INVESTIGACION EXCLUSIVA:
LAS TRIBUS SKINHEADS Y SUS CURIOSOS ENEMIGOS
Las calles porteñas se disputan entre agrupaciones nazis y antifascistas. Una población difusa de medio millar de jóvenes se dicen continuadores de una lucha que comenzó en la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, los skinheads. Por el otro, skins sharp, rush, red skins o straight edge. Corrientes dispares que levantan la violencia como método de acción. Los testigos de un asesinato en Avenida de Mayo y 9 de Julio dan sus versiones sobre la muerte de Iván Kotelchuk, que terminó con cuatro tajos abiertos en medio del pecho. Además, el caso del joven herido en Belgrano. Conexiones y desconexiones.
› Por Alejandra Dandan
Llevan botas de cuero con cordones rojos si son anarquistas; llevan los cordones blancos cuando se reconocen hijos legítimos de la figura de los führers vencidos en la Segunda Guerra Mundial. “Soy un skin nacionalsocialista”, le dice Tarántulo al No, embarcado en la tarea de presentar las derivaciones locales de las comunidades que surgieron en la Europa de la década del ‘80 alrededor de las bandas de RAC o Rock Anticomunista, cuando las fronteras del Viejo Continente se erosionaban por el tránsito de migrantes pobres de los países del Este. Tarántulo es de acá. Lleva los brazos tatuados con esvásticas, se entrena en artes marciales y combate a un enemigo difuso formado por los enemigos de los nazis.
“Vos, a todo esto, te preguntarás qué hay con los judíos”, dice él, pantalón de jean, campera de cuero, polera de Fred Perry. “Porque los nazis son conocidos por la matanza de judíos y bla bla... Bueno, los judíos no nos importan, ellos ya ganaron la guerra para nosotros, ellos son dueños de bancos, imperios comerciales, políticamente están metidos en todos los Estados. Pero eso no significa que no podamos seguir luchando -sigue– por un mundo mejor, donde las personas que no quieran juntarse con negros, judíos y otros tipos de mezclas raciales puedan llevar a cabo una vida normal y encontrarse con gente del mismo pensamiento.”
Hace cinco años, los bastiones locales del neonazismo comenzaron a desmembrarse. Hasta ese momento, los skins estaban generalmente nucleados en torno a dos grandes partidos políticos: el Partido Nuevo Triunfo o PNT de Alejandro Biondini y el PNOSP de Alejandro Franze. Hace una semana, los medios se acordaron de ellos cuando se conoció públicamente la muerte de un adolescente apuñalado en plena Avenida de Mayo. Este martes, la prensa volvió a mencionarlos cuando se supo que Guido, un adolescente de 17 años había perdido la visión de un ojo y recibió un puntazo en el hígado en el barrio de Belgrano. Ambos episodios, oficialmente, no tienen ninguna relación entre sí. ¿Y extraoficialmente?
Tarántulo dice que ellos no fueron.
Detrás del crimen de Iván ya no se investigó sólo a los skins NS sino una población más difusa formada por una hermandad de 400 a 500 jóvenes y adolescentes locales cuyo único punto de contacto es la filiación skinhead. Son skins sharp o rash punk antifascistas, los red skins o comunistas, los straight edge o vegetarianos. Son un conjunto de tribus extrañas, una corriente cultural dispar con grupos definidos como apolíticos, antifascistas, pacifistas que levantan la violencia como método de acción como si otra voz, la de un pasado remoto, hablara en nombre de ellos. Ahora son capaces de inventar un peligroso enemigo común, a veces interno, a veces skins NS, a veces sharps o dark con el único propósito de arrebatarle la silla de un bar.
La muerte de Iván
Iván murió siete veces. La primera vez, era el hijo de 19 años de una madre paraguaya y de un padre ucraniano de apellido Kotelchuk con un puesto de obrero en la fábrica de camiones de Mercedes-Benz. Un mes y medio atrás había entrado a la fábrica para trabajar en la línea de montaje, donde colaboraba armando las puertas de los camiones. El sábado 11 de junio salió de la casa de sus padres en Lanús camino al centro de Buenos Aires. Llevaba una camiseta blanca, pantalón de jean, un par de borcegos negros –regalo de su papá– y el pelo muy corto, recién cortado, una disposición de la fábrica. El plan del sábado era simple. Con tres amigos se metieron en un bar de la Avenida de Mayo al 900 frecuentado por las colonias locales darks de pelos encrespados, punks de colores fuertes, pasatistas, desolados, saltamontes adornados con metales, músicos de colores vivos, de colores apagados.
