Jueves, 16 de marzo de 2006 | Hoy
FLAVIO CIANCIARULO EXPLICA SU MANDINGA PROJECT
En una larga conversación con el NO, el compositor de Matador y Mal bicho repasa los primeros años de su carrera, asegura que con su último disco Sonidero quiso recuperar aquel espíritu donde uno podía morir tocando ska y plantea el desafío de sobrevivir a su exitoso pasado.
Por Roque Casciero
Si uno se pone un poco caprichoso, bien puede decir que el Flavio Cianciarulo modelo ‘06 se parece más al de hace veinte años, cuando Los Fabulosos Cadillacs querían morir tocando ska y de paso contagiaban a medio país, que a ese señor de barba larga que hacía solos de contrabajo en medio de los shows de la banda. Pero es suficientemente conocido el camino desde aquel pibe impetuoso que tocaba su bajo sólo cuando iba a la sala de los Cadillacs hasta el tipo pasado de rosca –él es el primero en admitirlo– con el estudio del instrumento. Es que, en esa época, cada vez que abría la boca todos los focos le apuntaban a él, el compositor de Matador y Mal bicho, entre otros hitazos. Pero en el 2001 llegó “la diáspora cadillac” y entonces, mientras su compadre Vicentico acaparaba la atención, Flavio sacaba a la cancha un par de discos “difíciles”, Viejo, solo y peludo y El marplatense. Pero con LFC desarmados, el hombre comenzó a extrañar una parte crucial de su identidad como artista: el rock.
De ahí su vuelta al ruedo con La Mandinga, ahora rebautizada Mandinga Project, una banda en la que Flavio se planta al frente, y se hace cargo de la voz y la guitarra. Una banda cuyo manager es Alejandro Taranto, que manejaba a los Cadillacs iniciales hasta una separación dolorosa, al punto que quedó la canción El satánico Doctor Cadillac como testimonio. Una banda de la que algunos músicos son fans de LFC, pero ninguno tanto como el señor Cianciarulo: “Los Cadillacs son una influencia muy importante para Mandinga”, asegura. Y eso es más que notorio en la canción 1985, que abre el reciente Sonidero, en la que la voz de Flavio se mezcla con la de Luciano Jr. y por ahí anda el saxo de Sergio Rotman, dos Cadillacs de la primera época que partieron antes del final.
Además, la canción remite al año del título tanto desde el sonido como desde la letra: “Es una evocación directa y explícita a la nostalgia, no hay mucha vuelta que darle”, simplifica su autor. “El chiste era que sonara bien Cadillacs. La humorada es, a los 41, recuperar elementos estéticos dejados de lado, tanto en el sonido como en la estética visual. Y en términos un poquito más profundos, hay un mensaje en el que recupero esa cierta actitud presumida de los Cadillacs, esto dicho en el mejor sentido. La frase es elocuente: ‘A nosotros nos gustaba, a vos no te gustaba, no nos interesaba’. Necesité recuperar ese acto presumido y casi provocativo, porque cuando uno crece, lo pierde. Eso lo tenés a los 19, cuando pensás: ‘Está bien que mi propuesta estética no te guste, porque si a vos te gustara, no estaría bien que lo hiciera’.”
–”Yo no me sentaría a tu mesa”, digamos.
–Exactamente. El chiste también era recuperar para mí esa magia, esa actitud de fuerza, de juventud.
–El final de la canción recupera un manifiesto estético de aquellos Cadillacs: “Quiero morir tocando ska”. Y es como si lo retomaras y dijeras: “Mirá, éste que soy hoy te dice lo mismo, pero quizá no es tan literal”.
–Exactamente, es un símbolo. Morir tocando ska va mucho más allá de eso: es bancársela con la música que a vos te gusta. Cuando uno es joven, es literal. Pero la canción toda es como una simbología, porque hablo de que lidiábamos con prejuicios, con gente que nos subvaluaba. Hoy es chic tocar esa música y está buenísimo que así pase. Hemos abierto camino y eso es lo que más me gusta de toda esta loca aventura.
–¿Estar en contacto con pibes que tienen la influencia de los Cadillacs hizo que redescubrieras ese sonido?
–No creo que sea el único factor determinante, más bien fue por un cúmulo de cosas. Tiene que ver con una búsqueda, con una llegada, con aprender y desaprender, con andar y desandar. Después, hilando más fino, puede haber detalles como el encontrarse con un disco y evocar... No sé, empiezan apegarme los nostalgiazos, pero trato de que sean productivos más allá de ponerse a evocar algo porque sí.
–¿El hecho de que no estén los Cadillacs te hizo extrañarlos más?
