Jueves, 30 de junio de 2005 | Hoy
CENTROS DE ESTUDIANTES CARETAS (¿DE DERECHO O DE DERECHA?)
Las universidades privadas fomentan centros de estudiantes “más vinculados al servicio”, cuentan. Tienen agrupaciones muy preocupadas por el puf y el minicomponente, y que –en vez de bregar por el boleto estudiantil– levantan banderas por descuentos para el Tren de la Costa. “La otra vez hubo una charla sobre pobreza y salimos todos llorando...”, cuenta uno. Enterate, pibe.
POR NATALI SCHEJTMAN
¿Cuál de estas dos situaciones está más lejos de lo que nos imaginamos de un centro de estudiantes? ¿Que los chicos vayan a sus reuniones periódicas vestidos de traje y las chicas con pantalones de vestir y zapatos o que -como confiesan algunos después de la entrevista con el No– se hayan vestido así especialmente porque sabían que la nota iba con foto? Tal es el caso de los miembros del centro de estudiantes de Derecho de la Universidad Católica Argentina, que gobiernan la facultad por segundo año consecutivo. Como sucede con otros centros de universidades privadas –San Andrés, Di Tella o ITBA–, la inevitable comparación con los de la pública –tanto en su histórica tradición combativa como en la pose hippie del mate, el jean gastado y la Bersuit Vergarabat como banda sonora de todos sus ámbitos de influencia– sólo servirá para adoptar una reacción eternamente boquiabierta frente a una realidad que, avisan de antemano, ubica a los distintos tipos de centros en los antípodas.
Ya desde el lugar donde hacen base: por dar un primer ejemplo, en el caso de la Universidad de San Andrés, ubicada en Zona Norte, el centro de estudiantes está en una sala recreativa con televisión, DirecTV, pufs y minicomponente hi-tech. Pero contra los que creen que todo esto es un poco Ricos y mocosos, cabe mencionar que este centro se mueve con la intención de despertar nuevos intereses en los alumnos, además de complementarse con “Compromiso joven”, la pata solidaria de la universidad. Sus autoridades –tres chicos de unos 20 años– no sólo tienen que vencer la apatía de sus compañeros a la hora de participar en charlas (sobre la situación de las cárceles o el genocidio armenio, por ejemplo) sino también el prejuicio de afuera. Los miembros de base, los tres becados, conocen bien al electorado, y así como en la plataforma prometían sobre todo estas charlas –la agrupación vencida era más fiestera–, tuvieron que conceder una letra chica: ¡arreglar la mesa de ping pong! Cosa que se agrega a los descuentos en gimnasios, peluquerías y eventos culturales.
Desde su oficina analizan con sensatez y seriedad el panorama de la universidad: “Es cierto que acá estás cerca del río, apartado, escuchás a los pajaritos durante la clase. La realidad no viene hasta acá. El esfuerzo en hacer que los alumnos se interesen en los temas de las charlas es enorme”, dice Galo Basualdo Moine, estudiante de Ciencias de la Educación, becado por la fundación Bunge y Born, y tesorero, mientras agarra la guitarra criolla que está apoyada sobre unos juegos de mesa y toca un tema de Sui Generis, para desconcertar a cualquier prejuicioso. Mariela Sporn, vicepresidenta de 20 años, protagonizó la versión bacana de la cargada lucha por el boleto estudiantil: juntó firmas, se reunió con autoridades de un lado y del otro, empapeló con carteles y trabajó muy duro para llegar a un logro que la enorgullece: descuento de 15 pesos para los becados de la San Andrés en el ticket mensual del Tren de la Costa.
