Jue 01.06.2006
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REVELACION: LAS PASTILLAS DEL ABUELO CRECE VERTIGINOSAMENTE

“Lamentablemente venimos con suerte”

En menos de seis meses su público se cuadruplicó y siguen apareciendo fanáticos, sin salir en la radio ni editar con un gran sello. Le agradecen a la piratería la difusión de su disco debut. llamado Por colectora, y apuestan al perfil bajo para crecer.

› Por MARIO YANNOULAS

Es posible que los tengas de nombre. Paseabas por la ciudad y los viste escrachados en un graffiti, o alguien te contó de un hit que no suena en las radios. Tal vez sepas que en menos de seis meses su público porteño se multiplicó por cuatro a puro latido y boca a boca. Que cada vez más almas se acercan a una fiesta que no todos conocen, pero que se palpa, está ahí, a la vuelta de tu casa. Parece que esta república pastillera reclamaba la receta que propone aquel pululante rumor suburbano. Surgió así una historia tan simple como particular y tan paradigmática como inimitable. Esa es la historia de Las Pastillas del Abuelo.

¿Qué pasa con estos chicos que hace poco eran sólo una pintada más en la pared? Ni ellos mismos lo saben; se acostumbraron a no comprender el fenómeno que generaron. A fines del año pasado, cuando ya tocaban para cuatrocientas personas, sacaron su disco debut Por colectora, lanzado por el sello independiente 007 Records. Luego de suspender una fecha en Capital por haber concurrido más público del esperado, chapearon en el escenario principal del Gesell Rock, y de retorno programaron una fecha para fines de marzo en El Teatro de Colegiales con la idea de que la gente “entrara cómoda”. Esa función se agotó días antes y debieron agregar otra para el domingo siguiente, que –¡sorpresa!– también se llenó: juntaron a casi 3 mil personas en dos veladas.

Es lunes a la medianoche y el NO charla con Las Pastillas durante el epílogo de un ensayo. Juan “Pity” Fernández (cantante y ocasional anfitrión), los guitarristas Diego “Bochi” Bozzalla y Fernando Vecchio, y Juan Comas (batería) están sentados en ronda con una guitarra criolla que de todos se hace amiga. Ahora sí desnudan su presente con los ojos bien abiertos, narcotizados de sorpresa. “Pensábamos meter mil personas en El Teatro y perder plata, pero un día nos dijeron que se vendía muy bien, otro que las entradas estaban agotadas, y otro que agregábamos función”, cuenta Fernando, y Pity lo sigue: “Veníamos tocando para cuatrocientas personas, quisimos presentar el disco ante quinientas y tuvimos que suspender por las doscientas que quedaron afuera. Desde ese momento viene cada vez más gente, todo se da muy rápido”, explica.

Una parte sustancial de la receta es un preparado de zapping estilístico y mambos de barrio. “El rock argentino evolucionó, los temas ya no son todos iguales. Podemos ir del reggae al candombe y no somos los únicos, formamos parte de una movida que se está generando y que arrastra un público propio”, opina Fernando. Pero Bochi sugiere al pasar la otra gran clave: “La gente tomó algo que nadie le impuso, nuestra difusión se dio mayoritariamente por Internet”, dice. Sí, la web también se ganó un protagónico en esta historia, y ellos lo saben. El tema más conocido de la formación que completan Alejandro Mondelo en teclados, Santiago Bogisich en bajo y Joel Barbeito en saxo, es El Sensei, una especie de chacarera fumanchera que devino en hit cibernético y que no está incluida en el disco (ver recuadro).

Para completar esta difusión modelo siglo XXI, le atribuyen a su webmaster una buena parte del éxito. “Charly es fotógrafo, tenía una página con fotos de paredes. Un flaco que nos seguía vio una con una pintada nuestra, lo contactó por mail y le dijo que nos conocía”, cuenta Fernando. El los fue a ver, les contó la historia, hubo amor a primera vista y decidió regalarles un link en su sitio. Cuando la web pastillera se independizó, subió algunos mp3 que le valieron al grupo varios seguidores. “Es un amor, es el alma de la página y de Las Pastillas”, coinciden.

