Jueves, 11 de mayo de 2006 | Hoy
EL ROCK NORDICO INVADE EL MUNDO
Los países de Europa del Norte son una cubetera de sonidos fascinantes (a veces) que recorren desde el black metal noruego al punk sueco, la electrónica danesa, el rock finlandés y el eclecticismo islandés. Gracias a la globalización (y a los propios nórdicos, claro), los rocanroles provenientes de esos países donde “nunca pasa nada” no dejan de expandirse, demostrando que se puede ser caliente estando debajo del cero.
King Diamond, un estandarte del mainstream danés junto a los oscurísimos Mercyful Fate, dice que para entender el perfil de la música de su país uno debía poseer “discos de jazz, mentalidad electrónica y actitud rockera”. Y no estaba tan equivocado. Cómo ha sucedido en muchas ocasiones, The Beatles y otras bandas británicas (The Kinks, The Who, The Faces) fueron disparadores para los dinamarqueses, ante una escena ávida de figuras propias. Recién en 1967, el grupo Steppeulvene comenzó a escribir canciones en su idioma. Durante los años venideros, otras formaciones más jazzeras asomaron la cabeza, como los Savage Rose y Burnin’ Red Ivanhoe. El punk y la new wave de los ‘70 tuvo sus representantes en Kliché y Ballet Mecanique, aunque de esta corriente sólo Sort Sol consiguió emerger sólidamente en la escena nórdica. La ciudad de Århus –una de las cuatro principales– fue cuna de artistas como TV-2, el dúo Pretty Maids y los poperos Michael Learns To Rock, que causaron furor durante la década pasada en... ¡Asia! Los ‘90 encontraron a la escena danesa en plena expansión –sin olvidar al pastiche pop infanto-juvenil de Aqua, que vendió 28 millones de discos en el mundo– y recibiendo los embates de la música electrónica, que arrasó los clubes europeos gracias a DJs como Soul Shock y Cutfather.
El estancamiento creativo del último lustro sólo permitió que algunos artistas pudieran despegar, como los rappers Outlandish (con una interesante fusión árabe y latina), los solistas Randi Laubek y Tina Dickow, el trío power-pop Carpark North y los sorprendentes Saybia, tal vez la banda danesa más exitosa actual, cuyas canciones le deben un par de réditos a Radiohead y a Coldplay. “La valoración artística que tengamos de nosotros es lo único que nos puede diferenciar del resto de los ingleses, ya que para la crítica es más fácil mirar a Manchester que a Dinamarca”, reflexiona el cantante Soren Huss. The Second you Sleep, debut del quinteto, fue primero en ventas, algo que no había sucedido con una banda de rock en Dinamarca. A pesar de la concentración discográfica, pequeños sellos como Bad Afro Records y Crunchy Frog Records apadrinan nuevos talentos como The Raveonettes y Junior Senior. Entre el 29 de junio y el 2 de julio se realizará el Festival de Roskilde –uno de los más prestigiosos del mundo–, donde ya están confirmadas las presencias de Morrissey, The Streets, Sigur Rós, Deftones, Guns N’Roses y Bob Dylan.
Su panorama musical es tan irregular como su geografía. A diferencia de sus vecinos, el rock siempre estuvo delante de la electrónica. En la génesis del rock finés, está indudablemente Hanoi Rocks. “Siempre quisimos irnos a otro lugar, porque sentíamos que en nuestra tierra no podíamos hacer nada. Encima, cada vez que salíamos de gira y parábamos a cargar el micro vestidos como ‘drag queens’, nos querían cagar a trompadas.” Lo dice Michael Monroe, la estrella de rock más provocativa de ese país que supo facturar potentes himnos generacionales, con una actitud glamorosa y una puesta arrolladora, a la cabeza de los revulsivos Hanoi. Algo fácilmente comprobable en Bangkok Shoks Saigon Shakes Hanoi Rocks, su debut, que conquistó el hardcore mundial gracias a un explosivo cóctel de sonidos.
Aunque su influencia llegó hasta grupos norteamericanos como Guns N’Roses, Skid Row y Poison, ningún otro finés pudo tomar la posta del rock más ortodoxo. Stratovarius es otro caso paradigmático de vigencia. Conveinticuatro años de carrera y una quincena de discos, estos veteranos del metal progresivo hallan su mayor audiencia en Japón. Pero uno de los responsables de que el rock finés se hiciera famoso es H.I.M. Formados en 1995, los His Infernal Majesty supieron calzarse las pilchas del mejor gothic-rock de los desaparecidos Sisters of Mercy, teniendo como carta de presentación el carisma escénico de su cantante Ville Hermanni Valo, quien canta en inglés. “Los finlandeses amamos hacer canciones tristes porque eso nos hace felices, y yo prefiero hacerlo con palabras como ‘baby’ que suenan mejor”, dice Valo.
