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Jueves, 23 de junio de 2005

¿CóMO PUEDE SER EL PROXIMO SHOW DE LA RENGA?

Un par de rocanroles

En la era post-Cromañón, muchos ven a la banda del Chizzo, el Tete y el Tanque como la musa inspiradora en esa extraña conjunción entre fútbol, música y aguante. El No viajó a Córdoba para adelantar cómo serán los próximos dos estadios de Vélez, que quedarán repletos de rengos.

Por Santiago Rial Ungaro Desde Córdoba

Frente a la Catedral de Córdoba, la monada (pibes y pibas en su mayoría adolescentes) se juntan a esperar el bondi para ir a ver La Renga. Algunos pocos toman vino de cartón o en botellitas de plástico, pero la actitud general es mansa y tranquila. La mezcla de estilos de Nuestra Señora de la Asunción (monumento histórico nacional cordobés) contrasta por su variedad de estilos con el aspecto de los pibes, casi sin excepción uniformados con oscuras remeras del grupo al que siguen o a lo sumo remeras de otras bandas más o menos afines. Los pibes en el viaje cantan “ni las bengalas, ni el rock & roll, a los pibes los mató la corrupción”, para después recordar a Walter Bulacio y prometer venganza matando a un poli cualquiera. La corrupción aparece como algo externo, aunque todavía no hay ningún indicio de que Cromañón pueda sumarse al abultado prontuario de la Policía Federal. Sin embargo, con su afable tonada cordobesa, Emanuel (16 años) dice sobre La Renga: “Fueron los únicos que tuvieron un respeto sincero por la gente que murió. Los únicos que dejaron de tocar y se guardaron, sabiendo que al no tocar perdían plata: todos hablaron y nadie hizo nada”. La Renga tocará el 9 y 10 de julio en el estadio de Vélez con soporte de La Chingada, Fisura2, Q’acelga, Maldita Suerte, Ruta 69, Guillermina, entre otras bandas afines, desde las 14.

Para Emanuel, la decisión del grupo de no hablar con la prensa es correcta: “Los medios siempre deforman todo”. El y sus amigos coinciden: no hay una sola razón para ver a La Renga: “Es algo que no se explica. Es como ir a la cancha, pero con música”, define Mario, 20 recién cumplidos, que viajó desde José Mármol, suburbio bonaerense, para alentar. A diferencia del show de septiembre pasado, esta vez el ritual futbolero-rockanrolero que hizo que el rock fuera derivando en una especie de música de fondo para el carnaval tribunero, no va a poder contar ni con bengalas ni con banderas. “Yo he prendido bengalas. Va a costar mucho acostumbrarse, pero no queda otra”, comenta con resignación Cecilia, una rocker de Villa Giardino. “Callejeros y La Renga son bandas hermanas”, dice Emanuel, con la ternura de sus dulces 16 cuando se le pregunta por una riñonera con el nombre de la actual banda de rock más trágica del mundo: “Yo los conocí a los pibes de Callejeros: son muy buena gente. Ellos no sabían que iba a pasar algo así. Pongo las manos en el fuego por ellos”. A su lado, su novia no dice nada: es la primera vez que va a verlos.

Si la prensa cordobesa cuestionaba el silencio del grupo (en palabras de su manager, por la “necesidad de no hacer declaraciones que puedan herir susceptibilidades”), en el Pajas Blancas Center más de 10 mil personas confirmaban que el poder de convocatoria del grupo sigue intacto. Mientras esperan la salida a la cancha-escena de su equipo/grupo siguen cantando el anacrónico “Luca no se murió, Luca no se murió, que se muera Cerati la puta madre que lo parió”. Luego de una apertura voluntariosa a cargo de La 66 y las chicas de Lucila Cueva (repleta de arengas sobre el rocanrol y agradecimientos al Chizzo), finalmente un poco de música de Los Redonditos de Ricota. Poco después, la salida de La Renga confirma ya en los primeros minutos todo lo que se dice de ellos: el trío suena potente, y la sola aparición de Gustavo “Chizzo” Napoli en el escenario causó una ovación impresionante.

Apoyado por Tete en el bajo (tocando al estilo Steve Harris de Iron Maiden y corriendo por el escenario) y su hermano Tanque (haciéndole honor a su apodo y descargando toda su furia aporreando la batería), el grupo es una máquina de rockear, un verdadero power trío y la gente conoce casi todas sus canciones de memoria. Apostando a generar una gran masa sonora (podemos afirmar que “La Renga es una masa” que le canta a “la gran masa del pueblo”), el grupo suena tan ajustado que es imposible no ver las tuercas a lo que hacen. El tema nuevo Viva Pappo (una enumeración de títulos de canciones de el Carpo apoyadas por un riff machacante), confirma la autocomplacencia del grupo.

Hay que admitir que ver juntas a más de 10 mil personas puede resultar conmovedor, pero es aquí donde la crítica encuentra su límite. En una época en la que miles de seudoartistas buscan terca y desesperadamente ser “la banda nueva”, estos tres chabones de Mataderos logran, en base a sangre, sudor y lágrimas, un fenómeno de popularidad en el que el viejo e indestructible boca a boca juega un rol esencial. Aunque al pasear entre el público se pudo ver que, de tres cuartas partes para atrás, los pibes estaban tirados en el pasto, fumándose un buen porro, ensayando bostezos, a eso de las 22.40.

Es cierto que resulta casi imposible bailar al ritmo de Tanque, así que quedaba el ritual de adelantarse y empujarse y ser empujado, ya que no se podía tirar una bengala. Que La Renga sea un grupo ruidoso no quita que el suyo sea un fenómeno a la vez real y espectacular. Y en ese contexto, su reticencia a hablar con la prensa (que generalmente se ha limitado a contabilizar sus asombrosas cifras de ventas y los estadios que han ido llenando) podría resultar hasta simpática. Desde los Rolling Stones hasta los Sex Pistols (Andrew Oldham y Malcom McLaren mediante), pasando por Led Zeppelin o Kiss, la mala prensa fue una constante en algunas de las bandas de rock más importantes de la historia.

Pero, en el contexto local, la glorificación de la esquina como refugio ha ayudado indudablemente a imponer cierta difusa mística barrial, que a su vez ayudó a delinear cierta idea del rock que ha marcado a una generación. Mediante una estética que puede confundir catarsis con brutalidad, La Renga ha captado las vivencias de los marginados y de los que se sienten excluidos. Por eso, más allá de todo, el silencio del grupo en público puede tener un efecto boomerang.

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