Amparados por un sello independiente, propulsados por la descarga de temas y la copia de discos junto al trabajo noctámbulo del engrudo y el escrache, al sacrificio, la gestión de Las Pastillas indica un camino recurrente dentro del circuito under porteño, aunque no siempre tan efectivo. “No podemos renegar de la piratería, la gente no tiene platapara comprar originales”, dispara Juan. Bochi explica que necesitaban cerrar una etapa y plasmar tanto trabajo en un soporte físico. “Que se distribuya y la gente lo escuche, no importa cómo”, dice.

–Van rumbo a la profesionalización. ¿Qué van a decir cuando la música sea su único trabajo?

Fernando: –Con los discos no se gana plata. Las cuentas de las grandes compañías están hechas para tipos como Elton John, que vende millones de discos. Pero vos, que sos un chichipío en el culo del mundo, ¿cuántos discos podés vender? Aunque no dé rédito directo, la piratería nos beneficia porque funciona como una cadena de distribución más. Igual, no hay que pensar que sólo perjudica a los grandes magnates de la industria sino también a los tipos que fabrican los discos, el personal de las discográficas, los asalariados. Es un tema complicado.

Pity: –Hoy cualquier difusión nos sirve, pero si mañana les tenemos que dar de comer a nuestros hijos, defenderemos lo que nos corresponda, aunque se comenta que el negocio de las bandas no está en los discos sino en los shows.

Fernando: –Ojo que ahora tocar es muy caro. No sé cuándo se podrá empezar a vivir de esto, calculo que depende del perfil de la banda, por ahí Miranda! cobra fenómeno de las mochilas de los pibes, y está perfecto porque es lo que buscaron. Pero a nosotros no nos interesa “la taza de Las Pastillas del Abuelo”. Igualmente, en cierto modo la banda nos rinde porque algunos damos clases y la mayoría de los alumnos vienen de ahí.

Ellos padecen junto a sus colegas la opresión de un circuito estrangulado. Antes de Cromañón, ponían las reglas de su propia fiesta. “Tocábamos hasta las cuatro de la mañana, elegíamos la música, vendíamos la cerveza nosotros, juntábamos plata y nos equipábamos. En esa época la podíamos hacer más o menos por afuera, y sin que la gente corriera peligro”, recuerda Fernando con nostalgia. Pero desde aquel 30 de diciembre de 2004, la cosa cambió. Un torbellino de clausuras azotó a la Ciudad de Buenos Aires y los pocos locales sobrevivientes hicieron valer su habilitación multiplicando los costos.

Decidieron presentar el disco en El Condado y tuvieron que subir las entradas de cuatro a diez pesos para burlar los números rojos. Quinientas personas colmaron el lugar, doscientas quedaron afuera, y al poco tiempo de arrancar el show resolvieron suspenderlo. “No por seguridad sino por respeto a los que no pudieron entrar. Los de afuera no escuchaban, y los de adentro tampoco querían escuchar. Estábamos todos pendientes de ese tema y así no se podía seguir”, explica Pity. Después organizaron una fecha a beneficio en una cancha debajo de la popular de Boca. Las más de setecientas personas que se acercaron dejaron la polenta y los fideos, pero no pudieron ver nada porque el Gobierno porteño clausuró el recinto. “En este país, ahora más que nunca, hacerla solo y por afuera es imposible, no te dejan”, plantea Bochi. El lugar cumplía con todas las medidas de seguridad, estaba preparado para mil personas, pero faltaba sólo un papelito. Se sentían mufados.

Pity: –Era una época difícil. Una vez estábamos yendo a una radio y tres cuadras antes de llegar se cortó la luz en todo el barrio (risas).

Fernando: –Juan quería ir con una bruja.