Debutaron en 1996 con el EP 666 Ways to Love, logrando una escasa repercusión en Escandinavia. Continuando con la línea satánica (aunque lejos del salvajismo noruego) editaron Greatest Love Songs, Vol. 666, consolidando su reputación de “grupo de culto”, y alcanzaron su pico en el 2003 con Love Metal, donde sus detractores los acusaran de “metaleros románticos”. Entre los foros de discusión sobre rock finés se encuentra una inesperada rivalidad entre los fans de H.I.M. y The Rasmus, la nueva sensación del norte. Aunque con seis discos publicados desde 1997, el cuarteto de Lauri Ylönen recién pudo conquistar los mercados internacionales con el hit In the Shadows, del álbum Dead Letters del 2003. Como sea, los esfuerzos para ser un rock star en Finlandia no llevan tanto tiempo, por eso Peep, su primer trabajo discográfico, fue rápidamente disco de oro en su tierra natal y los convirtió en jóvenes estrellas a los dieciséis años. Los argentinos tuvimos la chance de escuchar su pop de dientes apretados hace un mes, cuando presentaron aquí Hide from the Sun.
Hoy, The Rasmus no regresa a casa muy seguido. Dice Lauri: “Extraño el calor de nuestros fans. Sólo estando lejos uno empieza a respetar más a su país. Los finlandeses somos gente muy honesta y muy ruda al mismo tiempo, decimos lo que pensamos. Eso nos ayuda cuando estamos fuera del hogar”. Pero el grupo que más trascendencia logró a nivel mundial es Nightwish. Procedentes de Kitee, el proyecto de Tuomas Holopainen y la cantante Tarja Turunen mixó la ópera con el heavy metal, añadiendo textos de cierto perfil mitológico. Su segunda placa –Oceanborn, de 1998– los puso en boca de todos y el éxito cosechado los obligaría a realizar giras mundiales, incluyendo Buenos Aires. Pero... por problemas internos, Tarja dejó Nightwish en diciembre del 2005 en un escándalo que se potenció a través de la publicación de durísimas cartas en la web, donde sus ex compañeros la acusan de “desestimar a los fans, ser codiciosa y romper promesas”.
A mitad de la década pasada, la escena noruega comenzó a proyectar artistas que llevaban años tocando en sótanos gélidos y discos abarrotadas de jóvenes excitados. Muchos críticos señalan que la incidencia de Biosphere (Geir Jensen) fue fundamental para la electrónica moderna. “El estar acostumbrado a vivir con pocas horas de sol termina incidiendo de alguna forma u otra en los nórdicos. Tu concepción de las cosas varía y te sentís diferente... casi postergado, hasta que tu agente te dice que tenés un show en California y empezás a creer que alguien más que vos piensa que tu música no tiene banderas”, manifiesta Jensen, quien con su anterior proyecto Bleep viajó al círculo ártico en busca de inspiración.
En cada ciudad no falta un pub donde se toque en vivo, algo que tiene dos explicaciones: los noruegos aman los conciertos y las autoridades consideran importante expandir las actividades. El circuito musical es una paleta ecléctica de sonidos, aunque la electrónica, el dance y el drum & bass son las puntas de un movimiento perfeccionista. En diferentes rincones, Thomas Dybdahl, Madrugada, Jim Stärk, National Bank, Sissel, Xploding Plastix y Sondre Lerche son exponentes de una movida que acapara a los jóvenes noruegos. Aunque salir de los fiordos y acercarse a Londres no es fácil. Lerche, joven y exquisito songwriter, reflexiona: “Aquí podés ser reconocido; pero si querés ser grande, te tenés que ir”.
Sólo unos pocos han ganado un reconocimiento más allá de Oslo, como los hardrockers de Gluecifer y Turbonegro, sexteto con guiños al hard rock y el glam rock de los ‘70 que debutó en 1992 y lleva siete discos editados. Casi contemporáneos, los Theatre of Tragedy, integrantes de la famosa escena de black metal criolla (ver recuadro “Duro metal”), también giran combinando texturas góticas con extensos pasajes épicos, producto de la lírica de sus vocalistas Raymond Rohonyi y Liv Kristine Espenaes, quien afirma: “A veces, la crítica se confunde al tratar a los artistas nórdicos como excéntricos. Después, cuando tu música se vende en todo el mundo, perdemos el interés que habíamos ganado sólo por hablar en otro idioma”.
