NOTA DE TAPA > EL ROCK SE HACE CADA VEZ MAS VIEJO
En un mercado donde la mayoría de los músicos podrían ser los padres de sus seguidores, los “nuevos” parecen expulsados por la falta de apuesta al riesgo de productores y sellos discográficos. Zeta Bosio, Alejandro Sokol, Peko de Charlie 3, Mr. Mon de Nerd Kids, Lolo de Miranda! y Leo De Cecco de A77aque reflexionan sobre el fenómeno.
› Por Julia Gonzalez
“Veámoslo un poco con tus ojos... ¡El futuro ya llegó!”, cantaba el Indio Solari allá por el año ‘88. El futuro había llegado, el menemato todavía no era más que un dato en el horizonte, y las privatizaciones de los servicios estatales eran una promesa falaz. Pero el futuro quedó atrás. Una especie de llanura en el horizonte musical se formó casi sin querer, con años de asistir a shows de las mismas bandas, de ver las grillas en los festivales repetirse. Para muchos, el último recambio generacional se dio en los primeros ‘90 con el por entonces llamado “nuevo rock argentino”, en el que Babasónicos compartía la novedad con Los Brujos y Los Peligrosos Gorriones; El Otro Yo era una revelación, Todos Tus Muertos parecía despegar, Illya Kuryaki era la gran promesa, y la Bersuit, La Renga y Los Piojos ya empezaban a perfilarse como lo que serían después.
Muchos de ellos quedaron fuera del camino, desaparecieron dejando la silla vacía. O se volvieron solistas, o se fusionaron. Otros (ver recuadro) construyeron carreras sólidas y se asentaron como grandes figuras del rock nacional, con capacidad de reinventarse. Como sea, y por lo que sea, a las bandas nuevas surgidas en la pre y post-crisis 2001 les ha costado muchísimo ocupar un lugar central en el escenario rockero. Y cuando lo hicieron (podríamos poner el caso de Arbol), sus integrantes habían pasado la adolescencia hace rato. ¿Por qué? En este informe especial, el NO intenta develar el misterio que ha producido un salto generacional entre los que están arriba y abajo del escenario.
En la industria del rock, las agrupaciones que pertenecen al establishment ocupan un lugar demasiado grande para que entren los “nuevos”. Como sea, ninguna de las grandes discográficas quiso dar su opinión sobre el fenómeno a este suplemento. “Supongo que no quieren arriesgar su dinero”, dice Alejandro Sokol de Las Pelotas. Tampoco respondió un grupo de eternos adolescentes que hasta hace dos años la peleaba desde su barrio en el Oeste. Ver estrellas de rock de 40 cantarles letras infantiles a los pibes de 15 podría tornarse un problema.
La tragedia de Cromañón aportó un grano más en el estancamiento de las bandas chicas durante el 2005, aunque la escena se veía congelada desde hace tiempo. En cualquier agenda publicada ocho años atrás por este suplemento podrían encontrarse varios nombres familiares, o mejor, las mismas bandas que tocan actualmente. Sólo que ahora lo hacen una o dos veces por año, como para no esfumarse completamente del radio musical. En aquel entonces se presentaban más seguido, necesitaban de la prensa para ganar renombre y sus primeros billetes. Pero la costumbre es sinónimo de rutina y más de lo mismo puede terminar fastidiando. Para muchos, el origen de esta meseta de la que el rock no puede emerger y donde las bandas de cuarentones se repiten continuamente es, sobre todo, económico. Porque, ¿para qué invertir en la incertidumbre?
Durante las semanas posteriores a la destitución de Aníbal Ibarra se clausuraron muchos lugares destinados al under, como el clásico ex Arlequines. A su vez, esos lugares cobran caro a las bandas pequeñas (tocar en un sótano sale entre 300 y 1800 pesos), por lo cual las entradas se venden caras, y hay menos público. Por otro lado, tener un productor que los avale con su marca registrada parece vital para los que recién comienzan, pero es difícil que alguno se juegue por los nuevitos. Fundamentalmente: la torta ya está repartida. El rock de los veteranos, los sellos que resguardan sus ventas y los productores que no se juegan parecen guardarla egoísta y celosamente.
“Yo también veo que no aparecen músicos o grupos nuevos”, dice Zeta Bosio, ex Soda Stereo y actual director del sello Alerta Discos, que además se autocontrata como productor. “No soy un analista tan fino, pero puedo percibir que hay una falta de interés en la escena under por parte de los medios más representativos.” También suma la poca creatividad a la hora de evaluar las nuevas propuestas, como supone Sokol: “Falta ese toque de originalidad, algo que sorprenda”. Peko, guitarrista de los independientes Charlie 3 (ex Charlie Brown y que anteriormente fueron producidos por Zeta), apunta que es un problema que lo padecen las bandas chicas, ya que en este negocio se busca un número puesto. Es una cuestión matemática que debe rentarle a la discográfica o al productor, porque si el saldo es positivo y los números cierran, seguramente le interesará al sello discográfico. Pero hay poco lugar para desarrollar artísticamente una banda que “cambie cabezas, ya que existe el rock rolinga con el que pueden lucrar. A mí me encantaría que se empiece a escuchar música que esté influida por otras músicas. Me parece que acá se dejan llevar por lo que tienen más fácil para consumir”, dice Peko.
