COSQUíN TERMINO MAL EN SAN NICOLAS
› Por Cristian Vitale Desde San Nicolás
“Esta no es la que me contaron a mí. Acá no hay mujeres, ni glamour, ni whisky importado. Nada de eso.” Son las 11 de la mañana del lunes y el entrañable Pedi, guitarrista de Jóvenes Pordioseros, está parado en el medio del campo. Es por San Nicolás. Tiene un rosario colgado, una remera con el símbolo de LJP y los jeans desgajados, a la usanza rockera. Al lado está Chori, baterista, que le pone buena cara al malhumor. “Qué buen aire se respira en el campo, loco”, comenta y se ríe, mientras pide un mate. Rodean el cónclave matinal todos los Cabezones –menos César Andino, que había viajado el día anterior con sus amigos de Catupecu Machu–, y Los Gangsters, ex plomos de Pappo. Más o menos 12 músicos, una decena de técnicos y cuatro cronistas esperan que el chofer de un micro viejo –un charter privado para “antiestrellas” de rock contratado por la producción- arregle un tubito de gasoil que se rompió. Y nadie tiene la certeza de cuándo volverá a arrancar. La decisión de uno de los cronistas es clave. “Vayamos a escribir a un locutorio del pueblo.” Un rapto de lucidez en medio de un cansancio demoledor.
Sólo por esto, la prensa nacional pudo informar sobre el cierre de la V edición del Cosquín Rock –la del tributo a Pappo– a través de los diarios del martes y el servicio de Télam. De habernos quedado ahí con los Jóvenes –que sólo Dios sabe cuándo llegaron a Buenos Aires, ¿habrán llegado ya?–, ni siquiera hubiese sido posible esta crónica para el NO. “Ustedes escapan cuando se la ven turbia”, es el chiste de Chori mientras ve a los periodistas huir en busca del pueblo.
El “charter privado” tenía que salir a las 2 de la mañana, antes que Los Ratones Paranoicos clausuraran el festival. Sí o sí, porque no había pasajes ni en carreta. Terminó saliendo a las 5 am, de un hotel de Córdoba –a 40 kilómetros del predio– en el que paraban también Vitico y Los Gardelitos, que siguieron la fiesta cervezal –o el homenaje a Pappo, que es lo mismo– hasta altas horas de la madrugada. Hasta altas horas de la madrugada, también, tuvieron que quedarse los grupos pesados encargados de clausurar el tercer escenario. El micro Urquiza que tenía que sacar a Plan 4 y Mastifal de San Roque, se clavó antes de salir a la ruta y ni un milagro salvó a los chicos de pasar una noche “divertidísima” adentro de un ómnibus parado.
También hubo casas multitudinarias. La producción del mayor evento de rock de Argentina –100 mil personas en cinco días, 130 bandas y muchísimos sponsors– quería meter ¡ocho! personas –entre fotógrafos y cronistas– en una casa para cuatro. La cobertura global –que al final terminó siendo cómoda– estuvo a punto de claudicar por razones inexplicables. A los músicos también les pasó. Un caso fue el de El Bordo, cuyo equipo de trabajo (17 personas) convivió agolpado en una casa chica. Por esto, y varias cosas más, la arenga justiciera del Mono de Kapanga, en la fecha del jueves, fue “la frase” del festival. “Charly, dejate de joder. Viejo choto.” Es uno de los pocos que, en el rock argentino, no sólo viaja en limousine sino que toma whisky importado, se curte minas de obsequio y vive la fiesta. Muchos le hicieron creer que es “la” estrella del rock y él se lo creyó. Pero el rock, acá, sigue siendo cosa de losers. Quedó demostrado.
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