En otro plano, Röyksopp, el dúo integrado por Torbjorn Brundtland y Svein Berge, invita a subirse a su fino downbeat electrónico que los dispara como una gran atracción escandinava. “Si bien existen rasgos comunes, no todos somos iguales. Los del sur y el este son más aburridos, supongo que por el clima. Pero es fácil distinguir a los nórdicos: los suecos son más oscuros que nosotros, los daneses son más simpáticos. Pero los finlandeses son los mejores: sólo quieren vivir de fiesta y a los veinte años ya son alcohólicos”, bromea Berge.
Debutaron en el 2001 con Melody A.M., mientras que en sus tiempos libres se dedicaban a remixar a artistas como Beck. El año pasado vio la luz The Understanding, su segunda producción. Otro dúo –junto a los Slowpho– quepudo cruzar las heladas aguas del norte y aterrizar en Inglaterra es Kings of Convenience, quienes profesan un amor incondicional por las piezas semi acústicas estilo Simon & Garfunkel. Aquellos paladares exquisitos en busca de nuevos sabores pueden pegarle una escucha a Riot on an Empty Street (2004). Pero esto no es todo: A-ha amenaza con reunirse.
Punk rock, psicodelia, pop lavado y metal extremo fueron siempre motivo de atención hacia los suecos en la cultura de masas. Los medios de ese país comparan al rock con las exportaciones de, por ejemplo, coches y armas. De acuerdo con números actuales, Suecia es la tercera nación en exportación de productos musicales (después de EE.UU. y Gran Bretaña). Hasta el Ministerio de Comercio ha instaurado un galardón especial entregado por primera vez en 1997 a The Cardigans por haber vendido 4 millones de discos. “Es muy saludable que alguien reconozca tu labor artística a través de un premio, aunque nuestros gobernantes creen que somos una especie de paquete turístico que hace canciones”, se queja la bella Nina Persson, voz cantante del quinteto natural de Jönköping.
Para ser honestos, la fiebre exportadora había comenzado con ABBA. Sólo los heavy edulcorados Europe pudieron repetir en 1986 ser número uno en Inglaterra. Cuando el punk se hizo más fuerte en los ‘70, muchos suecos pelaron sus crestas rubias, destacándose el poderoso trío Ebba Grön y los revulsivos Imperiet, que mutarían hacia lo industrial. Los ‘90 no modificaron su gusto por las melodías ligeras (Roxette, Army of Lovers yAce of Base, que parieron con The Sign el disco debut más vendido de su historia con 21 millones de copias). Y ese mismo tsunami de frescura dejó artistas de diferentes raleas como Robyn, Kent, Bob Hund, Dr Alban, Stakka Bo, Dungen, Eagle-Eye Cherry y Grass Show, entre otros.
En la actualidad, sólo dos grupos ya no dependen de su tierra natal: The Hives y The Soundtrack of Our Lives. Con once años de carrera, los Hives, de Fagersta, son un éxito universal por su relectura del rock de garage de los ‘60 y salieron a pelearles el liderazgo del retro rock a White Stripes y The Strokes. Inspirados en The Stooges, The Clash y The Nomads -exponente seminal del mejor hard sueco de los ‘80–, The Hives abrió su paleta de colores con Tyrannosaurus Hives. Según su cantante Pelle Almqvist, todo tiene una explicación: “Los suecos generalmente no tenemos nada para cambiar porque todo funciona bien; el gobierno, las instituciones y los servicios. Entonces tocamos rock para molestar un poco, sin importar el lenguaje que se utilice. Y ahí está la clave: entender que el rock es universal... aunque en invierno preferiríamos estar en las Bahamas”.
The Soundtrack of Our Lives nació de las cenizas de Union Carbide Productions, quizá la más importante banda de culto nacional: el sexteto del voluminoso vocalista Ebbot Lundberg apuesta a la psicodelia al estilo Captain Beefheart, con alta dosis rockera. “Escandinavia se encuentra en ebullición, porque hay muchas bandas interesantes. No sé que representaremos, pero ser parte nos enorgullece”, explica Ebbot. Con cuatro discos y uno en camino, los TSOOL saben qué es ser vikingo en este negocio. Dice Lundberg: “Ser sueco significa que tu progreso será lento”.
