Jueves, 25 de agosto de 2005 | Hoy
ROCK COMBATIVO DEL OESTE
Montados sobre la lunática personalidad de su cantante Damián “El Arabe” Ramil, con una propuesta directa y shows donde todo puede pasar, la banda apuesta a revolucionar el estado del alma y sus integrantes aún creen que gritar verdades puede convertirse en una forma de resistencia.
POR DANIEL JIMENEZ
El primer show de Naranjos se realizó el 24 de mayo de 1998 en Cemento. Aquella banda –de la que sólo quedan Damián “El Arabe” Ramil y Nacho– compartió escenario esa noche con Los Pérez García, Demente Caracol y Callejeros. Por esos días, El Arabe todavía se ganaba la vida realizando escenografías para Los Caballeros de la Quema y León Gieco, y no tenía idea de lo que era un micrófono, mientras que su compañero guitarrista se pasaba las horas estudiando Derecho. Pero luego de un casual encuentro en una casa de música decidieron armar un grupo con el objetivo de intercambiar gustos y provocar los sentidos.
“Una vez trabajando como escenógrafo en un Buenos Aires Vivo, León Gieco en su último tema dice: ‘Invito a toda la gente que laburó en la fecha a que suba a cantar’”, recuerda El Arabe. “Y cuando subo, veo a ciento cincuenta mil personas que tiraban una energía bestial. Yo estaba haciendo teatro en el San Martín y me comunicaba a través de la expresión, pero ese día me di cuenta de que subir a un escenario haciendo rock era algo incomparable. Y ahí decidí que quería cantar.”
Hoy, Naranjos –que se completa con Japi en guitarra, Santi en bajo y Eche en batería– está a menos de dos meses del lanzamiento de su segundo disco autogestionado –el primero se editó en abril del 2002– que tal vez lleve el nombre de Vibrai, y que será un compendio de diez canciones ásperas, oscuras y subversivas. Al igual que en su álbum debut, el arte de tapa será del artista argentino residente en España, Pablo Candiloro. El carisma escénico de El Arabe, a quien pueden escuchar en las noches de la Rock & Pop metiéndose en la piel de personajes como Machuca, Peroncho o Magoo en el programa Apagá la tele, es uno de los condimentos que el quinteto de Haedo ofrece en esa especie de rituales hipnóticos que son los shows en vivo. Y tal vez sea allí, en las arenas, donde resida parte del secreto de Naranjos.
“Somos una banda con mística, y en vivo tratamos de trascender el concepto de un recital de rock, por eso sube gente que hace folklore, chicas que hacen swing, un mago y hasta payasos heavy metal, que te cuentan que los curas se cogen a los pibes y que hay un grupo de turros que se quieren quedar con toda la guita... payasos heavy metal”, ríe el pelado. Pero el envión anímico que había sido el 2004, donde cerraron el año para más de setecientas personas en el Sindicato de Trabajadores de Morón, se chocó con la dura realidad post-Cromañón: en lo que va del 2005 sólo pudieron tocar seis veces, nunca para menos de cuatrocientos fieles.
“Lo que está pasando es tremendo, porque las bandas como nosotros no tienen lugares para tocar, y lo que habíamos cosechado el año anterior hoy está medio parado, porque tenemos que poner las entradas a diez mangos y la cantidad de gente que nos viene a ver se reduce”, cuenta Japi. Lo importante, según ellos, es el espacio que uno finalmente ocupa. El Arabe lo explica así: “El lugar del artista y del músico de rock es el de la resistencia, y a mí me gusta estar en ese lugar, que significa luchar contra los hijos de puta. Hay un libro de Ernesto Sabato que dice que el problema de los países tercermundistas es que la sociedad está en constante adaptación y uno siempre está adaptándose para sobrevivir, y que muchas de las falencias que tiene la juventud es por el gasto de energía en esa constante adaptación. Eso nos pasa; somos sobrevivientes”.
La imaginaria línea temporal que dividió el rock argentino en un antes y un después del 30 de diciembre de 2004, determinó nuevas reglas para los grupos que se suben por primera vez al carrusel del rock, y generó ciertas complicaciones para aquellos que hoy convocan más de quinientas personas y no tienen dónde mostrar lo suyo. Todo, en el contexto de una dudosa gran familia rockera que en estos días intenta como sea buscar salidas a la crisis.”Lo que hicieron los pibes de La Renga invitando banditas a tocar con ellos en Vélez me parece saludable, pero espero que grupos como la Bersuit o Las Pelotas tengan un compromiso más social y que les tiren unas líneas a los pibes que vienen abajo; si no, termina siendo una actitud canuta”, remarca Damián. A caballo de la personalidad lunática de su cantante, conciertos incendiarios y una propuesta directa, visceral y de alta sensibilidad emocional, Naranjos apuesta a la revolución combativa del alma y aún cree que escupir verdades al viento es una buena forma de resistir desde el arte.
Al menos así lo analiza El Arabe: “Creo que lo que le pasa a Naranjos va más allá del rock, porque también le pasa a un pibe que es repositor en Carrefour y que no puede hacer lo que quiere ni tiene acceso a una buena educación. Y los tipos que deciden por nosotros se cagan en eso, total ven a Tinelli, se comen un sandwich de milanesa y la vida continúa”.
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