Jueves, 17 de noviembre de 2005 | Hoy
LA MANCHA DE ROLANDO NO SE PERCUDE
Con consagrada obstinación, La Mancha remó y remó hasta conseguir su preciado debut en Obras, este viernes. Pero antes, la banda que ensaya en una curtiembre de Sarandí mostró su intimidad al No. “No me molesta que se armen festivales. Son espacios ganados: o los tiene el rock o los tiene Tinelli”, dice Manuel.
Por Cristian Vitale
Foto: Nora Lezano
En alguna cuadra de Sarandí, entre autos abandonados, laburantes que vienen y van, y casitas viejas, un portón anuncia el ingreso a lo desconocido. Tiene dos timbres, uno al lado del otro, y cinco flechas pintadas con fibra que orientan sobre cuál hay que tocar para que los pibes de La Mancha de Rolando atiendan. “Es el negro...”, grita uno desde adentro. El eco retumba grueso y deschava dimensiones gigantes. La excursión, una vez adentro, resulta insólita e inesperada. Carlitos, bajista y pibe más bueno del mundo, se mata de risa cuando muestra un simulacro de museo con restos de la curtiembre que fue alguna vez. Consta de un regador antiquísimo entre bolsas de cemento y una máquina lavacueros, que parece haber sobrevivido de milagro. Pero el detalle no explica el resto. Transformado hace años en centro cultural, el enorme galpón –donde la banda ensaya hace tiempo– es, al decir del cantante Manuel, una auténtica kermesse.
Se mezclan anuncios multicursos –historieta, guión de cine, títeres, electricidad, ¡danzas andinas!– con un escenario apto para festipeñas y cantores frustrados. “Mirá lo que dice acá: ¡pulpería económica!”, señala el Conde, tecladista, entre risas. Adentro, asoman paredes revestidas con collages que van desde afiches cinéfilos hasta envases de huevo. Posters gigantes de gauchos a caballo y malevos de un tiempo que fue. Hay una fachada de boliche antiguo –como esas de madera que se arman para los actos de escuela– y bombos legüeros arriba de televisores que no andan. “Cuando vinimos, esto era Kosovo. Escombros arriba de escombros”, comenta el Tano, baterista. En suma, al bizarro de Jorge Polaco le hubiese encantado filmar el retorno de Sarli en un lugar así.
La sugerencia de ocupar el lugar, dicen, le llegó al violero Franchi por intermedio de un vecino, en épocas del disco Juego de locos. “Un amigo me contó que había una curtiembre abandonada. La vinimos a ver, nos gustó y construimos la sala.” La sala de ensayo está al fondo de todo, detrás de los baños y la pared de envases de huevo. Tiene un pequeño estudio de grabación y está diseñada como si fuera un escenario. Es decir, dispuesta para que los músicos se paren igual que en un show. En honor a uno de los hits de Viaje, los acompaña una calavera y, como muestra de idolatría, un poster de Deep Purple de la era Gillan-Glover. La sala, en verdad, genera las condiciones ideales para la creación de himnos de esquina. “Acá preparamos Viaje –destaca Franchi–. Pablo Guyot, el productor, se cagaba de frío y le dolía todo. Era un desastre esto. El disco salió de ese espíritu combativo.”
–¿Pero no se quejó Guyot?
Manuel: –Para nada... Pablo es un grande, es el más rockero de todos.
Tano: –El tipo es cero plumas. Se clavó unos Capitán del Espacio impresionantes. Es más: les llevaba toneladas de alfajores a los amigos.
Este tipo de anécdotas les gusta contar. Basta que uno tire la primera piedra para que el resto se acople. Por ejemplo, además del farolito tanguero y la veintena de sillas cluecas que forman parte del mobiliario, hay un mural en el que sobresalen el viejo Puente de La Boca, un trolebús y un jugador con “casaca” de Arsenal. Pero pocos perciben la carita insólita que asoma en su parte superior. “Ese es Bu”, marca el Tano y todos mueren. Bu era el armoniquista de cuando La Mancha era una banda bengalera y desparramaba sus graffiti por las paredes de la ciudad.
Por una cosa u otra, siempre estallan carcajadas alrededor de la mesa preparada especialmente para la nota con el No. Pueblan esa mesa tres cervezas, dos gaseosas y un vino blanco que no le apetece a nadie. Todos le apuntan a la birra y al mejunje de palitos, maníes adictivos, pedacitos de salchichón, mortadela y quesito infaltable. Es una verdadera bacanal de mediodía sureño... una vieja costumbre barrial que atraviesa generaciones. “Todos tenemos un lugar en el mundo. Las raíces, los afectos, la infancia.Me gusta cuando cruzás el Pueyrredón y sentís ese olor a mierda, que es ‘el’ olor”, dispara el Tano, con un trocito de salchichón a medio camino y, tal vez, pensando en el ángel del Docke. Toda una definición.
