REFLEXIONES SOBRE EL PEPSI MUSIC
› Por Mariano Blejman
Había un capítulo de Los Simpson llamado Homerbalooza, donde Homero llevaba a sus hijos a un gran recital de rock (denominado Hullabalooza, plagado de agentes de marketing intentando colocar marcas nuevas en los sectores juveniles norteamericanos). Allí, Cypress Hill, The Smashing Pumpkins y Sonic Youth tocaban frente a una multitud que apenas chocaba hombros entre sí. Como todo estaba algo deprimido, Homero se convertía en una estrella de rock por causa del azar: un tipo gordo y pelado recibía un balazo de cañón en su estómago, la gente lo aplaudía a rabiar y se convertía en parte de la gira. Algo así sucedió en estos días en el Pepsi Music: diez días a puro rocanrol, con una efervescencia mediática impresionante, con la crema de la escena rockera del momento, una excelente producción artística y musical, pero algo faltaba bajo los escenarios. Afloraba esa actitud cansina de una generación aburrida de tanto parecer que se rebela.
Salió la cerveza y entró la gaseosa (al fin y al cabo era más lógico que se pudiera tomar dentro del festival la bebida que auspiciaba el festival). La promoción multimediática decía que todo iba a ser magnífico: una programación hiperpuntual (los vecinos estaban al pie del cañón, disparando una batería de denuncias), el mainstream porteño (Los Piojos, la Bersuit, Babasónicos, aunque faltaron una vez más el Indio Solari y La Renga), y escenas ya habituales para el mundo del rock (Die Toten Hosen, Megadeth, llegan los Wailers y faltaron los Ramones, claro) se encontró en Obras. Tal vez sea el legado de Cromañón, tal vez el lavado de cara que las marcas y sus asociados les han dado al rock en estos años. Tal vez, el desembarco del magnate Daniel Hadad con sus nuevos medios para diluir el discurso nacionalista con el que coquetea el rock de cabotaje de vez en cuando. Como sea, algo se perdió en el medio.
Es como si la preocupación por mantener las formas hubiese vaciado el contenido. Las promotoras de Internet estaban preocupadas por subir fotos a la web, los gerentes de marketing se aseguraban de una transmisión sin saltos, los tonos de celulares se concentraban en sacar datos de sus consumidores, las empresas aceitaban mecanismos para que todo estuviese en su lugar, las camisetas se vendían como cuestión de Estado. Porque, si alguien no lo había notado, ahora es así: público de rock es aquel que consume. Puede sonar repetitivo –repetitivo es el periodismo, repetitivas son las bandas, repetitivos son los festivales que repiten cartel año a año–, pero ésa es un poco la sensación. Cada uno sacó su tajada, y de a poco despedazaron al niño.
Aunque es cierto que el público de festivales es como el que va a ver a la Selección: canta distinto, hincha distinto, se viste distinto que los que siguen a los equipos cada domingo. Los guetos rockeros suelen prescindir de las festivalitis y descreen de los grandes shows. Tampoco el sol se lleva bien con el rocanrol. Ni siquiera el día del reggae (Nº 7, con los Wailers) el aire dulzón sirvió para encender la mirada: un show de rock de día es como desayunar con alguien que se ha conocido en una trasnoche furibunda. Hay cosas que sólo brillan en la oscuridad.
Ah, y por cierto, las bandas sobre los escenarios: más de 130 grupos se jugaron los puntos en la tabla de posiciones. Buscaban distribución, marketing, prensa y algo más. Y está bien. No está mal que el rock haya logrado un grado de organización inimaginable hace dos décadas. Pero la programación del Pepsi Music, aunque sea inconscientemente, funcionó un poco así. Delimitando posiciones ilusorias (no siempre del todo acompañadas por el público), en esta especie de fixture interminable del rock vernáculo. ¿De qué les sirvió a las bandas? A Los Piojos, para entusiasmarse con una posible vuelta (aunque no se los vio así en el escenario) y hablar por fin de Cromañón; a la Bersuit, para hacer una escala en su gira iberoamericana; a Babasónicos, para presentar su disco; a Die Toten Hosen, para reafirmarse como la banda punk más divertida del mundo; a Megadeth, para decidir seguir haciendo música; a los Wailers,para aumentar su gusto por el verde; al Pity de Intoxicados, para relucir su condición de “enfant terrible” y cantar ¡junto a un coro de niños!; a Divididos, para sacar su chapa de aplanadora; y a otros para escalar algunas posiciones, conseguir entrevistas en la radio, hacerse amigos que los dejen pasar al VIP y tener unas fotitos digitales. A lo mejor la crítica es demodé, y ya nadie cuestiona que la preocupación por el envoltorio corra el riesgo de vaciar el asunto de contenido. Pero tal vez lo más rockero de estos tiempos sea poner un tipo gordo y pelado sobre el escenario a recibir balazos de cañón hasta hacerle explotar el estómago.
Dia Banda Personas
1 Los Piojos 22.000
2 Bersuit 22.000
3 Megadeth 22.000
4 Babasónicos 20.000
5 Ska-P Indoor 4.000
6 Ska-P Outdoor 11.000
7 Reggae 22.000
8 Divididos 20.000
9 Die Toten Hosen 20.000
10 Fecha Sorpresa 10.000
Total: 193 mil personas
Total de bandas: 131
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