–Sin dudas. Más allá de extrañar a los Cadillacs, lo que en un momento empecé a extrañar fue rockear. Como rockeaba con los Cadillacs, me daba el gusto de meterme caprichosamente en otras músicas. Pero cuando el sistema solar Cadillacs se apagó, necesité crear otro para rockear. Porque a mí me gusta rockear. Desde donde yo veo al rock, claro.
–¿Y desde dónde es eso?
–Mi rock es el del mestizaje, el de no tener pruritos con ritmos populares, latinoamericanos; ritmos subvaluados para algunos. La puesta en escena de Mandinga es rockera, fuerte. Ultimamente, mi slogan es: “La música en los pies”. Primero en los pies, después en el cuore y por último al cerebelo.
–¿Llegaste a ponerte demasiado cerebral, demasiado técnico?
–Bueno, correspondió a una necesidad de un momento. No creo haber abandonado nunca el gusto y el placer por la música popular. Soy un cantautor de música popular, y esencialmente de rock. En un momento, sí, necesité conocer un poquito más: algún acorde más, alguna escala... Me vi como muy entusiasmado con eso y, por cierto, me sigue gustando. Tal vez incorporaba eso caprichosamente en los Cadillacs, pero me parece que estaba bueno. Alguno por ahí me decía: “Eh, gordo, pará de hacer solos de bajo”. Pero estaba bueno, qué sé yo. No dudaba de que iba a volver a la música popular, si bien me gustaba estar una temporada en ese infiernito apetitoso, que a veces me quedaba grande. Y sabía que eso que había buscado iba a servirme para la música popular, porque saber un acordecito más nunca molesta. Antes manejaba los colores primarios, que son hermosos, pero después encontré matices.
–¿En qué momento empezaste a sentir que te faltaba el rock?
–Es algo muscular... Creo que no sentí que me faltaba porque nunca me alejé tanto del rock, no es que estuve diez años haciendo música experimental. Era consciente de que se terminaron los Cadillacs, que era mi casa del rock, y me creé mi casita del rock, que es Mandinga Project. Más que volver al rock, lo que hice fue continuar rockeando. Visité algunos lugares interesantes, algunos me quedan grandes y otros no, y fue bueno visitarlos, ¡pero continuemos rockeando!
–En el librito del Sonidero decís que “mandingo” es una voz africana que significa inquieto.
–Bueno, ahí está... Ahora estoy aprendiendo a cantar en la banda y a tocar la guitarra. ¿Estoy verde? Sí. ¡Buenísimo! ¡Qué bueno que tengo tarea para el hogar-escenario por el resto de mi vida!
–¿Te costó pasar a tocar frente a públicos más chicos?
–No sólo no me costó sino que he recuperado aquellas mariposas en la panza. Subir al escenario con los Cadillacs me gustó siempre, hasta el final, pero se había convertido en algo muy cómodo y muy natural. Hay un detalle importante: cambié de lugar. Y eso hace que todo sea completamente distinto. Estoy súper entusiasmado con las pequeñeces que capturo. La Mandinga camina despacito, pero así es como debe ser.
–Por otra parte, eso nunca lo conociste, porque los Cadillacs estallaron enseguida.
–No creas. Es lo que queda, pero somos una banda que viene del underground. No éramos fresas, como dicen los mexicanos, ninguno era primo de un productor o cosas así. Somos parte del underground del ‘84 y del ‘85.
–Pero pegaron enseguida.
–Tuvimos mucha suerte. Los Cadillacs siempre tuvieron estrella: en el primer concierto en Blues había 50 personas y estalló. Y ya se veía en los ojos de la gente... No voy a decir que somos una banda sufrida, perodespués nos caímos y la remamos. A veces me volvía llorando a mi casa. Me acuerdo de que una vez me encontré con un amigo de la secundaria y me dijo: “¿Qué andás haciendo, gordo? Porque los Cadillacs están muertos, ¿no?”. Y nosotros seguíamos unidos, en nuestra sala de ensayo, mientras preparábamos (con sorna) un disquito, El león. Pero sólo nosotros confiábamos en los Cadillacs, todos nos consideraban acabados.
–¿Ves en los ojos de la gente que Mandinga puede generar algo así?
–Veo que tengo una mochila pesada, pero no me molesta llevarla. Hay honrosas excepciones a lo que voy a decir, pero me parece que los proyectos solistas que bajan después de una banda de tantos años... no son mejores que las bandas. Eso debo reconocerlo.
–A ver, mencioná una honrosa excepción a eso.
