Jueves, 5 de enero de 2006 | Hoy
LA HISTORIA DE FERNANDO “PáJARO” RICKARD
En marzo del ‘98, Rickard vivió el sueño de miles: gracias a su puesto en la barra del Hyatt, terminó zapando con Keith Richards y Ron Wood. A dos meses de una nueva visita de sus majestades satánicas, se entusiasma con un posible reencuentro.
Por Julia González
“Un día, de casualidad, toqué con los Stones. Es medio cholulo contarlo, pero bueno, vos ¿cómo lo ves?”, pregunta off the record Fernando “el Pájaro” Rickard, que fue el barman de los Rolling Stones cuando aterrizaron en el Hyatt, devenido en Four Seasons and Resorts, en marzo del ‘98. “La primera tarde que entraron al hotel a nadie le salía decir good afternoon, de lo duros que nos habíamos quedado: fue un flash ver que entraban por el costado de la barra”, recuerda el Pájaro, verborrágico, pidiendo una Guinness tras otra en la barra de un bar con nombre de destripador y en el que sólo pasan música inglesa. Atento, el barman invita con pisco sour. “Los tipos son súper amenos”, sigue el Pájaro. “Habían pedido que no hubiera gente uniformada, porque no querían soldaditos atendiéndolos.”
El Pájaro trabaja de bartender hace 7 años, entre un boliche que tuvo y el hotel. La mayor parte de lo que sabe lo aprendió en el ex Hyatt. El martini –ese tradicional trago que todo buen cantinero debe saber preparar– es su caballito de batalla en la barra. Además, es el creador del Ginger Martini: “Un trago que marca la diferencia”, se enorgullece. “Me gustaría volver a estar con los Stones y decirle a Richards ‘este es mi trago’”. Su vida está signada por la música y la bebida, y el maridaje ideal para él es entre las canciones y los tragos: “Estoy siempre tomando o escuchando música. No tengo escapatoria, salvo cuando duermo”.
Cuenta que los Stones arrancaban tomando destornillador, a veces le agregaban un chorrito de licor galeano, que es una bebida a base de almendras, hierbas y semillas. Ronnie Wood le entraba a unas Guinness por la tarde pero más bien iban de noche, “y tomaban parejo, muy tranqui, nunca hubo desbordes y se movían en un ambiente muy familiar”. Las primeras conversaciones fueron con Keith Richards, según se euforiza el Pájaro. Intercambiaban material para retroalimentarse: el guitarrista le mostró a Lee Scratch Perry y el barman desnudó un demo en el que había grabado sus temas. “Cuando venía al bar me cargaba por lo que estaba sonando, entonces yo ponía los discos que él tenía guardados en una valija y que eran todos de reggae. Inclusive me mostró un demo de tres temas que no sé ahora cuáles serán ni en qué disco están.” Como era de esperar, ganaron las charlas de música, y el Pájaro le confesó que no quería tocar más, que estaba frustrado, ya que con su banda no iba a ningún lado, “y el loco me dice ‘está bien, no toques más’, y al rato pasa, me agarra del brazo y me mira fijo: ‘un día de éstos van a golpear a tu puerta, y cuando abras, ahí va a estar parada la música de nuevo. ¿Qué vas a hacer cuando eso pase?’”. Y se empezó a reír en su cara.
“Esa noche habían unos gitanos en el hotel que bailaban con toda su gente. Andaba Vilas dando vueltas, y justo estaba tocando un gitano que en un momento se fue al baño y dejó la guitarra que Wood le había prestado. Entonces le dije a mi compañero de barra ‘preparame un destornillador que me voy a tocar con ellos’, me lo tomé de un trago y fui. Les dije ‘¿puedo tocar con ustedes?’. Richards agarró el piano, Wood se quedó haciendo percusión golpeando una mesa, yo tomé su viola y les dije “¿qué tocamos?, ¿temas de ustedes, de Bowie...?”, y Richards me invitó a que tocáramos un tema mío. Como habían estado zapando con el gitano les hice una versión de una canción mía, entre Bob Dylan y flamenco, que tiene unos tonos que se parecen. Las esposas de los Stones empezaron a gritar, se empezaron a zarpar y Richards me dijo que era una canción muy bonita, se arremangó y empezó a tocar el piano otra vez: ‘Hacelo de nuevo, vamos a tocarlo bien’”. Después de semejante experiencia, el Pájaro no pudo dormir. Cuenta que volvió a su casa y esperaba que apareciera alguien para relatarle su proeza. Entretanto, caminó de la cocina al balcón tomando cerveza hasta la mañana.
–¿Y Jagger qué onda?
–Sólo pasó dos veces, tuve dos conversaciones con él, en una me pidió una botellita de agua y en la otra un helado de chocolate. Un asqueroso total, súper distante en su plan de salir con modelos. Era el único que no estaba en la mansión porque es hombre de negocios. No sé si decir algo ácido, pero es el más distante. Levantaba la mano y venían los guardias, esos boina verdes que se te ponían entre medio.
Richards se paseaba por el hotel con un bastón lleno de crucifijos y collares colgando, y siempre se fijaba de que no le faltara el trago a nadie: el Pájaro lo define como el padre espiritual de todos. “Estaba pendiente pero a la vez tenía tiempo para él y ser súper agradable. Incluso terminó de tocar, me abrazó y me dijo you are my brother now, man, cuenta el barman. Charlie Watts siempre participó desde lejos con su señora, no tomó una gota de alcohol, y todo lo que comió fue pato hervido. A diferencia de Jagger, él tenía a su viejita al lado.
–¿Los vas a ir a buscar cuando vengan en febrero?
–No sé, porque lo más probable es que no se acuerden de mí. El que me hizo un montón de promesas fue su manager.
Le dijo que en cualquier lugar del mundo iba a ser bien recibido porque la conexión entre los dos se percibió de entrada. Tal vez porque coincidieron en su origen irlandés o porque estuvieron en la barra una noche cantando y llorando. Pero las promesas pueden que sólo sean palabras de las sombras del alcohol: “Nosotros siempre que tomamos, más de una vez, no mantenemos lo que decimos porque nos olvidamos. Yo no sé si hacerme una remera con la foto que tengo tocando con ellos y aparecerme, pero me da mucha vergüenza”.
Pasaron casi 8 años de ese encuentro “majestuoso, y que yo magnifiqué”, se quiere convencer el barman. Ahora está al frente de Pájaros (el plural de su nombre de guerra, como él lo llama), la banda en la que lo acompañan Rocky Velásquez en batería –ex Peligrosos Gorriones–, Julián Alfaro en la guitarra, y el bajista Gastón Peirano. “Estamos haciendo canciones lindas, baladas y boleros, siempre parientes del rock. Como no vivimos más en Capital y componemos en las quintas, las canciones salen con un gusto a pasto y a campo impresionantes. Sólo nos falta el mar para ser una banda surfer. También están los temas que toqué esa noche con los Stones, como un homenaje.” Anteriormente había liderado Los 40 Escalones, banda de culto platense de finales de los ‘80.
“Richards hizo que me diera cuenta de que no se puede renunciar a lo esencial. No se puede parar de querer, es como que me dio un sopapo riéndose y me gustó.” Con el presente en la coctelera, el Pájaro espera preparar el último destornillador. Sólo faltan dos meses para palpar el lado sensible de los tragos, rock and roll mediante.
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