A las dos y media de la madrugada, el mundo parecía recluido ahí. Era el mes de junio del año post-Cromañón, donde las discos subterráneas de Buenos Aires seguían cerradas. Dark Bar era distinto. Parecía el único espacio abierto para los alternativos. Iván entró derecho hasta la barra. Se encontró con la dueña de Dark, Ana, una ninfa de 74 años de edad,vestida de negro, adornada con pequeñas espadas sobre sus orejas. Mam’Dark, para los invitados.
“En ese momento, el chico se metió en el baño”, cuenta ella ahora, días más tarde. “Su novia se quedó en la barra, todavía me la acuerdo.” Los amigos de Iván, mientras tanto, ganaron tiempo. Con el bar repleto de gente, le pidieron a Ana una mesa para sentarse en la calle.
“¿No les va a dar frío ahí afuera?”, les dijo ella, como alentada por una premonición de las que nunca se piensan dos veces. Los chicos salieron. Pusieron las sillas contra la mesa, y arrimaron una botella de cerveza.
Dos y media de la madrugada, el show empezó. Una legión extranjera apareció reunida entorno a la mesa. Iván había salido del baño. Lo miraron con cara de “este chico de cabeza rapada”. Lo dejaron ahí. Con cuatro tajos abiertos en medio del pecho. La sangre chorreando. Ana sujetándolo tiernamente sobre una silla. El bar ya vacío. El cuerpo inerte, los dos a la espera de la morgue.
La segunda muerte de Iván
Rude Boy apareció hace pocos días en un weblog de Internet donde suelen recluirse las comunidades de pequeños gladiadores dispuestos a librar una batalla donde se desprecia la política y se buscan escarmientos que en ocasiones parecen inspirados en las películas de guerra.
“Yo estuve ahí”, dice Rude Boy a poco de presentarse. “Voy a decirte lo que pasó ese día en el bar, realmente te voy a decir la verdad, lo único que no voy a decir son los nombres.” Rude Boy no declaró en la causa abierta por la muerte de Iván, pero aceptó contarle al No lo que sería una segunda versión de la muerte de Iván. El sábado 11 de junio, Rude se preparó con sus amigos para acercarse hasta un recital. “Ibamos a ver a Comando Suicida con la intención de no dejarlos tocar –explica– porque antes eran nazis y los frecuentan este tipo de personas: los skinheads NS o nacionalsocialistas, los nazis, los darks.”
Rude Boy menciona a los grupos como si hablara de clases, de castas, de partidos políticos enemigos. Bajo esa corriente, se presenta como un sharp (Skinheads Against Racial Prejudice), un movimiento surgido en los ‘90 con aspectos de la lógica contracultural que creció en Buenos Aires hace unos cinco años emparentado a las viejas tribus de los fanzines anarquistas o socialistas. Aunque los grupos son heterogéneos como sus bandas, Rude presenta al suyo con origen en una de las rupturas con las tribus NS originarios.
“Los Sharp somos skinheads antifascistas”, explica Rude. “Antifascistas, libertarios, anarquistas, apolíticos”, puso en su primer mensaje. “Nunca fuimos pacifistas. Somos violentos, somos skinheads pero antinazis.” Mientras sus mensajes corrían, el No intentaba entender cómo se sostenían como skinheads y antirracistas a la vez. Cómo sería un mundo blanco que al mismo tiempo fuera negro. Cómo sería un nazi anti-antisemita, como si las contradicciones no fueran posibles. Como si no fuesen parte de la lógica vital del inconsciente.
“No la jugamos de buenos –siguió–. Si nos cruzamos con un nazi, lo boqueamos. Estamos para eso: para desenmascarar a los miles de fachos que andan sueltos por Buenos Aires, los skins Nacionalsocialistas (NS) que van por la vida pegándoles a bolivianos, a los peruanos.”
La excursión hacia el recital de Comando Suicida era parte de esa extraña gesta de justicia. Parte del operativo político del día. Iban preparados para “desenmascarar” a los “miles de fachos” de Buenos Aires cuando llegaron al recital. “No hicimos bardo, no rompimos nada. Vimos a los fachos, pero cuando nos vieron a nosotros, que éramos como treinta, ellos se fueron corriendo.”La noche fuera del local era la misma noche de los amigos de Iván, del año post-Cromañón, donde la masividad de las clausuras erosionaron los espacios exclusivos. Ya no había locales tabicados para punks. No había zonas sólo para darks. Los perímetros se habían corrido. Las tribus perdieron la propiedad de un territorio que para junio se había transformado en una pasarela de pocos espacios abiertos para demasiados mutantes urbanos. Así fue que ellos también llegaron a la puerta de Dark.
