos disfrutaban demasiado el espectáculo. Dante Ross va al punto: “Para mucha gente que se considera políticamente correcta, Dirty se convirtió en su negro gracioso. Era lo más cerca que podían llegar del ghetto, y observar a alguien totalmente denigrado como humano, sentándose a una distancia lo suficientemente prudencial para poder reírse”.
“Eran las drogas”, dice ODB. “Eran las drogas.” Ahora tiene el look de un hombre lastimado. Si las cosas van bien, ODB podría volver a las calles en cuestión de semanas. Parece no darse cuenta, pero como dijo Tupac Shakur después de ser liberado de la prisión del condado de Clinton: “Cuando estás preso, no pensás que alguna vez vas a estar de vuelta”. Buddy Arnold, que conduce el Programa de Asistencia a los Músicos (MAP), una organización de caridad para los músicos adictos a las drogas, es escéptico respecto de las posibilidades de ODB en la calle. “¿Conocés a mucha gente que salga de ese círculo?”, pregunta Arnold. “No. Para los músicos siempre fue más fácil emborracharse, porque la gente quiere joder con ellos. Y si saben que te gusta determinada cosa, te la traen.” Rosstambién es pesimista. “Nunca nadie fue capaz de transmitirle el mensaje, lo mismo pasaba con Tupac: ‘Loco, te vas a morir si seguís así’.”
ODB conversa ociosamente durante un par de horas. Su cara sólo se ilumina cuando la charla deriva en las ciudades por las que pasó el Wu-Tang Clan de gira, lugares como París y Tokio. “Londres... me gustaría estar ahí”, dice, triste. “Contame de Londres. ¿Cómo está ahora?” Después, nos damos la mano y quedamos en encontrarnos al día siguiente. ODB parece complacido de haber podido hablar, especialmente sobre el mundo que hay fuera de su celda. Quiere ver el arte de tapa de su disco, y le prometí traerle el número telefónico de alguien. Regreso a la mañana siguiente y espero a que aparezca ODB. No aparece. “Perdón”, dice el guardia. “Rechaza la visita.” Al día siguiente, pasa lo mismo. Se queda en su celda, como si en este momento no pudiera sentirse seguro en otra parte.
Recuerdo algo que me dijo dos días atrás, en un tono mitad confundido, mitad dolido: “Sabés, a esta altura ni siquiera sé si Ol’ Dirty Bastard está acá. Creo que se fue”.
Traducción: Pablo Plotkin

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