Juan: –Yo fui por mi cuenta (más risas).

Fernando: –¡Ah! ¡Confesaste! (carcajadas).

Juan: –Me dijo que nos habían hecho un trabajo y me dio un par de pasos a seguir.

Fernando: –¿Los seguiste?

Juan: –No, me dio como diez clases de velas para prender, y yo con esas cosas no juego (vuelven las carcajadas).Fernando: –Bueno, la cosa es que así terminamos en El Teatro, que tiene todo en regla. Es un garrón que la entrada esté tan cara, pero era eso o no tocar.

—¿Son parte de una generación más consciente?

Juan: –Siempre fuimos conscientes, cuidamos a la gente. Mi primer recital con Las Pastillas fue antes de Cromañón, y se suspendió al décimo tema porque habían prendido dos bengalas de humo y ni nos veíamos entre nosotros. Había dejado de ser una fiesta.

Fernando: –Más allá de los estilos, somos parte de una generación nueva de bandas under que está viendo qué hacer porque ya no tiene libreto. Hoy, en este país, no la podés hacer solo, entonces tenés que tocar donde se puede. Las bandas no masivas como la nuestra terminan jugando con las reglas del sistema porque no pueden arriesgarse a que les clausuren el boliche. Cuando crecés en convocatoria, podés poner algunas condiciones, pero al fin de cuentas el sistema te consume igual, siempre necesitás de alguien del que te gustaría prescindir.

–¿En qué los ayuda haberse dedicado a estudiar música?

Juan: –Creo que transmitir va más allá de estudiar música. Podés sentir y no saber tocar nada.

Pity: –Sí, hay gente que está por encima de todo. Imaginate a Luca Prodan yendo a clases de canto... imposible.

Fernando: –Quizá sirva para no estar tan cagado cuando mil trescientas personas esperan que toques, como pasó en El Teatro.

Pity: –Estás un poco más seguro. Igual yo estaba re cagado (risas). La primera noche hice yoga en el baño veinte minutos antes de salir; de alguna manera me tenía que calmar.

Juan: –Yo no comí nada en todo el día, tenía el estómago cerrado.

Bochi: –Yo me propuse esto: me cago encima y después toco tranquilo (risas).

Todo lo que les pasó a Las Pastillas en el último año parece tan lógico como incomprensible. Juan lo resume bien: “No se sabe por qué, pero hay músicos que se rompen mucho más el culo y nunca llegan a nada”. A ellos, dicen, también les pasó. Fernando, por ejemplo, toca la guitarra desde los catorce años y recién a los veintinueve recibe aplausos de a miles con una banda con menos de cinco años de historia como Las Pastillas. “No transformamos en oro todo lo que rozamos, pero lamentablemente venimos teniendo demasiada suerte. Todo crece y no lo podemos controlar, salteamos etapas. Nunca pudimos tocar en el Marquee o en Niceto, por ejemplo, que son como un paso obligado para cualquier banda”, señala. Y Pity agrega: “Pasan cosas muy locas; antes pegábamos carteles durante semanas y no pasaba nada. Ahora parece que en Intrusos suenan Las Pastillas cuando van al corte. Mucho no nos gusta, pero no lo podemos prohibir”.

El reloj marca las tres, la medianoche se hizo madrugada. El martes mete cola y tridente, Bochi toma la guitarra y canta un tema. Todos escuchan, y cada uno a su casa. En silencio. Preguntándose, quizá, cuál será la próxima sorpresa.

Desde adentro

Aunque todos estudian música y algunos dan clases, los miembros de Las Pastillas del Abuelo no embanderan detrás del academicismo musical. Por ejemplo, miraron de reojo a la Ley del Músico (ley 14.597), que entró en vigencia el mes pasado (y que luego el presidente Néstor Kirchner derogó) y obligaba a quienes pretendían ser profesionales a matricularse y rendir un “examen de idoneidad”. “Iban a quedar aún menos lugares para tocar y se iba a generar un curro argentino atrás de eso”, dice el guitarrista Fernando Vecchio.