Acaso Nerd Kids es una de las pocas bandas que no tuvo que esperar a cumplir 30 para llegar más lejos. Su cantante, Mr. Mon, dice que siempre hay cosas nuevas, pero que la actitud no tendría que ser la de “que se bajen los que están arriba”, sino que podrían convivir los veteranos con la avant garde del rock. “Lo que pasa es que el público todavía está interesado en la historia de las bandas. Creo que es un fenómeno más que nada social y cultural donde la gente consume la trayectoria”, dice.
Las discográficas son cuestionadas porque, como dice Zeta, no piensan en trabajar los discos. Pero también hace hincapié en que los medios les dan la espalda a las bandas nuevas o del under. Esa música no cumple su ciclo si no tiene un receptor. A mediados de los ‘80 había poquísimos sellos independientes, y los directores de las compañías iban a ver los shows de los suburbios buscando talentos jóvenes. Las mismas bandas esperan un recambio, ya que el target del rock anda entre los 20 a 40 años, un público que –por cierto– es apto para consumir. Tal vez habría que buscar en los ritmos no tan masivos –como el hip hop, el ska o el hardcore–, los estilos que atraen a los más jóvenes.
Ejemplos tenemos de sobra como para creer que es necesario un productor catapultador de famas. El caso del laureado Gustavo Santaolalla puede ser el más significativo porque hay pruebas de que todo lo que toca lo convierte en oro. Como pasó en el ‘98 con Libertinaje de la Bersuit o Jardín frenético que Arbol grabó en el ‘97. Ya es imposible pensar en un recital en el pasto de Parque Centenario, donde el que había conseguido el disco acompañaba con su voz “sola y loca”, entre matorrales de envases de plástico que habían tenido cerveza. Hoy, los productores no apuntan hacia las bandas nuevas o provenientes del under, que no tienen que ser necesariamente jóvenes. Mr. Mon va al quid de la cuestión: “Primero y principal les tiene que redituar. Ya hay un sector de consumidores, ¿por qué vas a hacer un experimento si no sabés si va a vender?”. Lolo, de Miranda!, responde que simplemente “apuestan a lo seguro”. Los productores de alguna manera ayudan a las bandas, porque “además de su trabajo en la grabación del disco, les prestan su cara y su nombre, les dan un aval”. La modernidad está en el futuro, que a su vez está en el under.
Si bien la música no tiene edad, el rock sobre las tablas se hizo grande, pero su público se fue renovando. Las bandas masivas pasan los 40 de promedio y cada vez más chicos los siguen. Leo De Cecco, baterista de A77aque, intenta desentrañar el porqué: “El público no nota la diferencia de edad, los músicos tal vez sí. Creo que los pibes ven en las letras un referente, porque al no acercarse a la lectura, se identifican con lo que dicen las canciones. Al reemplazar a los libros, las canciones aportan su grano de arena para hacer pensar a los pibes”. Dice que propuestas diferentes hay, la cuestión es que el público también se sigue acercando a los veteranos. Para Peko no es tan determinante el tema de la edad, porque pueden pasar muchos años para que un artista llegue a imponer su música, “fuera de lo que es el rock rolinga, que es lo fijo, está lo que le pasó a Arbol. Tenés que tocar y además trabajar. En algún momento, si tenés suerte, la gente te empieza a valorar y a entender la música que hacés.Tal vez cuando te agarró el éxito ya tenés 30, seguro”, dice. Sin embargo, hay quienes defenestran al tipo grande que tiene experiencia y años de escenario, alegando que le quiere vender un producto al pibe de 20.
Para lograr la masividad soñada y entrar en el mercado del rock “sólo hace falta tocar donde se pueda y mostrarse con sus ropas”, cree Lolo. Además, hacer un demo y seguir tocando. Aunque suene simplista, Miranda! surgió antes de Cromañón, cuando nadie se fijaba si los lugares under estaban en condiciones para los shows. “Me parece que hay que tocar, arriesgarse un poco sin pensar en lo grossos que pueden llegar a ser el día de mañana -dice Sokol y aclara–. Mataría que sea diferente, que no tengan que pasar quince años para que una banda trascienda.” O como dice el guitarrista de Charlie 3: “Ahora quedó todo sectorizado en un nivel mainstream. Sería como entrar a un monopolio donde los grupos chicos tienen cada vez menos posibilidades de crecer”.
Según Zeta no hay una receta para que una banda que recién comienza logre repercusión, pero sí es necesario paciencia y mucho trabajo. Lo ideal es buscarles solución a los problemas con ingenio, actitud y organización. Algunos músicos proponen romper con la coherencia y volverse incorrectos. “De eso se trata la cultura del rock”, dicen casi al unísono. Cuando una tradición se vuelve costumbre, hay que dar vuelta la pirámide e innovar. Resignarse a las repeticiones es tan cómodo como irritante y, paradójicamente, algunos seguimos en la meseta esperando que otra nueva ola nos arrastre para ser parte del mar.
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