RESISTENCIA SUBURBANA SE EXPANDE EN EL GRAN BUENOS AIRES
No todo el reggae invoca a Selassie y la diáspora negra. Aquí, una banda que encontró en el género una manera de hablarle al barrio... y el barrio acompaña. Están por editar Cosas que nadie oía.
› Por Cristian Vitale
Luis, Cristo y Fabián caminan por Belgrano. Durante los 90 metros que existen entre el lugar de encuentro, y el lugar de “charla” con el NO, nadie los registra. Apenas algún adolescente se detiene de reojo en los dreadlocks de Luis, rastaman de suburbio, que parece un obrero de taller mecánico que se dejó enredar el pelo para quien sabe qué. En el bar, mientras el mozo menea cervezas a granel, tampoco llaman la atención. A no ser por el nivel de alcohol en sangre, que se nota. Sobre todo en Cristo. Son como seres anónimos, callejeros, comunes y silvestres... gente de la vida. Pero cuando congelan el momento que vivieron durante su tercera gira por Costa Rica, sobrevuela la imagen de Los Beatles llegando a Nueva York en 1964 (¿?). “Nos encontramos con 10 mil pibitos que sabían todas nuestras letras mejor que yo”, dispara Luis, cantante de Resistencia Suburbana, y no es el efecto cervezal. “Nos convocaron de 7 mil medios... estuvimos en programas de cocina, astrología. Y le firmamos autógrafos hasta al que te revisa la valija en el aeropuerto de San José”, evoca Fabián, guitarrista, y contrasta. “Volvemos y en Ezeiza nos cagan a trompadas. No nos juna nadie (risas). Es más, volvimos y nos paró la policía. ‘¿Nadie nos dijo nada en Perú y Costa Rica y vos me venís a parar acá, en la Richieri? Dejate de joder’.”
La paradoja es fuerte. Resistencia Suburbana –a punto de editar el disco Cosas que nadie oía, que incluye ¡dos temas cantados en francés!– es seguramente la banda de reggae argentina menos comprometida con Selassie, Kingston, la diáspora negra, la estética afro y toda la mar en coche que conlleva el género. No provienen de la clase media o media alta como muchos de sus congéneres. Tampoco posan, ni curten necesariamente espacios comunes con el resto de las bandas –se negaron al Oye Reggae por desavenencias con la organización y por no querer “cerrarse”– y, lo que es más notorio, utilizan al género fundamentalmente como sostén musical de historias que ocurren en los suburbios de Buenos Aires y no en Angola.
El suburbio
“Pocas bandas reggae logran captar la atención de la gente suburbana. Nosotros sí. Relatamos historias que suceden en los guetos, pero no somos el reggae villero, eh. Apenas cantamos historias sin metáforas, para gente a la que le importa un carajo quién es Selassie”, lanza Luis, convencido, a contramano del rastafarismo militante y positivo. Su particular lectura del género –que, pese a todo, es devota de Marley, Isacs y Tosh– radica en crónicas locales, originadas en el cordón industrial de Buenos Aires o en los márgenes de Capital. Incluso, los siete viven repartidos por San Martín, Ciudad Oculta, San Fernando, Lugano, Gerli o San Miguel –”Nos podríamos llamar Camino de Cintura”, ironiza Fabián– y su público (800 personas promedio) suele cruzar las fronteras desde Ituzaingó, Tristán Suárez o Laferrère para verlos. “Marley hablaba de lo que le sucedía en Kingston. Acá hay tanta opresión, que merece que hablemos de esto. Los africanos saben mucho más lo que les pasa como para ‘precisarnos’ a nosotros. Si hablás de los negros y los esclavos, contás un cuento soft. Por eso, soy como una antena que capta mi calle”, sostiene Luis.
El origen de la banda está en los primeros ‘90. Luis, inquieto muchacho de Billinghurst –un gueto de San Martín, como lo llama él–, un día pegó el estudio de un amigo y grabó tres temas, entre ellos uno que se transformó en himno de esquina: Tuve que matar a un policía. “La historia se desparramó como pólvora –evoca–. Lo pasaban en todos los boliches de San Martín, ¡y todo el mundo quería matar un policía! Aunque no era el contenido de la canción.” El otro caballo de batalla de los principios fue Discriminación. Con ambos –y algunos bonus– tiraron sus primeros 500 discos, pero una trifulca con el financista, también integrante de la banda, los obligó a reeditar el material después, como Cuentas pendientes.
La resistencia
Con el devenir, mutaron integrantes, lograron más canciones comprometidas: Explotación obrera, Cuidado, Sensemina (“A nadie hago daño al fumarsensemina / es natural y no contamina / calma el dolor del enfermo de sida / cura el asma y el cáncer alivia”) y editaron dos discos más: Resistencia + iva y La unión verdadera. “Elegimos lo contestatario y lo testimonial porque es lo que vemos todos los días. Pero no nos sentimos atados a hablar siempre de algo combativo. La esencia es cruda, fuerte, triste, pero hablamos de cosas hermosas también. No vamos atrás de las tendencias. Ahora que la moda es hacer letras combativas, nosotros empezamos a ir para otro lado”, relata el cantante.
Cristo, ex fan que se integró a las teclas hace siete años, agrega su bocado: “Nuestras letras descargan furia contra lo que oprime a los jóvenes. Música poderosa, que no necesariamente tiene que sonar fuerte sino transmitir poder desde los acordes. Marley puede ser más pesado que Iron Maiden”. La posición heterodoxa nace de dispares influencias. Fabián, ex militante de la JP hasta el “traidor” menemato, marca las suyas. Y Marley aparece como una más entre Vox Dei, el primer Spinetta, Deep Purple y todo el rock nacional pre ‘80. “Lo experimental de mezclar tango con hardcore, cumbia o punk me parece de laboratorio. Falta la comunión de tocar juntos. ¿Qué es eso de tener tiempo para corregir errores o de que el bajista grabe primero que el guitarrista? La música de hoy carece de vida. Ninguno te pone la piel de gallina como Led Zeppelin, aunque cualquiera pueda tocar igual que Jimmy Page. Los discos suenan muy FM.” Y agrega Luis: “Cuando tenga plata voy a producir un disco tributo a Larralde. Temas del barba hechos reggae”.
Los tres discos que editaron hasta ahora, el que vendrá, las giras “Vení a mi gueto” y la vida del grupo se explican con una palabra clave: autogestión. Dice Luis: “La vivo de una manera natural. Yo tengo dueño en todo... en el estudio, en el trabajo, hasta en mi casa. En lo único que no tengo dueño es en la música, que me hace libre. Cualquier dificultad que pinte hay que pasarla por arriba y listo. No requiere un gran esfuerzo”. “Nunca fuimos a golpear puertas en discográficas –refuerza Fabián–. Ellos te dicen: ‘Por cada disco te doy un peso’, y nosotros ganamos cinco. Hay bandas que trajimos a tocar a Capital como teloneras y hoy llevan más público que nosotros, pero es el precio que hay que pagar. Ser independiente es llenar lugares y terminar a las cuatro de la mañana tomando el colectivo hasta Chacarita para después subirte al tren.”
–Habrá sido difícil para ustedes el post-Cromañón...
Fabián: –Nos mató el cierre de Cemento. Era el lugar con mejores condiciones para tocar... Es más, fue el lugar que cambió la cultura de rock en la Argentina.
Luis: –Chabán le pegó un agite terrible a la banda. Le tenía mucha fe y siempre nos rompía las pelotas para tocar, más que nosotros queríamos.
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