ROSS GODFREY, DE MORCHEEBA, HABLA DESDE EL SUBTERRANEO INGLES
La banda conducida por los hermanos Godfrey pisará BUEnos Aires en octubre, para presentar su reciente disco The Antidote. Su nueva cantante, Daisy Martey, produjo una inesperada metamorfosis: Morcheeba pasó de ser el estandarte del trip hop fumón a una psicodelia que abraza al pop.
Daniel Jiménez
Ross Godfrey suena, a través del teléfono, como un tipo al que le importa un carajo el destino del mundo, y que parece más preocupado en que a su gato Jeffrey no le falte su habitual plato de leche diario. En Londres, y cómodamente sentado en el subte que va a Notting Hill, Ross, uno de los dos cerebros de Morcheeba junto a su hermano Paul, se toma todo el tiempo del mundo para contestar preguntas, siempre de buen humor.
“¿Si tengo miedo de viajar en el metro después de lo que pasó? No, no tengo miedo. Creo que el terrorismo es una enfermedad que lleva cientos de años en el mundo y que puede sufrir cualquier país, más allá de que no concuerde con las políticas de Tony Blair y su gobierno. Pero ahí tendríamos, tal vez, que diferenciar entre diversas clases de terrorismo, y eso sería más complicado, ¿no?”
En el 2004, luego de la partida de la cantante Skye Edwards, el fin del contrato con su compañía y el desgaste de una gira interminable, el futuro de Morcheeba se veía negro. Pero, en menos de doce meses, las cosas cambiaron. Después de casi cuatro años sin editar material original, Paul y Ross Godfrey encontraron en la vocalista Daisy Martey (ex Noonday Underground) un buen motivo para lanzar un nuevo disco. Y lo que en principio amagaba ser solamente una resurrección espiritual, terminó siendo una profunda metamorfosis musical, donde Morcheeba pasó de ser el estandarte del trip hop elegante a un conjunto de jinetes psicodélicos, que hoy abrazan sin prejuicios la canción pop. Y el reflejo de este cambio es The Antidote, su cuarta producción.
“Siempre me gustaron las bandas psicodélicas de los ‘60, como Jefferson Airplane, Love y esas cosas. Y si bien en The Antidote hay menos hip hop y más música folk, es el resultado de una transformación que podía suceder en cualquier momento, porque son influencias que uno lleva adentro desde siempre. Y no se trata de una estrategia de mercado. De hecho, sonar en el 2005 como Jefferson Airplane no es un plan inteligente, al menos desde lo comercial”, dice Ross.
Pero para entender un poco más este cambio radical es necesario reparar en la voz de Daisy Martey. Su tono fuerte y parco, con reminiscencias a una joven Grace Slick, se encuentra en los antípodas del timbre suave y cool de Edwards, y como muestra basta escuchar Wonders Never Cease, canción de apertura de su último disco. Aunque, para Godfrey, la base siempre estuvo: “Morcheeba es mi hermano Paul y yo, y nosotros hemos estado haciendo música juntos desde los diez años, por eso no había ninguna razón para abandonar la banda; la sangre es más sólida que el agua. Siempre supimos que íbamos a hacer otro disco juntos”.
Los hermanos comenzaron trabajando desde su ciudad natal de Hythe, Kent, a principios de los ‘90, apoyándose en estilos y géneros diversos como el blues arrastrado de los ‘30, el reggae, el pop inglés y el hip hop. El resultado de esta fusión fue una música volada, romántica, melancólica y sensual, cuyo centro de inspiración era y es la marihuana (el término cheeba es una de las tantas formas callejeras de llamarla).
–¿Qué importancia tiene el consumo de marihuana en Morcheeba?
–Creo que las drogas, en este caso la marihuana, han funcionado desde hace muchos años como un disparador en los procesos creativos, ya sea en la pintura y la literatura, por darte algunos ejemplos. Y en la música despierta sentidos que uno tal vez nunca haya explorado y que ni pensó que existían, aunque aclaro que no es un factor imprescindible para hacer buenas canciones. Pero Morcheeba no es ni será la primera banda en experimentar con la marihuana.
Desde Who Can You Trust, su debut de 1996, el trío logró definir una clara identidad musical, que encuentra su secreto en el trabajo casero. Allí, donde Paul –el letrista de la banda– y Ross aún se pasan días enteros fumando yerba e intentando encontrar nuevos sonidos, se puede comenzar aentender el porqué de uno de los grupos más finos y sofisticados de la escena británica de los ‘90.
“Si pienso en una semana típica, diría que me paso la mayor parte del tiempo en el estudio. Me dedico a improvisar y componer, y cuando llego a casa me pongo a tocar la guitarra o a escuchar música. Mis días han estado dedicados enteramente a la música y cada momento es como una lección, un aprendizaje nuevo de las cosas”, asegura el multiinstrumentista. Pero tanto Ross como su hermano saben que su flamante álbum ha dividido las aguas entre los fans de Morcheeba.
“Queríamos hacer un álbum extraño, psicodélico, pero sin perder nuestra sensibilidad para el pop. Así que hemos intentado que los temas puedan ser cantados. Siempre empezamos nuestras canciones sentándonos con una guitarra acústica, y creo que más allá de que haya fans que se sientan decepcionados con el disco, cada tema encierra una buena canción.”
–¿Ya encontraste la canción perfecta o aún seguís buscándola?
–No, aún no la encontré y no creo que pueda hacerlo desde que un tal Jimi Hendrix dejó algunas de las suyas grabadas en un disco. Creo que él sí encontró la raíz de la canción perfecta y por eso no está entre nosotros. Los que quedamos seguimos buscándola en cada esquina y ya no creo que la vayamos a encontrar.
–Otras bandas, después de afrontar tantos problemas internos, tal vez se hubieran separado. ¿Cuáles fueron las razones para seguir?
–La razón principal es que Morcheeba es una unidad de trabajo que nunca dejó de funcionar, aunque sí es verdad que estuvimos al borde de la separación más de una vez y que los últimos dos años no fueron muy felices que digamos. Pero, insisto, Morcheeba fue, es y será algo más que una banda que trata de hacer buenas canciones. Me siento orgulloso de ser parte de eso.
Cuando el trío se presente en Buenos Aires, el próximo 29 de octubre en el marco del festival BUE (ver recuadro), estará cumpliendo diez años de carrera. Ross analiza esta última década como un “proceso multicultural donde la música ha involucionado y no encuentra una luz al final del túnel”. Y no pierde el tiempo en criticar a las bandas que hoy integran lo que se denomina retro rock.
–Hay una necesidad de volver al pasado todo el tiempo que, en la gran mayoría de las ocasiones, hace que escuchemos una música que nuestro subconsciente ya tiene asimilada. Es decir, no faltan propuestas novedosas, pero lo nuevo nos remite a lo viejo, y ahí perdemos el concepto. Algunos intentan ir un paso más allá, pero aún no son conocidos.
–Tu hermano Paul dijo en una entrevista que construyó una cabina en el fondo de su jardín y que desapareció en ella cuatro meses. ¿Eso es cierto?
–Sí, eso es cierto. Se mandó construir una cabina en el fondo de su casa y se metía ahí todos los días durante horas con una tableta de pastillas como único menú. Y cada tanto salía a tomar aire y volvía a buscar la inspiración ahí dentro. Pero tampoco crean todo lo que Paul dice, aunque en este caso es verdad. Yo lo iba a visitar a menudo y me invitaba a su cabina privada. Fue toda una experiencia.
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