–No sé, creo que McCartney... No, claro, no es mejor que los Beatles. ¡Mirá que camino persigo! No voy a poder superar a los Cadillacs, pero, bueno, es Mandinga Project, bendito sea que pueda tocar los próximos fines de semana para 300 personas. ¡Qué lindo que vengan 300 personas y nos quieran! Además, el ritmo de vida ahora es muy diferente y lo disfruto. Había perdido ciertos valores que tal vez hoy me humanizan un poco más, porque cuando estás en una banda tan grande, todo es bastante loco. Y ya es como muy común que la gente te diga “qué buenos los Cadillacs”. Mandinga Project es nuevo y no hay tantos que me digan “qué bueno”, pero cuando alguien me lo dice me lo traigo dentro del corazón. Es todo nuevo, pequeño, austero: me gusta. A veces me pongo en burgués y extraño esa cosa de que te llevaran en helicóptero a tocar adentro de un jacuzzi (risas).
–Debe ser difícil no extrañar ese nivel de éxito.
–Es muy loco llevar el éxito, se te pone muy loco, no es cierto cuando alguno dice: “No, yo la piloteo”. Sí, ¡las pelotas! Te pone en una nube de pedos y no importa si te drogás más o menos, no tiene nada que ver. Por eso, con todo lo que me puede resultar tener la billetera más flaca o que ya no me pasen ciertas cosas, es muy bueno, porque los egoísmos y egolatrías que tenemos todos los seres humanos –y que en los músicos están exacerbados– hacen que te distancies y que te aparezcan un montón de miserias sutiles que van creando un sedimento.
–Pero es bastante lógico que el ego se te infle. Después de Matador, ¿no te sentías el más grosso?
–No me daba cuenta... ¡Ahora me doy cuenta! Y pienso: “Uy, qué grosso, me iba al shopping y me compraba lo que quería” (risas). Los Cadillacs estamos desde los 19 años, vivimos desde muy guachines con éxito. Porque es como vos decías, tuvimos éxito rápido: me quise hacer el pulenta, que fuimos underground, pero es cierto que enseguida la pegamos. Pero todo lo que estamos hablando, en realidad, gira alrededor de una cosa: la canción. Y puta si los Cadillacs tienen un repertorio de canciones...
–¿Qué te produce que te griten “sólo te pido que se vuelvan a juntar”?
–No me fastidia ni me molesta en lo más mínimo, me parece muy natural que se haga, pero también le pido a la gente que me sigue que por favor me dé la chance con mi proyecto solista. Lo que hago me gusta mucho y es mi realidad, por eso defiendo mucho mi presente. Ojo, no es llenar un espacio vacío porque no está la gran nave madre: es mi presente, yo provoqué estar donde estoy. Fui uno de los fusibles, aunque no el único, de la diáspora cadillac. Dije: “Me voy a vivir a México”. Bueno, eso ya es algo...
–¿Cómo fue volver a juntarse con los Cadillacs para grabar una canción del tributo a Andrés Calamaro?
–Por separado, me veo siempre con ellos. Con Rotman me veo seguidísimo, somos amigotes. Con Gaby (Vicentico) hablo todo el tiempo, grabé parte de Sonidero en su estudio. En general, está todo bien. Poder juntarse a grabar, vernos cara a cara, dejar en la puerta del estudio cargas mayores o menores de fricciones, pasarla bien, abrazarse, zapar, pasar la canción de Andrés y ver que suena, que hay magia... Es como dice la canción 1985: teníamos la magia. Y pareciera que no la perdimos... Juntarnos fue un placer total. Tenemos unos cimientos construidos que pueden haber estado cargado de todo –vilezas, mezquindades, injusticias–, pero los cimientos están y somos familia. Por otro lado, la realidad de hoy es otra, cada uno está con su proyecto peleándola desde su lugar y su dimensión. Y eso también está buenísimo.
–¿Vos no pensás en la vuelta de los Cadillacs?
–A veces sí, pero hay que tener cuidado con las ilusiones. Con las de la gente y con las propias. Si alguna vez los Cadillacs volvieran, cosa que no sé si pasará, tendría que ser una vuelta copada. Si no, ¿para qué? No quiero ilusionarme, quiero vivir el presente porque soy feliz con él. Si lo otro vuelve, buenísimo.
–Siempre decís que sos fan de los Cadillacs. ¿Y si el retorno dependiera sólo de vos?
–Tendría que estar en ese día y ver. Seguramente allí estaré. Pero no creo que dependa de mí. Por suerte, los Cadillacs son una actividad conjunta. En un momento, se fue fortaleciendo la imagen de que Vicentico y Flavio éramos los Cadillacs...
–¿Era así?
–En un momento llegué a pensarlo. Pero sin Fernando Ricciardi, sin Rotman... Si sólo nos juntáramos Vicentico y yo, no alcanzaría para ser los Cadillacs.
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