–Pagamos la entrada mínima –dice Rude–, si no, pregunten ahí si hicimos algún bardo. Nosotros sabíamos que los bonehead (skinheads NS) estaban en Dark Bar, ya nos habían pegado alguna vez y bueno, fuimos a buscarlos. Fuimos sin la menor intención de matar nadie, porque esto no es la selva. ¿Me entendés?
Ahora Iván era otro. No era un laburante de la Mercedes-Benz.
“Sabíamos que el chico Iván estaba metido en el PNT –dice Rude del Partido Nuevo Triunfo del autoproclamado führer Alejandro Biondini–. Todo empezó en ese momento: este chico Iván le pegó a una amiga nuestra que le dijo facho. Entonces, ahí saltamos.”
La tercera muerte de Iván
El fiscal Martín Niklison tuvo casos difíciles, como los concursos organizados por la sociedad de Jorge “Corcho” Rodríguez y Rodolfo Galimberti para Hola Susana. Pero, hasta ahora, el fiscal no había tenido ningún caso como la muerte de Iván. Una historia entrampada en la lógica de modernas identidades urbanas.
Después de meses de investigación, encerró a cuatro amigos de Rude Boy. Los diarios dijeron que se trataba de skinheads. Pero, en rigor, eran sharp. Entre ellos, la hija de un ex senador correntino y un chico de 29 años de San Fernando: Ariel. Ariel había militado en el partido nacionalista de Franze, pero lo abandonó después de un tiempo enfrentado con la dirección juvenil. En Capital se hizo conocido dentro de la Bond Street. En la galería under instaló un local de tatuajes que funcionó como usina de difusión de la Terror Crew, una de las tribus más importantes del sharp local reconocida por las pintadas de los alrededores de la galería.
Niklison le prestó atención a ese nombre. Consultó con un amigo qué significaba sharp y consultó varios foros de la web. Imaginó encontrarse con un bandido, con un maldito violento cuando se sentó escucharlo tras la detención. La División de Homicidios de la Federal le había entregado un insólito informe. Según esa hipótesis, Ariel estaba buscando a Iván no por skin del PNT sino por dark.
“Lo que acá se investigó como el móvil del crimen –dijo Niklison al No, con algún gesto de sorpresa– era la muerte de un perro, el perro de Ariel que parece que cayó muerto, asesinado por una banda de darks.”
La cuarta muerte de Iván
Cuando la prensa difundió la noticia de las detenciones, Rude envió al No el siguiente mensaje:
“Hola Alejandra, como va!
Bueno no se en realidad lo que queres saber. Te cuento mas o menos como viene la historia los grupos antifascistas argentinos. Vienen peleándola hace rato. Los grupos están divididos en varios grupos. La Terror Crew (sharp) y los Buenos Aires Oi! que está formada por uno de los detenidos (rash). Los chicos detenidos son cabezas de estos grupos. Nadie nos comanda pero preferimos la experiencia de los mas viejos, a la negligencia joven. Los chicos que están presos no tienen nada que ver con la muerte de este chico Iván, la cual lamentamos enormemente aunque haya sido facho, como te dije en el anterior mail esto no es la selva, somos casi civilizados jajaja” (sic).
Y agregó:”Lo único que te puedo decir es que son chivos expiatorios. Para desenmascarar esto y los están usando. Realmente los vi y sé que ellos no fueron los asesinos del chico, sólo estuvieron ahí como yo y muchos más chicos...” (sic).
La quinta muerte de Iván
En esta muerte, Iván no era nada más que el amigo de Juan. La madrugada del 12 estaba en su mesa, afuera del bar. No habían ido antes a ningún recital de Comando Suicida, llegaron al bar para tomarse una cerveza. Juan vio el primer puñetazo disparado por un grupo de grandotes que de pronto cercó la mesa. Vio una botella con molotov. Vio patadas, piñas y trompis. Y corrió. Muerto de miedo se escapó para la esquina perseguido por otros grandotes. Corrió alguien hacia adentro del bar. Corrió Ana, la dueña, para pedirle auxilio al policía que estaba paralizado en la puerta. Corrió el dueño de la navaja ahora para esconderse porque Iván ya estaba semimuerto.
