Jue 02.03.2006
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UN RECORRIDO RUTERO POR LA MEMORIA DE NORBERTO NAPOLITANO

El año en que vivimos sin Pappo

La guitarra blusera más grande de la música argentina ya tiene un monumento. Bajo la lluvia, Luciano Napolitano recordó a su padre, a un año de su muerte. Hubo motoqueros, fanáticos y hasta un cura rockero.

› Por DANIEL JIMENEZ

La idea había nacido del propio hijo del Carpo y la venía masticando desde mediados del 2005. Es que Luciano Napolitano tenía en la cabeza homenajear a su viejo en el primer aniversario de su fallecimiento con una jornada que incluyera la inauguración de un monolito en su memoria y la realización de un festival en el kilómetro 71,5 de la Ruta 5, lugar exacto donde Pappo perdió la vida en un accidente de moto en la madrugada del 25 de febrero del año pasado. En ese momento, el creador de Sucio y desprolijo viajaba hacia Buenos Aires con su hijo y su nuera cuando encontró la muerte en el asfalto que tanto amaba, muy cerca de Luján. Pero de aquella idea embrionaria sólo quedó la construcción del monolito, ya que “traer bandas a tocar hubiera sido un quilombo”.

De dos metros de alto por uno cincuenta de ancho, el bloque de piedra se erige austero y solemne al costado de la ruta. Sólo lo adornan la leyenda “Norberto ‘Pappo’ Napolitano - 1950 - Para Siempre” en la parte superior, y la letra de Desconfío de la vida tallada sobre un mármol en la parte inferior. En el centro se halla una guitarra de acero inoxidable hecha por Julio, un herrero de la zona, y los escapes originales de la Harley Davidson del Carpo, soldados a la estructura granítica. Todo el trabajo estuvo dirigido por los muchachos del taller Raza Fuerte, reducto fierrero donde Pappo solía llevar su moto.

Pero esta historia no comenzó en Luján sino muy temprano en el playón de la estación de trenes de Tigre, ciudad donde reside Luciano. Ese fue el punto de reunión de una caravana que incluyó a familiares, amigos, fans y a César, un “cura rockero” con reminiscencias a John Belushi, que finalizaría con la inauguración del monumento a muchos kilómetros de allí. Por eso, en la mañana del pasado viernes 24 de febrero y bajo una lluvia por momentos torrencial, una docena de motos y una veintena de autos estaban listos para partir en una larga peregrinación de Norte a Oeste del Conurbano para rendir tributo a Norberto Napolitano.

A excepción de algunos músicos muy cercanos a Pappo –Juanse, Javier Martínez, Chizzo–, nadie faltó a la cita. Se lo podía ver a Enrique, amigo y tío de Luciano, explicándole a quien estuviera cerca que “el loco era un hijo de puta, imitaba a todo el mundo y te hacía cagar de risa”, y a otros personajes como “El Rata”, un viejo compinche rosarino que hoy es manager de Lovorne, la banda de “Lu”, como lo llaman sus íntimos. Para paliar el frío no faltó el café salvador ni las facturas calientes Made in Tigre, así como el intercambio de cientos de anécdotas compartidas.

A las diez y media, la columna partió por el Acceso Norte hacia Luján encabezada por el micro que usaba el Carpo, donde viajaban su hijo, algunos parientes y gente del círculo privado del Carpo, seguido por una larga fila de vehículos. La mitad portaba calcomanías de Riff y Pappo’s Blues y banderas con inscripciones como “Pappo no murió” y “El luto va a terminar cuando estemos juntos a la par”.

Con la gris cortina de la mañana de fondo, el tour de force prosiguió por General Paz y luego por el Acceso Oeste, para llegar al kilómetro 71,5 de la Ruta 5 a las doce del mediodía.