–¿Y cuánto olor le aporta la pertenencia geográfica a las canciones?
Manuel: –La música es universal, aunque nos gusta vivir acá porque cuando te criás en un lugar te acostumbrás a la gente, a las calles. Esto es rock barrial, chabón y todo lo que quieras.
–¿Les costaría mudarse?
Manuel: –Viste cómo es... están las familias detrás de las familias. En otro lugar nos haríamos de amigos enseguida, pero acá ya los tenemos. Estuvimos un año ensayando en Chacarita, y era una verdadera locura ir hasta allá.
–Está claro que reivindican la
pertenencia suburbana.
Manuel: –Lo que está claro es que el rock se hace desde los suburbios.
Tano: –La comodidad te hace ver la vida de una manera y para ser rockero tenés que sufrir. Tomarte el bondi o ligarte algún que otro palazo en la cancha... si no, ¿de qué hablás? Nos hubiese encantado tocar el 17 de octubre del ‘45.
–¿Se identifican con la clase trabajadora?
Manuel: –Nuestros padres lo son, porque nosotros nunca hemos laburado (risas).
–Claro... sos músico y de qué laburás, ¿no?
Franchi: –Tal cual. En las navidades nos siguen haciendo la misma pregunta.
Tano: –Hasta que alguna tía escucha tu tema en la radio y te toma más en serio.
Salvo el Conde, que nació en Mataderos y vive en Villa Luro, el resto es de Avellaneda. Y es cantado que a los pibes les costaría abandonar a sus entrañables vecinos, como los que merodean el quiosco de Carlitos, el bunker de la banda. Anida allí una galería de personajes cotidianos: Chinchulín, el loco Barón Rojo, Fosforito, Breakdance, Freddy.
“Personajes hay en todos lados: el gaucho rolinga, el chofer patriótico, Paul Mascardi. Pero los del quiosco son insuperables”, apunta Franchi.
Entre anécdota y anécdota se cuela el run-run sobre el nuevo disco. Aún no tiene nombre, pero se sabe que saldrá en marzo y que tiene 12 canciones. Ya grabado, la idea es mezclarlo después del show de mañana en Obras. Y una buena manera de paladearlo es enterarse de que permanece intacto el respeto por la tradición del rock popular y nacional. Como ya hicieron con Ritmo y blues con armónica –viejo clásico de Vox Dei– o con El hombre suburbano de Pappo’s Blues, se apropiaron de El sur de la ciudad, tema del Volumen III. “Lo grabamos de primera toma. La canción que nos representa bien, porque somos del sur de la ciudad”, redunda Manuel.
–¿El resto de las canciones son nuevas? La pregunta es porque en toda la discografía aparecen temas que reversionan dos o tres veces: Parataffa, Soldati, Entre Ríos, Vagabundear, La planta, Pueblo latino...
Franchi: –Es una cábala (risas). A veces nos pasa que empezamos a tocar en vivo un tema ya grabado, y decimos: “Ojalá lo hubiésemos grabado así”. Y el ojalá se transforma en “vamos a grabarlo”. Seguro que vamos a repetir alguno.
Manuel: –Nos guiamos mucho por la pasión. Cuando pasa algo bueno, queremos plasmarlo en el momento indicado, fresquito y con toda la efervescencia.
–¿Qué diferencia hay entre
el próximo disco y Viaje?
Manuel: –Buscamos un sonido más crudo, más rockero.
–¿Menos cancionero y “limpio”?
Manuel: –También tiene canción, pero hay más distorsión.
Conde: –Para mí es el disco más sincero de la banda, por crudeza y concepto. Hicimos lo que quisimos.
Tano: –Se nota que nos quedamos un mes en el estudio. Estuvo bárbaro tirar el colchón al lado de la batería y dormir ahí. Es impagable ver películas de Zeppelin, de Pink Floyd y transformarlo todo en música.
–¿Cómo se preparan para
el primer Obras propio?
Manuel: –Haber tocado allí con otros hizo que le perdiéramos el miedo. Para nosotros es la culminación de una etapa de 15 años de tocar y tocar, porque no somos virtuosos ni talentosos, llegamos de tanto darle. Además, también llegó nuestra gente, esa que nos vio en tantos sótanos. Vamos a tocar 30 temas de todos nuestros discos en honor a ellos. Vimos a Los Redondos, a La Renga, a Deep Purple, a Riff y ahora nos llegó la hora.
