Jueves, 1 de junio de 2006 | Hoy
HERR PELOTEN - EL SUB-SUPLEMENTO MUNDIALISTA DEL NO
Por Javier Aguirre
En este Mundial, como nunca antes, las cábalas son la vedette. Esos solemnes ritos íntimos de comprometida superstición hoy protagonizan avisos publicitarios –el del panzón que se cuelga de una rama como hiciera, de niño, durante México ‘86; o el que teme no contar con el apoyo de la “magia de las cábalas”– que fogonean el culto al rico historial cabulero argentino. Ese que va desde el cumplimiento religioso de cábalas de buen augurio (el ajustado de la sacra corbata de Bilardo, las benefactoras meadas de Goycochea antes de los penales, o el toqueteo preventivo de cierto órgano del lado izquierdo) hasta la prudente gambeta a cuestiones sospechadas de mal agüero (la ingesta de pollo, el apellido de un ex presidente).
Las cábalas de los futbolistas tienen la lógica del protagonismo; ya que como ellos son quienes juegan, es comprensible que pretendan hacer todo lo posible para contar con buena estrella. Así, es aceptado que el DT francés elija jugadores por su signo del zodíaco; que los jugadores españoles esquiven el fúlmine color amarillo a pesar de tenerlo en su bandera nacional; o que el plantel brasileño festeje debutar un martes 13 porque es buena señal para la numerología. Sin embargo, desde la pasividad que implica ver un partido por la tele a miles de kilómetros de Alemania, los hinchas ejercitan las cábalas en carne propia, como para hacer algo útil para la Selección, además de tomar mate y putear por la probable inclusión de Saviola como titular.
El horror de las cábalas es que someten al cabulero a prometer algo que, en el fondo, no puede cumplir. Porque si apenas se trata de una pavada simple –sentarse de cierto lado del sillón, ver el partido con tu hermano–, no parece haber problema. Pero, ¿por qué suponer que la cábala es sólo esa? Si la idea es repetir aquella situación que devino en éxitos anteriores, ¿qué pasa con los que nacieron en 1986 y durante el Mundial eran lactantes? Eso habilitaría a que un chabón de 20 años le pida a su madre que le dé la teta durante el partido “porque eso trajo suerte en México ‘86”. ¿Y si la verdadera cábala era tener un grano horrible en la pera? Habría que darse un atracón de chocolate, manteca y dulce de leche y rezar para que el cuerpo te produzca una molotov sebácea con forma de pornoco en pleno mentón. ¿Habrá que reconciliarse con la novia que tenías en el ‘90? ¿Bregar para que la República Checa y Eslovaquia vuelvan a unirse y formen Checoslovaquia, como pasaba en el ‘86? ¿O pedirle al transexual amigo que vuelva atrás en sus operaciones de cambio de sexo?
Tomar en serio a las cábalas es un camino de ida al desaliento, porque es imposible clonar aquel contexto que alguna vez trajo alegrías; ya que aquella situación constituye una maraña infinita, variable e irrepetible.
Igual, por las dudas, que nadie vea Argentina-Costa de Marfil con esa piedra mufa que lo acompañó durante el innombrable ‘02.
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