Allí, unos trescientos seguidores ya esperaban bajo el diluvio a los peregrinos motorizados, mientras un fuerte viento sacudía la tela que cubría el monolito, amenazando dejarlo al descubierto. La ceremonia no duró mucho. La misa programada nunca se llevó a cabo y tampoco hubo conferencia de prensa. Hubiera estado de más.

Desestimando un micrófono aportado por la Municipalidad de Luján, Luciano, campera de cuero oscura, jeans y zapatillas, se paró frente a los fieles e improvisó un discurso tan breve como emotivo: “Hola y gracias por estar acá. Primero, aguante El Carpo. Segundo, vamos a descubrir este monolito, el padre César va a decir unas palabras, hacemos un minuto de quilombo y se termina el circo”.Acto seguido, el hijo de Pappo retiró la tela sobre una cortina de aplausos y dejó paso al cura, que leyó una especie de poesía confeccionada con versos tomados de canciones como El tren de las 16, Juntos a la par, Ruta 66 y Rock and roll y fiebre, y bendijo la obra. El homenaje había terminado.

Mientras medios de cable locales y nacionales se pechaban por obtener una palabra de nuestro Belushi religioso, Luciano, con paso lento y casi en silencio, comenzó a irse despacio por detrás del monolito con destino al vehículo que lo transportaría de regreso a casa. Nadie notó su ausencia. Todos estaban demasiado preocupados en escuchar lo que tenía para decir el sacerdote rockero en una improvisada rueda informativa, quien en medio del barro disparaba frases como “creo que Pappo siempre va a reencarnar en una guitarra”.

Ya alejado de todos, Luciano se quedó solo, observando la ruta, con las manos en los bolsillos, el pelo mojado por la llovizna y esa mirada de cachorro triste que resalta sus profundos ojos celestes. Lo alcanzo y juntos vamos conversando los últimos metros rumbo al auto, a casi ya doscientos metros de la gente que se había quedado a disfrutar del “minuto de bardo” que producían los escapes de las motos.

Es sabido que no existen muchas formas de abordar al hijo del Carpo, más teniendo en cuenta su poca predisposición a las entrevistas y el emotivo momento que lo tenía como epicentro involuntario. “La verdad es que no tengo muchas ganas de hablar, pero mató que viniste, loco, mató que hayan venido todos”, me dice sin levantar la mirada del pasto mojado, que a esa altura se asemejaba al césped de la cancha de Yupanqui.

Le contesto una frase de compromiso, se detiene, me mira fijo y suelta, con el mismo vozarrón de su viejo, un parco “gracias, loco, en serio”.

Aprovechando su dispersión, un miembro del Club de Fans de Chevrolet sucursal Luján le ofrece gratis “todo lo que necesites para el Chivo”, aunque por la forma en que se dirige hacia él pareciera más un fanático que quiere quedarse con un pedazo del mito que un desinteresado fierrero altruista. Luciano agradece con una sonrisa y se acerca, arrastrado por su interlocutor, a ver un modelo preparado de Chevrolet. “Cuando necesités algo para el Chivo, venite a Luján y elegí lo que quieras”, insiste.

Entonces Napolitano Jr. mete la mano en el bolsillo trasero de su jean gastado y saca una billetera negra con el logo de la marca que adorna con algunas banderas la banquina de la Ruta 5. “Mirá, ésta era del loco, ahora la tengo yo”, responde y pega una carcajada cavernosa que logra estremecer hasta los árboles. En menos de un minuto se refugia en un coche junto a su novia, le da la mano a un pibe que con su bebé en brazos se arrima a saludarlo y emprende la retirada, dejando en el aire un forzado “aguante el rock and roll”. A lo lejos, el ruido de motores, la lluvia y el intenso frío forman una postal bucólica que pocas veces se verá por estos pagos. Mientras los curiosos comienzan a desconcentrarse, un par de flacos con remeras de Riff pasan frente a mí y caminan rápido para gambetear la hipotermia. Uno de ellos mira al cielo y comenta: “¿Viste vos? Hasta los ángeles están llorando”.

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