–¿Vieron a Riff en la cancha de El Porvenir, aquella vez de las botas de cuero sobre los techos de los autos?
Franchi: –Si tuviese la máquina del tiempo iría a ese momento. No me importaría otra cosa (risas).
–Eran épocas de bardo. A propósito,
se está por cumplir un año de la tragedia
en Cromañón. ¿Creen que tras ella
se estigmatizó al rock barrial?
Manuel: –En cierto tiempo se le tuvo miedo y se le cerraron un montón de puertas a bandas que movían monada. Pero, ¿qué vas a hacer? El rock se movía de esa manera, si no, no era rock. Todo espectáculo para la gente de los suburbios y de la clase obrera estaba, y está, poco cuidado. A nadie le importa esa gente.
Conde: –Cromañón no podría haber pasado en un recital de Cerati.
Tano: –O sí, una butaca de pana quemada con una boquilla minifusor.
–¿En qué cambiaron ustedes
después de Cromañón?
Manuel: –En mirar más los lugares donde tocamos. Fijarnos que sean seguros, cosa que antes pasábamos por alto. El público también se puso más responsable. El Estado es el único que está en deuda, porque hay lugares peores que Cromañón que permanecen habilitados. La coima sigue intacta.
–¿Son de los que piensan que
le pudo pasar a cualquiera?
Manuel: –Sí, porque el rock estaba muy descuidado. La gente estaba descontrolada y los lugares también. Todas las patas del problema estaban muy flojas, era un polvorín que en cualquier momento iba a explotar.
–Hoy se habla bastante de monopolio
y lucro desmedido en el rock.
¿Qué piensan al respecto?
Manuel: –Si el movimiento se desarrolla en lugares seguros, está bien. No me molesta que se armen festivales porque, si no, los pibes de 11 años van a ir a ver a Shakira. Son espacios ganados: o los tiene el rock o los tiene Tinelli. Está bueno que los pibes pidan a Bersuit o Arbol en vez de Bandana. Si el tipo que lo arma gana dinero, no molesta. El tema es que no bastardeen el movimiento.
–¿No creen que el rock perdió autonomía?
Tano: –No. Vos podés decir lo que quieras y después aguantate la que venga.
Franchi: –Creo que hay que pelear desde adentro para contaminar la cultura. Si decís boludeces, pasás a ser del cúmulo de boludos. Ahora, si decís algo importante, usaste bien el lugar.
Tano: –Además, no todos los festivales están esponsorizados. Tenés mil en el interior que no tienen sponsors, pero sí mucho amor. Hace un par de años que vamos al festival de Santa María de Catamarca, que se hace a fines de enero. Los tipos organizan una movida bien familiar, cocinan, venden empanadas, hacen rifas durante todo el año. El rock ganó mucha confianza.
Conde: –Para mí es un triunfo poder hablar del Mundial ‘78 en el Pepsi.
–Y no sólo en el Pepsi Music.
Arde la ciudad es uno de los temas que
más rotó el último año. ¿No se pudren
de escuchar sus hits en las radios?
Manuel: –Todavía no nos tocó eso... tal vez nos pase cuando tengamos 60 años (risas). Yo diría que gracias a que nuestra música es difundida caemos en lugares inhóspitos, en los que la última banda en tocar fue LosGatos. No vemos como enemigos a las radios. Además, Arde la ciudad fue una pegada, porque estimuló el debate sobre los derechos humanos en las familias y los colegios. Sentimos que formamos parte de la realidad y estamos diciendo algo con música, que era nuestro objetivo inicial. Queremos sentirnos útiles. Nos gusta la adrenalina de tocar, pero también llevar buena onda a lugares donde hay carencias.
Conde: –Llegamos a tocar en Ledesma o 25 de Mayo, en La Pampa, donde habían dos casas, un coche y una ruta. Loquísimo.
Manuel: –Y aparecen las remeras de Almafuerte y Riff debajo de las piedras. En el interior no hay tanta tribu... vienen todos a verte. Y es increíble cómo te tratan: cordero, lechón, chivito. Incluso inventan animales nuevos para invitarte a comer: unicornio al asador, empanadas de dinosaurio, mamut al escabeche. Cualquier cosa (risas). Este país es precioso. Y se los digo a esos de saco y corbata que putean Florida y Lavalle: la Argentina es un lugar con gente lindísima, que puede salir uniéndose un poco y dejando de mirar a Tinelli.
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