Además, Suecia es cuna de grandes bandas de metal extremo. Sin llegar al límite de las cruces invertidas de los de Mayhem; Bathory, Clawfinger, Dark Funeral, Entombed, The Haunted y At the Gates son referentes de una escena que lleva años sin perder vigencia. Peter Dolving, de The Haunted, asegura que el rock “está de moda porque todos se dieron cuenta de que los grupos de aquí apuestan a la innovación”. Con menos decibeles, el hardcore también habla a través de Millencolin (hace poco pasaron por Buenos Aires y casi nadie se enteró) y The Hellacopters. Ambas bandas, así como la gloria de las seis cuerdas Yngwie Malmsteen, saltaron a la luz luego de participar del Festival de Hultsfred, que lleva veintiséis ediciones.
“Pensé que podía organizar la libertad. Qué escandinava de mí.” En esta línea de Hunter, Björk definió en pocas palabras el sentido de identidad de los islandeses, no muy lejos de su patrón musical. Porque, así como las leyendas de vikingos, el pasado de Islandia está hecho de luchas y colonizaciones. Esta joven nación obtuvo su estatuto de autonomía recién en 1874 (luego de estar dominada por noruegos) y se independizó de Dinamarca en 1944. Y tal vez esa mezcla de culturas fomentó un concepto sonoro tan ecléctico como cambiante.
President Bongo, del colectivo electrónico vanguardista Gus Gus, lo define así: “La diferencia de nuestra música radica en que no sólo hemos recibido influencias de Inglaterra y Norteamérica sino también de nuestros vecinos, lo que ha generado una búsqueda artística y experimental única”. Pero si bien Björk es el icono indiscutido, cualquier islandés señalará a Megas como la estrella por excelencia; un admirador de Elvis Presley, que abrazó al rock ortodoxo en 1956, aunque sólo tocaba para unos pocos amigos de los círculos izquierdistas. Gracias a un grupo de admiradores que financiaron su debut en los ‘70, Megas editó sus primeras piezas, acompañadas de textos que remitían, generalmente, a sátiras diabólicas. Esto levantó una gran polémica y el álbum fue prohibido, convirtiéndolo en un artista de culto. Su impronta rockera lo llevó a participar en 1985 de K.U.K.L., unade las bandas seminales de Björk, y luego desarrolló una errática carrera artística.
Los ‘80 supusieron una metamorfosis y con ella aparecieron vanguardistas como The Sugarcubes. Algunos de sus componentes, como Einar Benediktsson y Sigtryggur Baldursson, participaron de nuevas experiencias hardcore como Grindverk, Unun y Minus. “No resulta difícil aportar algo nuevo a nuestro rock, porque la mayoría no son más que estúpidos imitadores de Nirvana”, se queja Einar, hoy solista. “Los islandeses siempre han tomado influencias foráneas y las han mezclado con rimas antiguas, pop y hasta corrientes avant-garde, y eso nos hace interesantes”, asegura Gunnar örn Tynes, miembro de Múm, una especie de sound system esquimal de electrónica experimental. Este cuarteto facturó uno de los mejores debuts del último lustro: Yesterday Was Dramatic - Today Is OK, reinventando la música de los clubes con una profunda mirada arty, emparentada con el post-rock de Chicago.
Pero Björk no fue el único producto femenino de exportación. Emiliana Torrini es dueña de una luminosa voz que le ha permitido editar dos bellísimos discos de trip pop, y colaborar con Thievery Corporation y con Kylie Minogue. En febrero pasado, Torrini arrasó en los Icelandic Music Awards con los premios de mejor cantante, video y disco por Fisherman’s Woman, donde se acercó al formato acústico, según dicen, para evitar las insidiosas comparaciones con Björk. De todos modos, la extraña sensación del momento es Sigur Rós. Nacidos en Reikjavik, estos guerrilleros emocionales se lanzaron al mercado en 1997 con Von, para continuar con una colección extrasensorial que alcanzó el clímax con Ägaetis Byrjun, de 1999. Editaron tres años más tarde un álbum cuyo título fue un paréntesis que contenía canciones sin nombre (), interpretadas en un lenguaje fonético llamado “vonlenska”, creado por el cantante Jón Pór Birgisson. ¿El motivo? “El oyente debe interpretar su propio significado, cuyas letras puede escribir en las páginas blancas que trae el libro interno del disco.” Sigur Rós ha vendido 2 millones de placas y, gracias a vaya a saber quién, su reciente trabajo Takk fue publicado aquí. “No creo que los músicos nórdicos tengan un rasgo común que los identifique, aunque sí pienso que sobrevive en nosotros una mirada mucho más cínica y escéptica, que es la resultante de vivir tapados de nieve la mayor parte del tiempo”, sentencia el bajista Georg Hola. Los curiosos pueden deleitarse con el rockumental Screaming Masterpiece, que captura todo lo ocurrido en la fértil escena islandesa.
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