La sexta muerte
Horas después del crimen, los weblogs de los militantes de Internet colgaron un alerta:
“Bueno, paso a contarles –escribió Nis_Shadow ese día–. El sábado los hijos de puta de los S.H.A.R.P’s mataron a un pibe en réquiem q no era facho ni nada. Me dio mucha bronk y sigo teniéndola. Quiero q no vuelva a pasar q nos unamos toos los chicos de rkm para evitarlo. Bueno no c los dejo. Muerte a los S.H.A.R.P.’s. (sic)
A las 12.05, alguien respondió:
“Rea6an_true_no1. Ze realmente tenes razón todas son excusas para golpear o matar gente en fin nose ahora nos re cagaron el bar pobre ana tanbm!!” (sic).
Y siguió, la voz de un sharp:
“Awanten los S.H.A.R.P. los q siguen en la lucha anti fascista con los punk, seguimos en una unión y seguiremos en esta unión para seguir peleando contra los fachos de mierda” (sic).
Después de leer mensajes de unos y de otros, escribieron los amigos de Iván. Hora 16.53 del mismo 12 de junio:
“La verdad q no tengo mucha idea de todas estas modas, skins, sharps, ovelos... pero al pibe q mataron el sábado, Iván... yo sí lo conocía, asi como conozco a la flia y a los amigos... y si alguno de ustedes tiene idea de quien lo apuñaló, les pido q hablen... para q estas cosas dejen de pasar. Nos podría haber pasado a cualquiera”.
La última muerte de Iván
Tarantulo se conectó con los amigos de Iván para colaborar con la búsqueda de los que supuestamente lo habían matado. Por su historia, conocía el crimen de Parque Rivadavia, aquel caso por el que por primera vez la Justicia señaló a un grupo de skinheads en 1996.
Iván, explicó Tarántulo, era un “vampirito”, la tribu de los pacifistas: la raza de pibes callejeros como los darks o los punks o los góticos incapaces de poner el cuerpo para la pelea. A Iván, sigue, “lo confundieron por su vestimenta. Que se puede confundir con un skin, ya que van de botas y a veces si sos blanco y con pelo corto puede ser confundido hasta por nosotros”.
Ellos son como dinosuarios, pero en las calles de Buenos Aires nadie los da por muertos. Tarántulo pertenece al mundo de los NS, un mundo que sobrevive, pero no se muestra: “Quiero que entiendas que no se te va a poder dar ningún dato sobre organizaciones, personas y alguna que otra cosa que pueda hacer que los medios de comunicación o la policía nos arrebate la poca libertad”.Y dice, como probablemente sostengan los intracomunitarios: “Te puedo decir miles de razones, pero pienso que esto es algo que uno lleva adentro desde niño. Jugaba con mis amigos del barrio a los alemanes vs. aliados y siempre me ponía mal cuando veía películas como Doce en el patíbulo y cosas así y se mataban tantos blancos contra tantos blancos. Mi padre me explicaba que eso no era porque los blancos querían matarse entre sí sino que era más bien una cuestión de poder entre altos dirigentes políticos”.
Tarántulo no dice la edad, de pronto habla de hijos, de un mundo donde negros y blancos y judíos no convivan. En el pasado, los neonazis eran los chicos malos de la calle. El planeta post-Cromañón, las tribus locales, ahora los cuentan como nazis no violentos. Pero “no somos hermanos de caridad –aclara–, la mayoría somos gente que sabe pelear y realmente bien (profesores en artes marciales), pero con esto quiero que entiendas que no vemos sentido usar el uso de la fuerza bruta para pegarle a alguien porque sí; pero el problema que tenemos es que vamos a un bar con nuestra vestimenta, sin esconderla nunca, y como estamos tatuados desde las piernas hasta el cuello, a las personas normales no les gusta”.
Y entonces, pegan. Y el discurso engancha. “Lo que más seduce a los que entran es que se sienten activistas de un movimiento muerto hace 60 años.” Un patíbulo lleno de los que estaban dispuestos a quitarle la categoría de humano a lo otro, a lo que era distinto, como ahora es posible ponerle un mote cualquiera a alguno para salir a matar.
“Los sharp son unos bufones”, sigue Tarántulo. “Son anti-Nosotros, no Nosotros anti-ellos. Ellos saben dónde vive cada uno de los skins de Buenos Aires y alrededores, y jamás he recibido siquiera una llamada telefónica. Pienso que, de última, si son antifascistas tendrían que haber matado a uno de los nuestros y no a un pobre pibe que nada tenía que ver con nada; bah, en realidad matado a nadie, pero bueno, nosotros lo hubiéramos aceptado de otra forma, estamos preparados para algo así. Sabemos que es posible terminar así.” Como en los juegos de guerra, los aliados vs. los nazis. El caso del barrio de Belgrano, que se dio a conocer el martes pasado, todavía tiene detrás una historia oculta. Como si la guerra siguiera porque, ciertamente, no acabó.
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