Servicios y más Servicios
Con algunas excepciones, como el centro de la Universidad de El Salvador, más politizado, la mayoría de los privados funciona como un departamento de extensión universitaria. En el caso del centro de Derecho de la UCA, con una oficina que da a la pasarela de Puerto Madero, decorada con cuadros de Sir Thomas Moro y más iconografía religiosa, las funciones parecen claras: “La idea es darles a los alumnos herramientas que la universidad no da, como algunos cursos y seminarios que puedan resultar de interés”, explica el presidente, Francisco Quintana, de 22 años. Pero avisan: nada de política partidaria. “Lo veo más vinculado a un servicio. Ahora, si por política entendemos hacer posible lo necesario para la sociedad, en el ámbito en el que nos movemos me parece que sí hacemos política”, menciona antes de aclarar que, a diferencia de sus compañeros de centro, este trabajo despertó en él cierta inquietud que desembocó en una militancia cotidiana en Compromiso para el Cambio, el partido de Macri.
Si la idea subyacente de este centro –y de la mayoría– es no confrontar con las autoridades de la facu, justo en este momento están actuando unidos los de todas las facultades de la UCA para quejarse por el aumento de la cuota. Pero la idea tampoco es siempre quedarse en lo académico y hay hechos puntuales que los hacen salir, aunque sea relativamente, como cuando juntaron firmas y mandaron una carta de lectores a La Nación en contra del nombramiento de la jueza Argibay. Este año también pretenden invitar a los candidatos de las próximas elecciones. Hasta ahora, ostentan una carta en la que el diputado macrista Marcos Peña agradece el encuentro con los alumnos. Ante ese documento, Francisco se defiende: “No queremos jugar políticamente y traer sólo a Mauricio, la idea es que vengan todos”.
A pesar de la clara intención de no partidizar estos centros, no sorprende que Compromiso para el Cambio preste especial atención a esta zona universitaria –en la UBA aparece con la agrupación “Compromiso Estudiantil”–. “Como en las privadas no se puede hacer política partidaria, intentamos llegar de otra manera. Organizamos un almuerzo hace poco y armamos proyectos en conjunto con algunos centros”, señala Fernando de Andreis, presidente de la Juventud y estudiante de la UBA. “Somos conscientes de que ahí tenemos un público más amigable”, dice.
Ricos y mocosos
Lejos de estos modelos, Manuel Socías, 23 años y vice del centro de la Universidad Torcuato Di Tella, cuenta la experiencia de refundación del espacio: “Para nosotros, el tipo de centro que necesitaba una universidad privada tenía que ir por otro lado, meter el debate político dentro de la universidad –vino Lopez Murphy, D’Elía–, pluralizar los contenidos con seminarios y sacar los recursos humanos de la universidad a la calle”. Esto último lo llevan a cabo por medio del proyecto “Alternativa”, que brinda asistencia técnica por parte graduados y alumnos en fábricas recuperadas.
Según Manuel, estudiante de Ciencia Política y Gobierno y de Historia en la UBA, la representación estudiantil tampoco tiene sentido en una universidad privada (“se cubre institucionalmente”) y el proyecto político de la agrupación que hoy maneja el centro, más a largo plazo, es incentivar que la universidad cambie el perfil hacia uno mucho más agresivo en la sociedad y una lógica diferente de inserción, “que no saque sólo economistas neoliberales o que al menos salgan con más compromiso”, se resigna. A la vez que aplaude a los centros de estudiantes de la universidad pública, explica que el de ellos no interviene tanto discursivamente en asuntos de actualidad y que está abocado sobre todo a la gestión, cosa posible gracias a la comodidad con la que trabajan y a la chapa de la Di Tella: “Decís que sos de la Di Tella y podés acceder a diferentes cosas. El año pasado quisimos entrevistar a Menem para una publicación que íbamos a sacar y él nos dijo que sí y fuimos hasta Chile”, cuenta Manuel, que se asume acérrimo antimenemista.
A pesar de la pluralidad de opiniones, la mayoría se muestra consciente del pequeño universo en el que se mueve, pero no subestima lo que puede hacer desde ahí, por lo menos para sus compañeros. Como dice Julio Castellari, presidente del centro de la San Andrés: “Hace poco hubo una charla sobre pobreza, un viernes a las cinco de la tarde, y nos fuimos todos llorando. Tal vez vienen 10 o 20 personas, pero algo te cambian, salís pensando otra cosa”.
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