LA “SEGURIDAD” DEL ROCANROL
› Por Eduardo Fabregat
Sucedió el viernes, en la fecha ocho, cuando Divididos recién se embarcaba en un demoledor bloque inicial de quince minutos a todo gas: atrás y a la izquierda de la torre de sonido, tres veinteañeros le daban curso a uno de los ritos más viejos desde que el rock es rock, haciendo de paso los honores a esa frase que tantos problemas le causó a Andrés Calamaro. A menor escala, los pibes también tuvieron lo suyo. No llevaban más de dos pitadas al faso cuando un señorito de chaleco naranja con la palabra “control” se les acercó, los abordó de mala manera y los hizo suspender la práctica con un par de amenazas poco elegantes. Para los pibes fue un mal momento; para el policía vocacional fue una manera de ejercer su cuota de poder para irse con una sonrisita a casa y contarles a sus amiguetes qué piola soy, ayer apreté a tres pendejos en el Pepsi.
¿Esto es lo que nos ofrece la ultraorganización de los festivales del nuevo siglo? Con lo que costó eliminar a la policía de adentro de los conciertos, ¿tenemos que volver a lidiar con unos monos que suponen tener carta blanca para andar jodiendo gente? Para que quede claro: aquellos que ostentan con orgullo el chalequito naranja son civiles, no tienen poder de policía para andar apretando a las personas.... que, recordemos, tampoco es una atribución de los azules. Los pibes no estaban cometiendo ningún daño a terceros ni a la propiedad, ni tenían pinta de que fueran a hacerlo en el futuro más próximo. El “control” en un show es evitar que haya hechos de violencia entre la gente o hacia los materiales e instalaciones, delimitar zonas, ordenar la entrada y salida, hasta orientar a la gente. Pero a los chalequitos no les interesa ofrecer un servicio útil; a los chalequitos les gusta ponerse a jugar a Starsky & Hutch por algo tan poco relevante como unos pibes fumándose un porro en un show de rock. Alguien debería recordarles que no son quiénes para meterse en las decisiones privadas de la gente. Es algo que se le reclama a la policía, ni hablar de unos empleados de la organización de un festival.
Así como la derecha se regodea en crucificar al rock en la era post-Cromañón, esos mismos efectos se traducen en una buena excusa para tenernos acorralados y amenazados. Ya hay que soportar bastantes mordazas como para asistir sin protestas a un estado de ultravigilancia en la cartelera oficial. Y si hay tanto interés en que no se cometan ilícitos, ¿no hay nadie que meta presos a los tipos que te roban 5 pesos por una miserable botellita de agua, con la tranquilidad de que en la puerta un “control” se encargará de que nadie entre con una comprada en el quiosco a un peso?
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