Las letras, todas a cargo del cantante “Pity” Fernández –excepto por una explícita cita al poeta Almafuerte en el tema del mismo nombre–, son simples historias de barrio, contadas desde adentro. “Mis exponentes son Sabina y el Indio Solari. A Joaquín lo escuché mucho de chico porque es simple; en cambio, las letras del Indio son muy interiores, encriptadas, y ahora trato de volcarme más hacia eso”, revela. Sin embargo, por ahora el mensaje de Las Pastillas tiene un tinte más sabinesco que solariano. Van más al punto. Pity dice que desde hace un tiempo cambió su forma de escribir, que ahora se interesa más por los problemas cotidianos de la gente y que puede ponerse en la piel de un chico que reparte estampitas en los trenes, como en Oscarcito. “Son diferentes momentos de la vida, antes estaba más metido en la mía, hablaba de minas, pero ver tanto sufrimiento hizo que me comprometiera más con la situación social”, explica.

Así como cita una relación amorosa en Sabina y Piazzolla, saluda al alcohol en La cerveza y los junta en Candombe, Pity aparenta tener una visión cuasi nostálgica de un pasado incierto. “Parece que hoy en día ya no tiene ningún valor transpirar la casaca como hace unos años atrás”, predica en Por un peso cincuenta, dedicado al éxito fácil marca Popstars. Pero acusa nuevamente un cambio interno. “Siempre fui un fanático del pasado, porque sirve para aprender. Sin embargo, últimamente pienso que nunca te topás con la misma piedra y que, por más que aprendas, la vida te va a probar con otra cosa.”

Un hit que suena y no entra en los charts

“Empieza el ritual, nadie dice nada, pero yo lo siento igual, la desesperada gana de querer viajar con tan sólo una pitada a otra realidad que sea mejor. No sé si mejor, pero esa gana ahora se hace general y queman las miradas para saber quién va a ser el primero en descorchar un suspiro (...). Y ahí es cuando todos lo miran a él, el que mejor sabe gambetear la ley, al que todos en el barrio llaman El Sensei (...). Así que armate uno, armate uno, Hernán. Qué bueno sos armando, te felicito, Hernán.” El hit de Las Pastillas del Abuelo no suena en ninguna radio, ni se consigue en las mejores disquerías. Es fiel retrato de una nueva era en la difusión de la música, se llama El Sensei, y está dedicada a un pibe que arma los mejores porros en un grupo de amigos. Así de simple y de áspero, el tema es por demás pegadizo y fascina a fumadores y no fumadores.

“El tema es en joda y muchos lo conocen más que a la banda. La gente lo empezó a pedir cada vez más y cuando salió en Internet, explotó. Ahora también lo pasan en boliches. Una vez, en Mercedes, nos cruzamos con unos pibes que no podían creer que estuviéramos ahí y nos pasaron una parte nueva que le habían hecho al tema, en la que Hernán volvía a la casa y se tocaba”, recuerda el baterista Juan Comas.

“Es simple: es la historia de un chabón amigo que la hace, que tiene esa virtud particular, y listo. Pero Hernán es un tipo que se mata laburando”, aclara Pity, que en cada presentación enfrenta un dilema moral con respecto a la letra. “A veces no sabemos si tocarlo o no, se complica cantarlo sabiendo que gran parte de nuestro público es adolescente, porque tirás un mensaje que, si bien a algunos los ayuda, a otros los puede confundir. Es un camino que tiene que recorrer cada uno y no porque una banda lo mencione”, reflexiona. “Hace poco nos llegó un mail de un venezolano que bajó la canción por error y quedó re enganchado. Igual, aprovecharnos de eso sería vendernos”, señala Juan. Y Fernando Vecchio (guitarra) lo sigue: “No nos queremos colgar de ese tema; es más, parece que va en vías de extinción”. Duro augurio.

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